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Asunción de María
Que asunta hoy al cielo, sea siempre nuestra Madre, guía y compañera de camino hasta la eternidad.


Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer



En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor! Y dijo María: Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia- como había anunciado a nuestros padres - en favor de Abraham y de su linaje por los siglos. María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.

Reflexión
Celebramos hoy una de las fiestas más grandes de la Sma. Virgen: la festividad de su Asunción a los cielos.

Todos conocemos el contenido del misterio del día de hoy: María fue llevada al cielo con su cuerpo y con su alma. Ella es el único ser humano - a excepción de su Hijo Jesús - que está en el cielo con su cuerpo. Esa es la verdad de fe que el Papa Pio XII ha dogmatizado en el año 1950.

Pero, ¿por qué este privilegio? Sabemos que María ha tenido en su cuerpo inmaculado a Cristo, el Hijo de Dios, y le ha dado un cuerpo humano. Y el Hombre-Dios está con su cuerpo glorioso en el cielo. Conviene, por eso, que también su Madre participe en esta incorruptibilidad y glorificación del cuerpo. Y así está también Ella con su cuerpo transfigurado en el cielo.

La Asunción es así como la coronación de su vida y nos da una visión más clara de Ella. Es compañera y ayudante de Cristo durante toda su vida: desde la encarnación hasta la cruz, y ahora también lo es en el cielo. Y así participa en el Reino de Cristo y de la Sma. Trinidad.

Por eso es la más poderosa abogada del cielo. Y como está con su cuerpo, está también con su corazón humano, con su corazón maternal. Y porque no solo es la Madre de Cristo, sino también nuestra Madre, entendemos cómo y por qué actúa siempre desde el cielo por nosotros, sus hijos. Y entendemos también por qué nos acoge y nos arraiga en su corazón de Madre.


Y ahora nos preguntamos: ¿qué quiere decirnos Dios por medio de este dogma de la Asunción? La Virgen glorificada en el cielo es un signo de esperanza y de promesa para todos nosotros. En Ella podemos ver prefigurado nuestro propio destino.

La idea de la muerte hace temblar a muchos hombres, incluso a muchos cristianos. Es natural cierto temor ante lo desconocido, como también el dolor por la separación de una persona querida.

Pero para muchos no se trata sólo de esto: En el fondo no creen que también nuestros cuerpos resucitarán como el de Cristo. Piensan que después de la muerte llevaremos una especie de vida a medias, como hombres incompletos, como ánimas.

María, en el misterio de su Asunción en cuerpo y alma, nos recuerda que la plenitud del hombre se alcanzara precisamente más allá de la muerte.
Recién allá Cristo colmará nuestra alma y nuestro cuerpo de su vida nueva. Recién allá se alcanzará nuestra liberación definitiva, que incluye también la liberación de la muerte. Por eso, sólo Cristo es nuestro verdadero liberador, que nos resucitará a todos.

La Sma. Virgen fue la primera. Ella mereció seguirle a Cristo antes que nadie en su Resurrección, porque como nadie le siguió aquí en la tierra. Por eso, desde el cielo, María nos recuerda también la importancia de esta vida terrenal. Es en nuestra lucha diaria, en medio de este mundo, donde se va conquistando poco a poco nuestra propia Resurrección. Así habrá una continuidad total entre nuestra vida en la tierra y nuestra vida en el cielo.

Por lo demás, podemos preguntarnos también: ¿por qué Dios quiso proclamar este dogma de la Asunción recién en el siglo XX? Porque consta, que esta fe en su glorificación corporal es de lo más antiguo en la Iglesia.

Me parece que Dios quiso manifestar, en la imagen de la Asunta, la dignidad del cuerpo humano y, muy especialmente, la dignidad del cuerpo de la muerte. Cada mujer nació para ser un reflejo de María, para irradiar esa nobleza y realeza de Ella. Cuando encontramos niñas y mujeres así, nos emocionan, porque son como un recuerdo de María.

Sin embargo, nuestro mundo de hoy se esfuerza por destruir esta imagen noble de la mujer. Trata de reducirla a la simple categoría de instrumento de placer. Basta mirar los quioscos de revistas o la propaganda de las películas, para ver la imagen de mujer que se le vende hoy a las personas.


No podremos construir un país más cristiano, si no forjamos también un tipo nuevo y digno de mujer, según la imagen de María. El idealismo, la moral y la fecundidad de un pueblo se mantiene o desmorona con sus mujeres.

Queridos hermanos, hoy en esta fiesta queremos pedirle a la Asunta que Ella siempre nos recuerde la dignidad y nobleza a que toda mujer está llamada.

Con Ella, la mujer revestida del Sol y coronada de estrellas, queremos estar, un día todos juntos en el cielo. Pidámosle, por eso, también que Ella vele maternalmente por cada uno de nosotros y nos conduzca a la Casa del Padre.

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt


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