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La oración sacerdotal

La oración sacerdotal
Ciclo B - Domingo 7 de Pascua / Jn 17, 11-19. Que sean uno, como nosotros.


Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer



Jn 17, 11-19.
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: «Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros.
Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura.
Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida.
Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal.
No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad.
Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo.
Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad.»

Reflexión
Jesús ruega al Padre por sus discípulos.
El Evangelio de hoy es tomado del discurso de despedida de Jesús, antes de encaminarse hacia el huerto de los olivos. Se refleja en él el clima anímico que tuvieron que tener el Señor y los apóstoles, la noche de la Última Cena. En estas palabras, el corazón de Cristo se nos muestra enteramente abierto y fraternal. Es la hora de las grandes confidencias.

El trozo es parte de una oración personal de Jesús, llamada la oración sacerdotal. Está conversando en forma sencilla y espontánea con el Padre. En todo el tono de las palabras se nota la huella de Jesús. Se trata de uno de los momentos más intensos de la vida del Maestro.

“Padre santo, guarda en tu nombre a estos que me has dado, para que sean uno como nosotros”.

Jesús aclara que la unión entre él y los apóstoles no es una simple amistad, algo que termina en el sentimiento. Pide para ellos una unidad tan íntima como la unidad divina. Pide que, aunque sigan en el mundo, estén separados de él como Él mismo lo está. Pide que, como Él, estén totalmente consagrados a Dios y sean sus enviados en el mundo. En estas peticiones al Padre quedan definidos la razón de ser de la Iglesia y todo el nuevo orden de la Iglesia.

Y aparece aquí, en este altísimo momento, la sombra trágica de Judas. Se perdió porque estaba perdido, era “el hijo de la perdición”. La siembra de Cristo tropezó con un alma de piedra en la que no pudo calar la semilla. En los demás habrá esa alegría cumplida que hay en quien recibe la palabra.

“No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal”.

No pide que sean sacados de su ambiente, no pide que se les preserve del mundo: hacen falta en el mundo, ahí esta su misión. La levadura debe estar en medio de la masa. Pero necesitan ayuda de Dios para ser preservados del mal. Porque el mundo los aborrecerá y no será fácil soportar el odio de los demás.

“Santifícalos en la verdad”.

Santificar equivale a consagrar. Lo que pide Jesús no es una simple ayuda para los suyos. Pide una auténtica transformación interior. No pide que se dediquen al servicio de la verdad, pide que sean transformados por la Verdad, con mayúscula. Pide que Dios los haga suyos, pide que sean consagrados por Dios.

Estamos ante un pasaje fundamental. La oración de Jesús es siempre eficaz. Obra lo que dice. A la luz de estas palabras entendemos mejor la ordenación sacerdotal que se realizó en esta misma cena del jueves santo.

Todo el ministerio de Jesús fue, en favor de los apóstoles elegidos, como una prolongada ordenación. Y esta oración sacerdotal, en el momento de la sagrada cena, es el punto culminante de esta ordenación: señala la extensión y la realidad de los poderes, la santidad de los lazos y la unidad que resulta de ella. Jesús se presenta, en este momento más que nunca, como el gran sacerdote que consagra a otros sacerdotes.

Así fue. Ellos apenas se enteraron. El miedo y lo corto de sus inteligencias, sus ambiciones personales y sus rencillas egoístas, todo les impedía descubrir lo que estaba ocurriendo en sus almas. Pero la resurrección iluminó lo que apenas habían intuido. Entonces recordaron y reconstruyeron lo que esa noche santa había ocurrido. Por eso se lanzaron a los caminos del mundo. Por eso tomaban el pan entre las manos y lo repartían a los nuevos creyentes, seguros de que la fuerza de Jesús actuaba en ellos.

Miles y miles de sacerdotes repetirían a lo largo de la historia ese mismo gesto, con la misma torpeza, con el mismo poder. Y así se hará también en esta Eucaristía que ahora estamos celebrando juntos.

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt

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