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Lectio Divina. Domingo 15o. Tiempo Ordinario.

Lectio Divina. Domingo 15o. Tiempo Ordinario.
Tiempo Ordinario Ciclo C. Oración con el Evangelio.


Por: P. Martín Irure | Fuente: Catholic.net



 

 

Lc 10, 25-37

 

 




1. INVOCA

  • Vas a entrar en diálogo con el Señor. Prepárate. Tienes que dejar a un lado tus ocupaciones y preocupaciones, tus planes y tus proyectos. Lo importante en este momento es disponerte a escuchar la Palabra, el mensaje liberador que el Padre te va a indicar por Jesús, la Palabra permanente de Dios, que el Espíritu te ayudará a entender.
  • Deja a un lado tus ocupaciones… Esto te es más necesario.
  • Orar es: experimentar que el Señor desea conducirte hacia una entrega total a su mensaje y a su proyecto de vida para ti.
  • Orar es: experimentar que el Padre quiere llevarte hacia un abandono total en Él por amor.
  • Orar es: convertir esos gestos de amor en vida plena, que gozas al experimentarla.
  • Invoca al Espíritu, que es la inspiración del Padre y de Jesús para ti. Canta suavemente: Veni, Sancte Spiritus.
  • Recitamos todos: ¡Espada de dos filos!

    ¡Espada de dos filos
    es, Señor, tu Palabra!
    Penetra como fuego
    y divide la entraña.

    ¡Nada como tu voz,
    es terrible tu espada!
    ¡Nada como tu aliento,
    es dulce tu Palabra!

    Tenemos que vivir
    encendida la lámpara,
    que para virgen necia
    no es posible la entrada.
    No basta con gritar
    sólo palabras vanas,
    ni tocar a la puerta
    cuando ya está cerrada.

    Espada de dos filos
    que me cercena el alma.
    Que hiere a sangre y fuego
    esta carne mimada,
    que mata los ardores
    para encender la gracia.

    Vivir de tus incendios,
    luchar por tus batallas,
    dejar por los caminos
    rumor de tus sandalias.
    ¡Espada de dos filos
    es, Señor, tu Palabra! Amén.




    2. LEE LA PALABRA DE DIOS Lc 10, 25-37 (Qué dice la Palabra de Dios)

    1. Haz eso y vivirás (Lc 10, 28)

     
  • En tiempos de Jesús, había una gran confusión, aun en los maestros de la Ley, sobre quién era el prójimo. Pues así lo indicaba el primer mandamiento.
  • Para algunos maestros, prójimo era sólo el que pertenecía al pueblo de Israel. Era el “hermano” que estaba bajo la Alianza de Dios con su pueblo. El extranjero no entraba en esa categoría.
  • Por eso, en esta parábola, Jesús responde claramente que prójimo es, sobre todo, el que sufre alguna necesidad o carencia. Es decir, toda persona. Y Lucas, el evangelista de la misericordia y de la ternura de Dios, quiere trasmitirnos esta enseñanza de Jesús.
  • Jesús responde con toda claridad: Haz eso y vivirás. Lo que importa es la vida, el hacer el bien, no las discusiones, de las cuales eran tan amigos los maestros y los fariseos.
  • El amor a Dios y el amor al prójimo van inseparables. Es el mismo amor que se dirige a Dios, que está en cada hermano. Cuando hacemos un servicio al prójimo se lo hacemos al mismo Dios (Mt 25, 40). Quien practica este único mandamiento ése tal participa de la vida verdadera.

    2. Un samaritano sintió lástima (v. 33)

     
  • Esta parábola seguramente habría dado al maestro de la ley un verdadero golpe en contra de su mentalidad. Pues, el prójimo para los judíos era simplemente el de su país y el de su raza. Un “samaritano” era considerado como hereje, que no formaba parte del pueblo elegido, de Israel. Prácticamente era considerado como un pagano, que no entraba en el plan de salvación de Dios.. Así era la mentalidad reinante.
  • Jesús deshace este modo de pensar. Y, como en otras ocasiones, pone de modelo a un personaje (el samaritano), que era tenido por los judíos como hereje.
  • El prójimo no es sólo el que está cerca, el que es pariente, vecino o del mismo país. Prójimo es toda persona humana necesitada, de cualquier color, raza, nación, lengua, política o religión.
  • En consecuencia. Ni el sacerdote judío, encargado de ofrecer el culto a Yavé, ni el levita (obsesionado por el cumplimiento de la ley) descubren al prójimo. Y pasan de largo, sin ayudarle, y con el miedo de ser contaminados y cometer pecado por la aproximación al necesitado.

    3. Vete y haz tú lo mismo (v. 37)

     
  • El que entiende quién es el prójimo, el próximo, es aquel samaritano que sintió lástima del herido (v. 35); se acercó, le vendó las heridas, después de habérselas limpiado con aceite y vino; luego lo montó en una cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él… Sacó unas monedas y se las dio al encargado, diciendo:` Cuida de él, y lo que gastes de más, te lo pagaré a mi regreso´ (vs. 34 y 35).
     
  • Lucas nos describe todos los gestos y pasos, tan delicados, del samaritano que entiende y atiende al desvalido con toda delicadeza y amor.
  • La lección está clara: Vete y haz tú lo mismo (v. 37). Prójimo es todo aquel que sufre alguna carencia y necesita de la ayuda de otros para superar la crisis. Por supuesto que los primeros prójimos (próximos) son los de la misma familia. Pero, también aún aquellos desconocidos, que, por casualidad o por providencia, pasan cerca del necesitado.
  • No podemos justificarnos con el pretexto de cumplir otras normas de vida (preceptos, mandamientos; ejemplo: ir a misa o dar limosna), para olvidarnos del marginado.
  • Nuestra vida espiritual depende de esta actitud y, en consecuencia, de las obras de misericordia que hagamos a favor del hermano.


    3. MEDITA (Qué me/nos dice la Palabra de Dios)

     
  • No podemos relacionarnos con el Señor en la oración si no vivimos la misericordia, caridad y justicia con el prójimo.
  • No podemos comulgar con el Señor en la Eucaristía, si no comulgamos con el Señor, que vive y sufre en el hermano.
  • No podemos acercarnos a la comunión sacramental si no queremos reconciliarnos con el hermano.
  • No podemos orar con conciencia tranquila si sentimos resentimiento u odio al prójimo (Mt 5, 23-25).
  • El amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables. Tanto amamos a Dios cuanto amamos al prójimo, con obras más que con palabras.


    4. ORA (Qué le respondo al Señor)

     
  • Señor, quiero vivir esta enseñanza que Jesús, tu Hijo, nos ha dado tanta claridad. Haz que yo supere todos los rechazos que siento hacia mis hermanos. Haz que sepa comprender y perdonar.
  • Quiero sintonizar con los gestos de Jesús, que se acerca a los “pecadores”, maltratados y olvidados de aquella sociedad. Quiero purificar mi amor a los demás. Quiero entender que el amor que Tú me regalas debo manifestarlo a mis hermanos, aunque no me caigan bien.


    5. CONTEMPLA

     
  • A tantos desvalidos en los que Jesús se manifiesta tan claramente y que por ellos pide tu ayuda y tu apoyo.
  • A tantos necesitados, en lo material y en lo espiritual, que son olvidados de la sociedad. Siente una verdadera compasión de ellos y anima a otros a hacer algo en su beneficio.
  • A ti mismo, que, con frecuencia, te desentiendes de ayudar al que lo necesita.


    6. ACTÚA

     
  • Haré una revisión de vida sobre mis actitudes y obras en lo referente a vivir la caridad con el prójimo. Si el Señor me pide algo más de lo que hago a favor de los necesitados, estaré dispuesto a realizarlo.
  • Haré resonar en mi interior la Palabra de Jesús: Vete y haz tú lo mismo (v. 37).
     
  • Recitamos: Señor, ¿a quién iremos?,

    Señor, ¿a quién iremos,
    si tú eres la Palabra?

    A la voz de tu aliento
    se estremeció la nada;
    la hermosura brilló
    y amaneció la gracia.

    Señor, ¿a quién iremos,
    si nos falta tu habla?

    Nos hablas en las voces
    de tu voz semejanza:
    en los gozos pequeños
    y en las angustias largas.

    Señor, ¿a quién iremos,
    si nos falta tu Palabra?

    En los silencios íntimos
    donde se siente el alma,
    tu clara voz creadora
    despierta la nostalgia.

    ¿A quién iremos, Verbo,
    entre tantas palabras?

    Al golpe de la vida,
    perdemos la esperanza;
    hemos roto el camino
    y el roce de tu planta.

    ¿A dónde iremos, dinos,
    Señor, si no nos hablas´?

    ¡Verbo del Padre, Verbo
    de todas las mañanas,
    de las tardes serenas,
    de las noches cansadas!

    ¿A dónde iremos, Verbo,
    si tú eres la Palabra? Amén.




     
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  • P. Martín Irure



     

 

 







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