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Cuando el diálogo desafía a la diferencia

Cuando el diálogo desafía a la diferencia
Coloquio con Alessandra Fumagalli, religiosa comboniana Directora del hospital de Karak en Jordania


Por: Manuela Borraccino | Fuente: www.osservatoreromano.va



De Busto Arsizio a un paso de los mausoleos de Petra para servir a una categoría doblemente desfavorecida, la de las mujeres beduinas, y para llevar a cabo el diálogo entre las religiones con gestos más que con palabras. Sor Alessandra Fumagalli, de 51 años, describe así, desde el desierto jordano, el recorrido que en 2008 la ha llevado a dirigir el hospital italiano de Karak, abierto en 1939 por los cambonianos, a 150 km de Amán, en el área más pobre del país.

Mujeres recogiendo objetos de plástico en un vertedero de Guwahati, en el norte de la India, para reciclarlos (Utpla Baruah/Reuters) Ha elegido vivir el diálogo con el islam: ¿cómo se realiza su misión en la vida diaria?

Es un nexo entre vida consagrada y diálogo de vida: privilegiamos el testimonio cristiano en la relación, tratando de vivir con sobriedad y humildad el trabajo hospitalario. Vivimos codo a codo con la población, procurando purificar el lenguaje, la percepción y los juicios en el respeto de las diversas sensibilidades culturales y religiosas. Con los pacientes hay un diálogo silencioso basado en sonrisas y escucha: a todos prestamos la misma atención, sin dejarnos condicionar por nada. Es un modo de ser que notan sobre todo los musulmanes.


¿A quiénes acoge vuestro hospital?

En primer lugar, a las mujeres, y a las categorías más débiles y discriminadas, como los niños, las minorías étnicas locales, los inmigrantes, ayer los refugiados iraquíes y hoy los sirios. Nos esforzamos por trabajar en favor de la justicia, la paz, la reconciliación: en un área difícil como Oriente Medio, consideramos prioritario crear un espacio de diálogo en el trabajo común. Nuestros colaboradores comparten nuestra vida, nuestro carisma, nuestra finalidad. Por lo demás, sostenemos también a los cristianos que se han quedado aquí: estar con ellos significa compartir su precariedad, sus dificultades e incertidumbres.


¿Cómo os consideran los pacientes?

Nuestro hospital está aquí desde 1939. La gente nos conoce, sabe que somos mujeres consagradas a Dios y que prestamos un servicio voluntario precisamente porque hemos elegido vivir al servicio de Dios y de la gente. Ciertamente, puede suceder que nos pregunten por qué no estamos casadas, no tenemos hijos y vivimos lejos de nuestras familias. Nuestra «independencia» de los hombres se acepta porque somos extranjeras. Para quienes no conocen la vida religiosa, es difícil comprender esta renuncia a la vida familiar.


¿Qué la conmueve más en la amistad con las musulmanas?

Estamos sumergidas en una cultura tribal, tradicionalista y machista, a menudo incomprensible para nosotras, mujeres occidentales. El aspecto que más admiro en ellas es su capacidad de vivir de modo pasivo las situaciones negativas: están en las situaciones sin escapar. Confían en Dios y buscan el modo de hacer funcionar las cosas en sus familias. Pero ante nuestros ojos puede parecer resignación. En realidad, a veces estamos más resignadas nosotras, cuando rompemos relaciones o abandonamos el terreno a causa de las dificultades.


¿Cuáles límites advierte en las relaciones con las personas?

Creo que la mayor dificultad es la de ordenar nuestra identidad de mujeres occidentales en una cultura machista. Es una realidad que nos exige ser vigilantes y sensibles en nuestro comportamiento, en nuestro lenguaje y en nuestro modo de relacionarnos. Ha sido fatigoso para mí llegar a Karak para reorganizar el hospital. He tenido que aprender a comunicarme según sus esquemas, a ejercer la autoridad sin herir el orgullo masculino, y a aceptar a veces la mediación de un hombre para comunicarme con algunos musulmanes. A costa de grandes esfuerzos he aprendido que es necesario conocer la cultura antes de actuar. De todas formas, estamos en una posición privilegiada: saben que el hospital es «de los cristianos» y que hay religiosas, pero quienes vienen tienen verdadera necesidad, y esto les hace superar la desconfianza. En setenta y cuatro años hemos dejado una huella positiva: nos respetan.


¿Qué la hace sufrir al no lograr cambiar ciertas situaciones?

La vida de las mujeres es muy fatigosa aquí. Gracias a las políticas educativas de la reina Rania las muchachas han obtenido facilidades para acceder a la universidad, pero luego la cultura las reconduce a sus tradiciones, por lo cual antes o después un padre o un esposo regularán su futuro. En la ciudad las cosas son diferentes, pero aquí, en el sur –aparte del estudio no hay nada–, las reglas culturales son muy rígidas. Mi pena más grande es ver que son muy pocas las mujeres que tienen perspectivas diferentes para sus hijas.


¿Ha sabido de algún crimen de honor?

El crimen de honor está todavía difundido en Jordania, y lo cometen musulmanes y cristianos. Condiciona mucho la vida de las mujeres. Durante estos cinco años en Karak se nos han acercado tres jóvenes embarazadas, no casadas. La ley jordana prevé que en estos casos las personas se pongan directamente en contacto con la Jordanian Association for Family Planning and Protection (Jafpp), que asiste a este tipo de mujeres. Pero no impide el crimen de honor, que puede perpetrarse después de mucho tiempo.


¿Cuáles son las mayores dificultades que encontráis en vuestro trabajo?

Aquí, en el sur, el desempleo es muy alto, el tribalismo aún regula la vida social, y el fundamentalismo religioso encuentra un buen terreno. Pero las dificultades mayores están relacionadas con la administración del hospital, que por sus características y por nuestra elección quiere seguir siendo gratuito. Vivimos la continua tensión entre garantizar la eficacia según los parámetros del Ministerio de Sanidad y afrontar nuestras posibilidades financieras, que no nos permiten comprar equipos que mejorarían la calidad de nuestra respuesta a las necesidades de la gente. Encaramos los problemas con pocos recursos y gran confianza en que alguien nos dé una mano para organizar todo. Hay, por ejemplo, especialistas prestigiosos que vienen a Karak una o dos veces por semana. Así, podemos seguir realizando proyectos y curar a la gente.


¿Qué percepción tenéis de lo que está sucediendo en Siria?

Jordania acoge a medio millón de refugiados, pero las autoridades temen que aumenten. La gente que vive en los campos de refugiados de la ONU sobrelleva una situación de emergencia y precariedad: muchos refugiados sirios prefieren dejar los campos y dirigirse al sur del país. Aquí, en Karak, han llegado muchas familias de Homs: hemos abierto inmediatamente las puertas del hospital, en especial a mujeres y niños. La gente está muy probada, los pequeños son los que más sufren. Lo que se filtra es que en Siria la situación es intencionalmente caótica y la solución no está cerca: hay potencias extranjeras que buscan sus propios intereses económicos e, incluso, se habla cada vez menos de la situación. Tenemos miedo de que se calle el problema.


¿Qué necesitáis?

Nuestro hospital es el punto de referencia para el sur: hemos establecido un programa de asistencia sanitaria con la Cáritas jordana y con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), pero las necesidades aumentan continuamente. Esperamos el apoyo de los bienhechores, sobre todo para la asistencia quirúrgica a los refugiados.


¿Cómo fue recibida la renuncia de Benedicto y la elección del Papa Francisco?

Nos ha impresionado la atención que la gente ha dispensado a estos acontecimientos. La renuncia de Benedicto XVI despertó gran interés. Y también entre el personal médico musulmán hubo un sentido unánime de admiración por la valentía que demostró el Papa Ratzinger. Uno de ellos, que había estado en la plaza de San Pedro hacía algunos años, estaba profundamente emocionado por su gesto, quizá porque de algún modo lo había «conocido». Al día siguiente de la elección del Papa Francisco recibimos los mabruk, o sea, las felicitaciones por la elección del nuevo Pontífice. También en este caso sus gestos hablan más que sus palabras, que el diálogo teológico: su cruz simple, su capacidad relacional y su humanidad han sido apreciadas también por personas de fe islámica que, como nosotras, siguieron el acontecimiento por televisión; personas que, como nosotras, sintieron que era Dios quien nos indicaba el camino.


Nacida en Busto Arsizio en 1962, Alessandra Fumagalli trabajó durante ocho años en una conocida tienda de modas antes de entrar en las combonianas (1990). Después de una licenciatura y una maestría en Roma en la Facultad Pontificia de Ciencias de la Educación Auxilium, en 2000 se trasladó a los Emiratos Árabes Unidos, donde enseñó en una escuela femenina católica. Se licenció en estudios árabes en El Cairo, y desde 2008 dirige el hospital de Karak (Jordania).







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