Tiempos extraordinarios
Tiempos extraordinarios
Por: Alfredo Ávila | Fuente: Catholic.net

Corre en internet una reflexión sobre nuestros tiempos: dice que nuestro Mundo, tan lleno de tecnología y de grandes avances, está a las puertas de un nuevo cambio... que se dará cuando falte Juan Pablo II, pues el Mundo no podrá ser lo mismo sin él. Pero, ¿no será que la constante en la vida de este gran hombre es precisamente el cambio? Y si es así en su vida, ¿no será así cuando muera?
¿Cómo era este mundo antes de Juan Pablo II? ¿Cómo era la Iglesia? ¿Cómo era cada uno de nosotros? Porque este Papa nos ha cambiado, a todos, para siempre. El llegó al pontificado en medio de las crisis de energía, de la guerra fría, del temor por el futuro que se veía incierto y con negros nubarrones en el horizonte. Lleno de esperanza, de entusiasmo y vitalidad, lo primero que dijo al mundo, que perplejo contemplaba a un Cardenal Polaco romper la tradición de tantos años de Papas Italianos, fue “No tengáis miedo...”
Sin duda el mundo ha cambiado en estos años en que Karol Wojtyla ha guiado a la Iglesia, convertido en Juan Pablo II. Cuando nadie podría siquiera imaginar cómo sería el fin del comunismo, y el más optimista pronosticaba por lo menos una guerra mundial cruenta y larga, el Papa consagró al mundo (incluida, y principalmente, Rusia) a la Santísima Virgen María, y de la noche a la mañana, sin una gota de sangre derramada, el comunismo empezó a menguar y morir hasta desaparecer. “No tengáis miedo” nos decía, desde aquél balcón del Vaticano... cuando apenas llegaba...
Bajo el lema mariano “Totus Tuus”, se abandonó, con su misión, y con cada uno de nosotros, en las manos de la Santísima Virgen, para enseñarnos en la práctica la verdadera devoción a María... infatigable, inteligente, sagaz, este hombre venido del Este nos ha renovado a todos... ha viajado por todo el Mundo, y ningún obstáculo ha sido suficiente para detenerlo: ni los atentados, ni las guerras, ni las enfermedades (propias y ajenas) ni las tormentas, ni las políticas, ni los regímenes, ni nada... él ha sido firme y constante. Pero no sólo viajar ha sido su sello como Pontífice (es por mucho el Papa más visto, tanto en persona como a través de los medios de comunicación, de toda la historia de la Iglesia); ha escrito con gran lucidez e inteligencia un arsenal de encíclicas, comentarios, homilías, recomendaciones, y decretos que han en efecto llevado a la práctica el espíritu del Concilio Vaticano II: Poner al día a la Iglesia.
Y poner al día a la Iglesia (hoy lo entendemos más claramente) no significa sacrificar las verdades, principios y dogmas que desde su inicio hasta el presente Dios mismo nos ha regalado, en aras de una “modernidad” precipitada y mal entendida que exigía y exige el fin de la castidad, del celibato de los sacerdotes, del respeto a la vida, y la implantación de una serie de barbaridades diseñadas para acabar con cualquier conciencia; no, poner al día a la Iglesia, en el espíritu conciliar, y bajo el liderazgo de Juan Pablo II significa acercarla a la gente, revitalizar la vida sacramental, llenarla de dinamismo litúrgico, pero dogmático, que lleva a cada uno a vivir una relación propia y personal con Dios; ajustar la estructura para que su labor apostólica pueda desarrollarse y extenderse más rápido, responder a las inquietudes de tantas almas que viven sedientas de Dios y de la Gracia; abrirnos más los ojos para que podamos ver claramente que nuestra Madre Celestial y Madre de la Iglesia está siempre presente, dedicada a llevarnos a su Hijo, nuestro Señor, que nos espera en la Eucaristía.
Hoy, a pesar de las crisis, de las críticas y persecuciones a la Iglesia, Juan Pablo II contempla un mundo en el que hay 40% más católicos que cuando él llegó al Papado. Contempla una Iglesia con gran vitalidad, un campo sembrado y regado con la sangre de tantos mártires del siglo XX en el que pronto se empezarán a ver los frutos; una Iglesia que enfrenta los retos actuales de la bioética, la moral, la pobreza, la guerra y el hambre con serenidad, con sangre nueva, con madurez, con un Espíritu Santo que está soplando fuerte en todo el Mundo y guiada por grandes hombres de Dios con los que hemos tenido la bendición de compartir nuestra vida en este mundo...
Sin duda Juan Pablo II es un grande entre los grandes. Un Papa de este calibre, de esta voluntad, de esta presencia, no puede menos que cambiar al mundo, como lo ha hecho ya, y cuando él falte, el mundo no puede menos que cambiar, porque nunca volverá a ser el mismo. Hemos vivido un periodo extraordinario de Gracia dentro e la Iglesia bajo la sombra del Papa Juan Pablo II.
Y es que a lo largo de su vida, a su lado, hombro con hombro han colaborado por la Iglesia santos enormes, de una gran valía para la humanidad... Si vemos la calidad de estas personas contemporáneas suyas: Pío XII, Juan Pablo I, y los demás Papas de nuestro siglo, Lucía de Fátima, Obispos y Cardenales, tantos sacerdotes ejemplares, seglares dinámicos y comprometidos, cuyo mérito sólo Dios conoce, pero que da frutos de eternidad...
Y si consideramos a quienes habiendo terminado su misión en esta vida desde el Cielo lo contemplan y animan: el P. Pío, la Madre Teresa de Calcuta, Faustina Kowalska, Maximiliano Kolbe, Edith Stein, José María Escribá de Balaguer, el P. Rubio, y tantos otros santos recientes, canonizados o muy cerca de los altares...; si vemos su valor a los ojos de la fe, podemos intuir que en efecto, entre nosotros tenemos y hemos tenido enormes santos, y seguramente dentro de algún tiempo, 100, 200 o 500 años, nuestra era será comparada con la de Santa Teresa de Avila, San Juan de la Cruz, San Ignacio de Loyola... de ese calibre son nuestros santos contemporáneos...no podemos dejar de agradecer a Dios por enviarnos a tantos y tantas hombres y mujeres santos. ¡Cuánto ha amado Dios a nuestras generaciones, qué nos ha regalado con estas fantásticas almas! Es verdad que en el Mundo hay mucho mal y mucha perversidad, pero también es cierto que Dios, a través de sus almas dedicadas, está muy activo entre nosotros, que donde abunda el pecado sobreabunda la Gracia.
Nuestro Papa, nuestro pastor ha sembrado la semilla de Dios sin cesar. Cuando sea la hora de descansar para él, cuando Dios lo llame a ocupar su lugar entre los bienaventurados (no en balde dice el artículo de internet que seguramente Juan Pablo II es uno de los cinco Papas más grandes de la historia de la Iglesia), este mundo cambiará... pero dependerá de nosotros seguir cultivando la tierra que con tanto esfuerzo y amor él, y los grandes hombres de la Iglesia, han labrado, para que ese cambio sea la culminación de su esfuerzo unido al Amor de Dios.
Si así lo hacemos, estoy seguro de que desde el Cielo, adorando a Dios en plenitud, Juan Pablo II nos repetirá, con gran alegría “No tengáis miedo...” y seguro que como él, con el apoyo y amparo de María, nuestra Madre Celestial, podremos ayudar a Dios para que este mundo siga el camino de cambio que el Papa Peregrino instituyó...
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