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En el muro de las lamentaciones
En el muro de las lamentaciones
Es el signo de los signos de su Dios. Es el signo de los signos de su identidad y de su espera
Por: Jesús de las Heras Muela | Fuente: www.revistaecclesia.info
Por: Jesús de las Heras Muela | Fuente: www.revistaecclesia.info
Antes de pasar en la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén los últimos tres cuartos de hora de esta peregrinación a Tierra Santa, el guía del viaje, organizado por la Oficina de Turismo de Israel en Madrid, nos llevó al muro de las Lamentaciones.
No fue una visita al uso. No sólo estuvimos en que todo el mundo conoce y sabe del muro occidental del Templo, el muro de las Lamentaciones. Estuvimos también visitando distintas y bien interesantes realizaciones arqueológicas de su entorno llevadas a cabo en los últimos años por el gobierno israelí. Así nos detuvimos ante las escalinatas del que era el acceso al segundo Templo, el majestuoso templo de Herodes, y recorrimos un túnel subterráneo que llega hasta la Vía Dolorosa y uno de cuyos lugares es la estancia más próxima a donde estuvo el "Sancta Sanctorum".
Dicho esto quisiera también indicar que uno de los aspectos que más me han llamado la atención de este viaje a Jerusalén ha sido ver la proliferación de "Kipás" entre los habitantes judíos de la ciudad santa, el nuevo esplendor del conocido barrio del "Mea Shearim" ("Cien puertas") y los elocuentes y inequívocos símbolos y expresiones con que los judíos celebran el "Shabat", el sábado sagrado de la religión hebrea. No cabe duda de que el judaísmo vive momentos de auge y de expansión.)
Siempre, desde mis primeras y reiteradas visitas en julio de 1987 a este lugar santo y dolorido, el muro de las Lamentaciones se ha llamado poderosamente la atención. Y siempre he acudido a él con curiosidad y, sobre todo, con respeto.
Y siempre he tenido claro que este muro lo vio Jesús, que era judío. Y que en este Templo, hoy día inexistente, oró Jesús y que a él se refirió en distintas ocasiones.
Y siguen esperando
En el muro de las Lamentaciones se condensa la historia del pueblo de Israel, su gozo, su tragedia, su destino, su esperanza y su espera. Y es que en el muro de las Lamentaciones siguen aguardando el milagro.
Y siguen esperando que venga el Mesías. Y siguen desgranando su interminable letanía de salmos y de plegarias. Y siguen acudiendo en sábado con el "talik" en blanco y azul. Y siguen cubriendo su cabeza con la kipá sagrado o con el sombrero de terciopelo. Y siguen vistiendo sus impecables trajes negros y portando las filacterias y los tirabuzones pendientes de sus cabellos. Y siguen esperando que venga el Mesías, su Mesías, que les convertirá en el pueblo más poderoso de la tierra. Y siguen esperando aquí en el muro de las Lamentaciones.
Y rezan al Dios único
Y aquí, en el muro de las Lamentaciones, siguen rezando a un Dios único y verdadero, a su Dios, cuyo nombre no osan ni pronunciar siquiera. Porque Dios es el que es. Y siguen ofreciendo su vida a él, mientras leen y recitan el libro sagrado.
"Escucha, Israel: El Señor Dios es sólo uno. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con toda tu mente, con toda tu alma. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria. Se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado". Este es el mandato. Esta es la promesa.
Y aquí, en el muro de las Lamentaciones, profesan esta fe, sienten esta fe, viven esta fe como razón ser de su vida y las de vidas de los suyos, pueblo elegido. Es su fe. Es su esperanza. Es su compromiso. Es su razón de ser. Es su vida.
Y mientras tanto, siguen esperando que vengan, por fin, el verdadero Mesías, e instaure su paz, liberte a su pueblo escogido y reine con poder y con gloria por los siglos.
Y mueven su corazón como cítara y como la llama
Y aquí en el muro de las Lamentaciones se produce el espectáculo de la oración, de la fe y de la esperanza. Porque siguen esperando y confiando en Dios. Y en su oración y en su espera movilizan sus cuerpos al son de la misma cítara silenciosa a los oídos de los demás o del arpa del rey David, también inaudible para quienes acuden a este lugar sin fe, sin su fe.
Y oscilan su humanidad como la lámpara de aceite, como el incienso en Su Presencia, como la llama del fuego inextinguible, que prenden su alabanza y vacilación al Dios uno y único, al Dios de sus padres, al Dios que hará que un día pacen juntos el cordero y el león. Aquí, en el muro de las Lamentaciones.
Y confían en el Dios que cumple sus promesas
Y siguen esperando que venga el Mesías. E Israel sea ante las naciones el pueblo de Dios, el verdadero y único pueblo de Dios. Dios siempre ha sido fiel a sus promesas. Y no fallará. Llegará por la puerta Hermosa y Dorada de la ciudad santa, hermosa ciudad también de oro. Llegará y entrará cuando sean arrojadas las tumbas musulmanas que pueblan las inmediaciones de esta puerta santa.
Dios sacó a Israel de la esclavitud de Egipto con mano poderosa y brazo firme. Lo guió con su mano providente. Le envió el maná del cielo. Y selló con ellos un pacto eterno, una alianza de amor y de predilección. Y le dio esta tierra que mana leche y miel. "¿Qué Dios es tan grande como nuestro?"
Y siguen esperando que venga el Mesías. Y siguen haciendo del sábado -del "Shabat" hebreo- el día de Yavhé, donde todo está tasado y medido, donde el sollozo orante ha de encontrar su máxima expresión, donde es preciso no violar la ley sagrada del descanso y hasta limitar al máximo los movimientos.
Y escriben renglones que son jirones del alma
Y siguen esperando que venga el Mesías, mientras depositan y extraen papeles pequeños sobre las grietas y escondrijos florecidos del muro, rociados con el alba de cada mañana por la paloma de paz. Son sus plegarias del alma, son sus susurros del corazón, son sus gritos de espera, son sus proclamaciones de fe.
Y siguen esperando y lamentando, aquí justo en el muro occidental del Templo de Herodes, que fue el esplendor y el resplandor de toda la tierra. No les queda ya más espacio del Templo, de aquel segundo Templo, que el muro. Es el signo de los signos de su Dios. Es el signo de los signos de su identidad y de su espera.
No fue una visita al uso. No sólo estuvimos en que todo el mundo conoce y sabe del muro occidental del Templo, el muro de las Lamentaciones. Estuvimos también visitando distintas y bien interesantes realizaciones arqueológicas de su entorno llevadas a cabo en los últimos años por el gobierno israelí. Así nos detuvimos ante las escalinatas del que era el acceso al segundo Templo, el majestuoso templo de Herodes, y recorrimos un túnel subterráneo que llega hasta la Vía Dolorosa y uno de cuyos lugares es la estancia más próxima a donde estuvo el "Sancta Sanctorum".
Dicho esto quisiera también indicar que uno de los aspectos que más me han llamado la atención de este viaje a Jerusalén ha sido ver la proliferación de "Kipás" entre los habitantes judíos de la ciudad santa, el nuevo esplendor del conocido barrio del "Mea Shearim" ("Cien puertas") y los elocuentes y inequívocos símbolos y expresiones con que los judíos celebran el "Shabat", el sábado sagrado de la religión hebrea. No cabe duda de que el judaísmo vive momentos de auge y de expansión.)
Siempre, desde mis primeras y reiteradas visitas en julio de 1987 a este lugar santo y dolorido, el muro de las Lamentaciones se ha llamado poderosamente la atención. Y siempre he acudido a él con curiosidad y, sobre todo, con respeto.
Y siempre he tenido claro que este muro lo vio Jesús, que era judío. Y que en este Templo, hoy día inexistente, oró Jesús y que a él se refirió en distintas ocasiones.
Y siguen esperando
En el muro de las Lamentaciones se condensa la historia del pueblo de Israel, su gozo, su tragedia, su destino, su esperanza y su espera. Y es que en el muro de las Lamentaciones siguen aguardando el milagro.
Y siguen esperando que venga el Mesías. Y siguen desgranando su interminable letanía de salmos y de plegarias. Y siguen acudiendo en sábado con el "talik" en blanco y azul. Y siguen cubriendo su cabeza con la kipá sagrado o con el sombrero de terciopelo. Y siguen vistiendo sus impecables trajes negros y portando las filacterias y los tirabuzones pendientes de sus cabellos. Y siguen esperando que venga el Mesías, su Mesías, que les convertirá en el pueblo más poderoso de la tierra. Y siguen esperando aquí en el muro de las Lamentaciones.
Y rezan al Dios único
Y aquí, en el muro de las Lamentaciones, siguen rezando a un Dios único y verdadero, a su Dios, cuyo nombre no osan ni pronunciar siquiera. Porque Dios es el que es. Y siguen ofreciendo su vida a él, mientras leen y recitan el libro sagrado.
"Escucha, Israel: El Señor Dios es sólo uno. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con toda tu mente, con toda tu alma. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria. Se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado". Este es el mandato. Esta es la promesa.
Y aquí, en el muro de las Lamentaciones, profesan esta fe, sienten esta fe, viven esta fe como razón ser de su vida y las de vidas de los suyos, pueblo elegido. Es su fe. Es su esperanza. Es su compromiso. Es su razón de ser. Es su vida.
Y mientras tanto, siguen esperando que vengan, por fin, el verdadero Mesías, e instaure su paz, liberte a su pueblo escogido y reine con poder y con gloria por los siglos.
Y mueven su corazón como cítara y como la llama
Y aquí en el muro de las Lamentaciones se produce el espectáculo de la oración, de la fe y de la esperanza. Porque siguen esperando y confiando en Dios. Y en su oración y en su espera movilizan sus cuerpos al son de la misma cítara silenciosa a los oídos de los demás o del arpa del rey David, también inaudible para quienes acuden a este lugar sin fe, sin su fe.
Y oscilan su humanidad como la lámpara de aceite, como el incienso en Su Presencia, como la llama del fuego inextinguible, que prenden su alabanza y vacilación al Dios uno y único, al Dios de sus padres, al Dios que hará que un día pacen juntos el cordero y el león. Aquí, en el muro de las Lamentaciones.
Y confían en el Dios que cumple sus promesas
Y siguen esperando que venga el Mesías. E Israel sea ante las naciones el pueblo de Dios, el verdadero y único pueblo de Dios. Dios siempre ha sido fiel a sus promesas. Y no fallará. Llegará por la puerta Hermosa y Dorada de la ciudad santa, hermosa ciudad también de oro. Llegará y entrará cuando sean arrojadas las tumbas musulmanas que pueblan las inmediaciones de esta puerta santa.
Dios sacó a Israel de la esclavitud de Egipto con mano poderosa y brazo firme. Lo guió con su mano providente. Le envió el maná del cielo. Y selló con ellos un pacto eterno, una alianza de amor y de predilección. Y le dio esta tierra que mana leche y miel. "¿Qué Dios es tan grande como nuestro?"
Y siguen esperando que venga el Mesías. Y siguen haciendo del sábado -del "Shabat" hebreo- el día de Yavhé, donde todo está tasado y medido, donde el sollozo orante ha de encontrar su máxima expresión, donde es preciso no violar la ley sagrada del descanso y hasta limitar al máximo los movimientos.
Y escriben renglones que son jirones del alma
Y siguen esperando que venga el Mesías, mientras depositan y extraen papeles pequeños sobre las grietas y escondrijos florecidos del muro, rociados con el alba de cada mañana por la paloma de paz. Son sus plegarias del alma, son sus susurros del corazón, son sus gritos de espera, son sus proclamaciones de fe.
Y siguen esperando y lamentando, aquí justo en el muro occidental del Templo de Herodes, que fue el esplendor y el resplandor de toda la tierra. No les queda ya más espacio del Templo, de aquel segundo Templo, que el muro. Es el signo de los signos de su Dios. Es el signo de los signos de su identidad y de su espera.
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