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Ésto es la encarnación

Ésto es la encarnación
Encarnación y Anunciación; Anunciación y Encarnación son la entraña de Nazaret


Por: Jesús de las Heras Muela | Fuente: www.revistaecclesia.info/



El corazón del día, entre las 14 y las 17 horas de este miércoles 30 de noviembre, he estado, de nuevo, en Nazaret. Ha sido una visita diferente a las anteriores. Reiterada y conocida, pero también novedosa y gozosa.

He tenido además la suerte de poder celebrar la Eucaristía, con seis latinoamericanos y dos españoles, en la gruta misma de la Encarnación, en el habitáculo cierto en el que, según la arqueología, vivía aquella doncella nazaretana llamada María. Y al proclamar el evangelio -el texto lucano de la Encarnación- he sentido en piel viva que aquella escena narrada e inenarrable fue aquí mismo, donde estaba celebrando la Eucaristía, el fruto bendito de María, el fruto santísimo de la Encarnación.


Como hace dos mil años


Antes de peregrinar hasta el lugar santísimo, estuve, por primera vez, en un pequeño y nuevo poblado llamado "Nazaret pueblo", donde se ha recreado la vida de hace dos mil años, la vida de Jesús en Nazaret. Así se entienden mejor las parábolas, se hacen más cercanos los símbolos. Y se entiende mejor la Encarnación.


Y es que -debo reconocer-, aun pareciéndome espléndida la Basílica de la Anunciación, aún orando con emoción y gusto en la antigua sinagoga o en la Iglesia de la Sagrada Familia, lo que siempre me ha gustado más de Nazaret es recorrer sus calles, encontrarme con sus gentes, mirar sus rostros, ver la orografía del lugar, contemplar sus labores, cobijarme bajo su firmamento, escuchar sus sonidos, palpar su aire, experimentar, en suma, su paisaje y su paisanaje. Porque esto, precisamente esto, es la Encarnación.


Paredes de adobe y techo de cáñamo


La Encarnación de Dios es que Dios toma carne de hombre, manos de hombre, corazón de hombre. La Encarnación es que Dios se hace tiempo y espacio, que se esconde y se confunde entre los hombres, que es uno más entre ellos, que come con ellos la comida de ellos que es su comida, que el arado y la yunta son también sus aperos de labranza y de que como es posible que la sementera en terreno pedregoso sea también su reto, su desafío y su enseñanza.


Que su olor de humanidad se confunda con el aroma de los olivos y de las especias. Y que el sudor de su frente y de su quehacer se muela también en el molino de la vida y de los hombres. Que necesita de nuestro aceite, de su aceite, para ser ungido y para ungir, para regar y dar sabor a los alimentos y para tener a punto de la luz de la alcuza.


La Encarnación son también paredes de adobe y techo de cáñamo como los del "Nazaret pueblo" que visité a mediodía. La Encarnación es asimismo tener ojos cetrinos, mirada franca, manos rugosas y facciones bien marcadas. La Encarnación es experimentar el peso y la fatiga del día, del calor y de las horas.


Encarnación desconcertante y necesaria


Y claro, entiendo cómo hubo de desconcertar que Dios en Jesucristo fuese uno más en Nazaret. Y para colmo durante treinta teóricos, aproximados y largos años. Todavía hoy, como entonces, nos cuesta, en el fondo, entender del todo la Encarnación, tan proclives como somos a las grandezas, a las riquezas y a los honores.


Quien, por ejemplo, sí lo entendió fue Charles de Foucauld, beato desde el pasado 13 de noviembre, que se fue cuatro años a vivir y a servir a Nazaret y allí, a donde regresó después y de donde nunca se acabó de marchar, fraguó el don de su vocación, de su carisma y de su servicio.


Por todo ello, ni a Jesucristo ni al cristiano de ayer, de hoy y de siempre podremos encontrarlos en verdad sino es también en la Encarnación: con sus gentes, con sus mundos, con sus culturas y con sus causas. Los encontraremos en el Nazaret nuestro de cada día. Y los hallaremos en la Anunciación: esto es, en el anuncio, en la disponibilidad, en la ofrenda, en la entrega, en el "fiat" como María. Encarnación y Anunciación; Anunciación y Encarnación son la entraña de Nazaret.


Pero ¡qué poco sabemos de Nazaret! ¡Qué poco sabemos de la llamada vida oculta de Jesús, de su vida en Nazaret! Jesús crecía en virtud y gracia ante Dios y ante los hombres, se horneaba en el horno de la familia, del trabajo y del pueblo, permanecía oculto, pero no escondido ni ausente sino en espera de su hora: la hora de la suprema Encarnación y del anuncio.


Y éste y no otro es nuestro reto y nuestro camino: Encarnación y Anunciación; Anunciación y Encarnación. Porque Jesús sigue recorriendo nuestras calles y compartiendo nuestra suerte. Y el anuncio de Jesús es tanto más creído cuanto más vivido, más encarnado.







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