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Jesús de Tiberiades

Jesús de Tiberiades
Ha estado, está y estará en el lago. Como ha estado, está y estará en sus riberas. Esperándonos, de nuevo, con las brasas encendidas para el pescado y el pan


Por: Jesús de las Heras Muela | Fuente: www.revistaecclesia.info



Ha sido y es Jesús de Nazaret. Podía haber sido y, de alguna manera, es Jesús de Belén de Judea o Jesús de Jerusalén.

Pero tan cierto como las anteriores definiciones es que fue y sigue siendo Jesús de Tiberiades, Jesús del mar grande de Galilea, Jesús del lago de Genesaret, el lago en lengua hebrea de Kineret, que significa arpa. ¡Qué mejor, pues, para la letra de su Evangelio!


El Cristo de la vida pública, el Jesús de los milagros, el Señor de las parábolas, el Maestro de las predicaciones, el amigo de los apóstoles, el hermano de los pobres, el pescador de los alejados encuentra, en efecto, su "santuario" en un lago y en sus riberas. Si Jesús nació en Belén, si pasó su infancia, adolescencia y juventud en Nazaret, si murió y resucitó en Jerusalén, es en Carfarnaún, en las orillas del lago, donde transcurre el epicentro de su vida pública.


El misterio y la fascinación de un lago


¿Por qué un lago? Porque era el lugar de la vida de sus coetáneos de entonces; porque era el puerto de llegada y de salida del encuentro con otras gentes y con otros mundos; porque el lago significaba labor, fecundidad, riqueza y misterio; porque el lago -aquel microcosmos a doscientos metros por debajo del nivel del mar- no dejaba de ser una espléndida imagen del macrocosmos de su persona y de su misión.


Viajar a Tierra Santa, peregrinar al País de Jesús es encontrar dudas, seguridades, probabilidades, restos arqueológicos superpuestos, construcciones-destrucciones-reconstrucciones... Y es encontrar también certezas y evidencias. Y una de ellas es el lago. Este sí que es "mismísimo" lugar. Si algo no engaña es el lago. Es, en definitiva, la naturaleza, los valles, las montañas, las colinas y la entera geografía de una tierra que exhala por sus cuatro costados la verdad de Jesús y la clave para entender sus palabras, sus ejemplos, sus afanes y sus preocupaciones.


Nada hay más cierto que el lago


Después del Santo Sepulcro de Jerusalén nada hay más sagrado en Tierra Santa que el lago. Y el lago no admite disputas, ni escándalos, ni interpretaciones. Es el lago de Jesús, es el fascinante entorno, fascinado desde entonces y para siempre por la presencia en él de quien caminó sobre sus aguas, de quien pescó milagros de sus profundidades, de quien calmó sus olas, de quien ondeó y fondeó en sus barcas, de quien en sus laderas multiplicó panes y peces, de quien en sus promontorios predicó el Reino increíble y tan hermoso de las Bienaventuranzas... ¡Ay si el Lago si hablase...!


Cuatro visitas, al menos, son obligadas el recorrer el lago de Tiberiades: el Monte de las Bienaventuranzas, Tabga y la evocación en mosaico del milagro en panes y peces, el Primado y Cafarnaún, con su esplendorosa y derruida, muda y tan elocuente sinagoga.


Son cuatro visitas al menos, que requerirán una travesía en barca a través del lago para que el sol y la brisa, para que el agua y la música, bañen y acaricien al peregrino.


Y en todas ellas, en todas estas visitas y otras muchas más, y en la travesía de la barca y cada vez que se contempla el lago, sólo una actitud será precisa y será requerida: la contemplación serena y emocionada, con los ojos, con los sentidos y, sobre todo, con el corazón del lugar que hace dos mil años asistió y cobijó al Dios-hombre con nosotros y por nosotros, y que sigue siendo y seguirá siendo el mismo como nueva imagen y parábola que Él ha estado, está y estará siempre con nosotros y que nos aguarda en el alba y en la tempestad de la travesía posando sobre nuestros hombros la certeza de su amistad, la destreza de su timón y el calor inmenso de su amor.


Ha estado, está y estará en el lago. Como ha estado, está y estará en sus riberas. Esperándonos, de nuevo, con las brasas encendidas para el pescado y el pan -ahora ya Eucaristía- con que reanimar para siempre nuestra singladura. Esperándonos con su Palabra y con su Milagro. Su Palabra y su Milagro que palpitan por doquier en las riberas del lago y ya desde entonces de todos los lagos y de todas las riberas.







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