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La víspera de la PASCUA

La víspera de la PASCUA
Silencio. Oración. Es Getsemaní


Por: Jesús de las Heras Muela | Fuente: www.revistaecclesia.info



Escribo desde Getsemaní... Escribo desde Getsemaní con el alma, con el corazón, con la memoria. Getsemaní es para mí el símbolo de la víspera de la Pascua. Getsemaní ha sido siempre uno de los pasajes evangélicos de mis amores.

La peregrinación a Getsemaní es también uno de los momentos para más ansío cada vez que estoy en Jerusalén. Desde la pascua de 1992 además, cada jueves santo en la noche recuerdo mi vigilia de aquel año en esta Iglesia. En esta peregrinación del adviento de 2005, Getsemaní ha sido también cita y encuentro de intensidades, de plegarias y de ofrendas. Que no sea haga, Señor, mi voluntad, sino la Tuya. Que sepa beber el cáliz de mis tantas limitaciones y de la realidad de la vida, de las cosas y de las personas.


La víspera de la víspera


La víspera de la Pascua es el día más corto y la Pascua es el día más largo. Es un único día, conjuntado, aunado, unido para siempre en el mayor acontecimiento de la historia y de la eternidad. Es el día de los días. El día excepcional y único para la fe cristiana.


Pero cuenta con víspera y con antevíspera. Me explicaré. La Pascua comienza con la cena del jueves. Pero en sentido más amplio y también comienza el domingo anterior. Es el domingo de ramos y de palmas, de Hosannas y Aleluyas, de luz y de sonido. Arranca de Betfagé, en lo alto del monte de los Olivos, a tres kilómetros de Betania, donde con toda probabilidad Jesús pasó su ante última noche, en hogar familiar y de amistad de Lázaro, Marta y María. En una jornada inolvidable de luz de la pascua de 1992 hizo a pie y a corazón abierto aquel camino.


Desde Betfagé, Jesús, acompañado de sus apóstoles y discípulos y de tantas gentes del pueblo que lo vitoreaban y aclamaban como Rey y como Hijo de David, llegó a la ciudad santa. Hizo su entrada por la Puerta Dorada o Puerta Hermosa. Era el día del triunfo efímero, preludio, aun sin saberlo para todos, de la cruz y de la gloria. Era el júbilo del domingo de ramos, preludio de la Pascua, la víspera de su víspera.


Del Monte Sión al Monte de los Olivos


Aquel griterío, aquella fiesta multitudinaria del domingo, se tornará en intimidad, en gravedad, en silencio, en íntima en la tarde del jueves santo. Algo grande, algo único, algo definitivo habría de acontecer. Es la víspera de la Pasión, de la Muerte y de la Pascua, donde se detiene y arranca la historia.


En dos montes jerosolimitanos encuentra esta víspera sus escenarios: el monte Sión y el monte de los Olivos. Allí tuvieron lugar las horas más densas, hermosas y dramáticas de la humanidad. Fue un preludio, una obertura inmensa e intensa. ¡Y en la música, por ejemplo, cuántas veces la obertura, el preludio es ya la misma síntesis de toda la obra, su hilo conductor, su belleza máxima!


Escuchemos en la pletina del alma esta música. Pongamos el corazón de rodillas. Descalcémonos de las sandalias de las prisas y de las urgencias. Dejemos fluir por el corazón el sobrecogimiento más cierto y adulto de la gracia, del misterio y de la paradoja con que están inscritos.


El Cenáculo


Tres son los lugares excepcionales de esta víspera excepcional: el Cenáculo en el monte Sión, el lagar del aceite o Getsemaní del monte de los Olivos y la Casa de Caifás, el Sumo Sacerdote aquel año, del torrente Cedrón.


El Cenáculo, en el monte Sión, es junto a Belén, el santo Sepulcro y, por supuesto, el lago de Tiberiades, el lugar más cierto, más seguro de la vida de Jesús. En el Cenáculo se sitúan además no sólo la Ultima Cena, sino también las primeras apariciones de Jesús y la venida del Espíritu Santo -el don pascual de Jesucristo- en el día de Pentecostés. ¡Qué más de puede pedir! Por si fuera poco, en sus bajos reposa según la tradición el mismísimo rey David. Es lugar de propiedad y administración judía. En otro tiempo fue espacio musulmán como indica su "minrhab", que mira a La Meca, que llama a la oración.


El Cenáculo es lugar sacratísimo. Pleno de fuerza y de hondura. La sobriedad invade la estancia, de también inequívocas huellas cruzadas, en arcos y columnas ojivales. El Cenáculo habla de Eucaristía, de Orden Sacerdotal, de amor fraterno, de lavatorio de pies. Del evangelio del amor y del servicio. "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos... A vosotros os llamo amigos".


Getsemaní


Y del Cenáculo, como tantas veces, como tantas otras noches, con tantas otras cenas, Jesús marchó con sus apóstoles a un huerto de aceite del monte de Olivos. Pero esta noche era igual a las demás.


El huerto de los Olivos está emplazado en la falda del monte del mismo nombre, junto al Torrente Cedrón. Una multitud de olivos milenarios, retoños de aquellos a cuyo cobijo oraba el Señor, rememoran el momento, siempre la noche se hace calma y densa y el silencio envuelve y acaricia la presencia emocionada del peregrino.


El huerto de los olivos tenía para Jesús y los suyos dos espacios: uno donde Jesús oraba, otro donde tantas veces El y los suyos dormían bajo el firmamento estrellado de la creación. Sobre este último espacio los franciscanos han levantado la llamada capilla de la Prendición o del Beso de Judas. Junto a él, los ortodoxos tienen la Iglesia de la Dormición de María.


En el primero de estos lugares santos se levantó la Basílica de la Agonía o Basílica de las Naciones. En actual factura tiene menos de un siglo de existencia. Su interior impresiona por sus tonos violáceos, su oscuridad, su silencio, su tensión. "¡Padre, si es posible, pasa de mi este cáliz...! Pero no se haga mi voluntad sino la tuya". Es la hora del silencio profundo y de plegaria ardiente, del sufrimiento y de la congoja de Jesús. Una roca natural centra la Basílica. Allí acude el peregrino a depositar su beso y su oración. A releer las palabras de aquí sucedió. La roca natural de la Basílica de la Agonía está protegida por una verja baja, adornada por dos palomas de plata abatidas. Todo invita al recogimiento, a acompañar a Jesús, profundamente humano, angustiado, ofrendado a la voluntad del Padre.


Silencio. Oración. Es Getsemaní. Y como Tomás Moro, Teresa de Jesús, Pascal, el cura de Ars, Bernanos, Martín Descalzo sintámonos "prisioneros de la Santa Agonía". Porque todos nos jugamos tanto en aquel sudor de sangre de Jesús. Y es que "Jesús -como escribiera el francés Blas Pascal- estará en agonía hasta el fin de mundo, y no hay que dormirse durante ese tiempo".


El Galicanto


Y de Getsemaní, tras pasar por la ya citada gruta de la traición de Judas y del prendimiento, Jesús, esposado y apaleado, camino por el Torrente Cedrón, a la Casa de Caifás, el Sumo Sacerdote aquel año. Allí tendrá lugar el juicio religioso. Allí Jesús será encarcelado. Allí Pedro negará tres veces a Jesús mientras el gallo cantaba. Y de allí partirá para el Pretorio y comenzar el Vía Crucis. Y allí los agustinos franceses de la Asunción acababan de restaurar con primor la quizás mejor y más bella Iglesia cristiana de Tierra Santa, todo un prodigio de buen gusto y de respeto arqueológico. Es la Iglesia de San Pedro en Galicanto.


Es noche cerrada. El gallo canta. La aurora alba se aproxima y dibuja, todavía en blanco y negro, los trazos de la mañana. El día de los días está alboreando.







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