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¡Jerusalém, Jerusalém...!

¡Jerusalém, Jerusalém...!
Jerusalén significa precisamente ciudad de la paz. La paradoja no puede ser sarcasmo


Por: Jesús de las Heras Muela | Fuente: www.revistaecclesia.info



Jerusalén es una de las ciudades de mi vida... Sé que no soy nada original. En absoluto lo pretendo. Sé que así piensan y sienten sobre Jerusalén otras muchas personas.

Ya lo dije en la primera de estas crónicas peregrinas, en el primer día del diario de mi nueva peregrinación a Tierra Santa. Y hoy, después de una jornada completa bajo su sol, su calor, su atmósfera, su cielo y su suelo, vuelvo a decirlo. Vuelvo a declararme en amor a Jerusalén.


Voto de peregrinar a Jerusalén


En el primer cuarto del siglo XVI un joven inquieto llamado Iñigo, procedente del caserío de Loyola, peregrinó a Tierra Santa para imbuirse de la geografía del Señor, para encarnarse y vivir donde El se encarnó y vivió. Para palpar su Santísima Humanidad y después poder ser testigo de ella. Permaneció varias semanas en Jerusalén y Tierra Santa y nos dejó un impresionante diario de ello.


No quería regresar. Hubo de ser forzado a dejar la ciudad santa. Pero se juramentó a sí mismo que regresaría. Y que no lo haría en solitario. Unos años después, en París se juntó con otros siete jóvenes, se convirtió en su maestro espiritual y con ellos hizo en Montmatre, en el alba de un día de la festividad de la Asunción, los tres votos tradicionales más un cuarto voto de peregrinar a Tierra Santa para ser allí -aquí- misioneros y vivir como Jesús, en cuya Compañía militan, vivió.


Nunca jamás partió la nave peregrina que llevara a Tierra Santa a estos 7 miembros de la naciente Compañía de Jesús. Desde Venecia, donde esperaban la nave y donde fueron ordenados sacerdotes, se dispersaron con el firme propósito de reencontrarse, de nuevo en Venecia, y acometer la jurada peregrinación. Muy cerca de Roma, en La Storta, Iñigo entró en una capilla. Se puso a orar. Estaba atribulado, confundido. En La Storta tuvo una visión y una voz le susurró que en Roma el Señor sería propicio con él y con su Compañía. Llegó a Roma y en Roma descubrió la Jerusalén universal. Hizo nacer definitivamente su obra, la Compañía de Jesús, y sus amigos y compañeros encontraron la Tierra Santa en los confines del mundo. Es el comienzo de la historia de los Jesuitas, la primera orden religiosa masculina de la Iglesia. Y los Jesuitas y su impagable bien a los largo de estos cuatro siglos y medio, encuentran sus raíces en Jerusalén.


Y hacer de memoria y escribir de ello el 3 de diciembre de 2005 tiene además una especial significación. Hoy es la memoria litúrgica de San Francisco Javier, uno de los primeros jesuitas, uno de los juramentados de peregrinar a Tierra Santa. Y hoy empieza el Año Jubilar de la Compañía de Jesús en el 450 aniversario de la muerte de San Ignacio de Loyola y los 500 años de los nacimientos de San Francisco Javier y del Beato Pedro Fabro.


La postal de Jerusalén


Pero regresemos a Jerusalén, Antes dije -recordará el lector- que amo Jerusalén y que ya sé que no es ninguna originalidad. Tampoco es ninguna originalidad decir que la vista de esta ciudad que más me gusta es la de que se divisa desde el Monte de Olivos. Y desde su cima, me encanta descender a pie e introducirme en la magia, en el misterio, en la gracia, en la paradoja, en el bullicio, en la amalgama, en el enjambre humano y religioso de la ciudad, de la ciudad por excelencia.


Por ello, si se puede, me gusta celebrar la Eucaristía, a buena hora de la mañana, en la Iglesia del "Dominus Flevit". Por supuesto que me evoca mucho más la Iglesia de Getsemaní. Pero la capillita del "Dominus Flevit" es más pequeña, más cercana, más luminosa, más íntima, menos visitada. Ofrece el más bello retablo urbano y natural de un templo...E introduce magníficamente en la ciudad y en la historia -la historia más grande jamás contada-, que el peregrino recorrerá en las siguientes horas.


A esta postal de Jerusalén, le he añadido hoy además una nueva visita. Nunca había estado en la Iglesia ortodoxa rusa de "Santa María Magdalena", la de las cebollas doradas..., la Iglesia moscovita en Jerusalén. Cuando descendía por el monte de los olivos, la puerta de acceso a este lugar esta abierta. Y no lo dudé. Pude contemplar de cerca y por dentro el templo, que bien merece la pena.


La ciudad de la paz por llegar


La Iglesia del "Dominus Flevit" tiene forma de lágrima y evoca aquella mirada dolorida y lacrimosa de Jesús sobre Jerusalén; "¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina a su nidada bajo sus alas, y no habéis querido. Se os deja vuestra casa. Os digo que no veréis hasta que digáis: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!"


Estas palabras proféticas son recogidas por el evangelio de Mateo. También Lucas alude a ellas y añade que el mensaje de la paz está oculto a los ojos de Jerusalén. Así fue antes de Jesús, así fue en tiempos de Jesús, así fue inmediatamente después de Jesús en plena dominación romana, así fue en la época bizantina, en la primera época musulmana, en la efímera etapa cruzada, en los tiempos de los turcos, así ha sido en el siglo XX, así ha comenzado el siglo XXI.


Sin embargo, Jerusalén significa precisamente ciudad de la paz. La paradoja no puede ser sarcasmo. La ciudad y de la tierra del olivo necesita una paz justa, estable y duradera. Qué así sea. Shalom! Shalam! Amén







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