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Crónicas desde los umbrales del Cónclave. Día primero: Lunes 18 de abril de 2005
Por: Jesús de las Heras Muela | Fuente: Revista ECCLESIA
Por: Jesús de las Heras Muela | Fuente: Revista ECCLESIA
Siempre me había sentido gozosa e irresistiblemente atraído hacia la experiencia humana, periodística y cristiana de un cónclave.
Recuerdo con precisión el interés y la pasión con que seguí, a mis 19 años de seminarista de provincias, a caballo entre segundo y tercero de estudios eclesiásticos, los cónclaves de 1978. Hice mis propias crónicas, mis listas, mis apuntes, mis "rosas de los papables"..., guardé recortes, fotografías y reportajes... Todo ello -claro está- sólo para mí... Y ahora, cuando durante estos días, he recuperado aquel material -para quien esto suscribe, todo un incunable...¡!-, he sentido nostalgia, emoción y alegría.
Un cura-periodista se confiesa
Tan cierto es todo esto como cierto es que hasta última hora me resistí en creer que el Papa Juan Pablo II -el Papa de nuestras vidas, el Papa de mi vida- se moría. Si bien, no por ello, este cónclave de su sucesión "me cogió con el pie cambiado", como coloquialmente se dice. Llevaba muchos años preparándome, en mis ya largos y hermosos años de servicios a la comunicación institucional de la Iglesia, y, cuando en la tarde del 18 de abril, he ido viendo, por poner un ejemplo, los rostros y las figuras de los cardenales electores, puedo garantizar que "conocía" a casi todos y sabía siquiera los datos elementales de sus vidas y ministerios.
Dicho todo esto, cuando ahora tecleo en mi ordenador portátil, recién estrenado para la ocasión -¿qué otra ocasión podía ser mejor para ello?- experimento emoción y hasta un cierto temor de si no sabré hilvanar las ideas, transmitir los sentimientos, comunicar las informaciones y las impresiones con la precisión y el rigor precisos.
Diré también de entrada, en este largo proemio de una crónica necesariamente corta, que, junto al misterio y la inequívoca presencia de la gracia de Dios en toda esta realidad, las celebraciones externas del cónclave, lo que podemos ver y seguir desde sus umbrales, me parece -dicho sea con todo el respeto y el cariño necesarios- el mayor espectáculo del mundo. Me parecen de una belleza extraordinaria el juego de coloridos, los marcos y escenarios del cónclave, su ritmo y su liturgia, el esplendor inigualable de los frescos de Miguel Ángel, la música y los sonidos -"extra omnes" incluidos-, el lenguaje de los signos -como las "fumattas"-, la armonización entre fidelidad a la tradición de los siglos y a la adaptación a los nuevos signos mediáticos de los tiempos y, sobre todo, el sentir y el vibrar del pueblo santo de Dios, que el atardecer -en el hermosísimo "tramonto" de este lunes primaveral romano del 18 de abril de 2005- ha llenado, entre quedo, sorprendido, impaciente, sereno, expectante y orante, la plaza de San Pedro.
Detalles para una crónica de sonidos, de palabras y de imágenes
Pero, dejando sentimientos, recuerdos e impresiones, vayamos a la crónica. Lo haré como si se tratará de una transmisión en diferido para prensa, radio o televisión, que, al final y al cabo, esto mismo es y quiere ser internet.
Si en horas o citas horarias hubiéramos de reseñar esta primera jornada del cónclave de abril de 2005, los guarismos correspondientes serían cinco: a las 10 horas, con el comienzo de la solemne misa del Espíritu Santo pro eligenddo Romano Pontifice; las 11:30, hora de su finalización; a las 16:30 horas, comienzo de la procesión de los cardenales desde el Aula de las Bendiciones hasta la Capilla Sixtina, cantando las letanías de los santos; las 17:25 horas, cuando el Maestro de Ceremonias Pontificio, el arzobispo Piero Marini, pronunciaba el inefable "Extra omnes"; y las 20:05 horas, cuando, por fin, la "fumatta", con inicial cierta timidez y ambiguo color blanquecino oscuro, comenzaba a salir de la chimenea del tejado del Aula electoral, del Aula del Espíritu.
Si, por otra parte, esta crónica hubiera de buscar la frase del día, excluida ya la reiterada del "extra omnes", habría de encontrarla en la homilía del Cardenal Ratzinger, decano del Colegio Cardenalicio, sobre todo, cuando nos previno que la fe no tiene porque estar en la onda de la moda o de la novedad, sino que "la fe adulta es aquella que está profundamente enraizada en la amistad con Jesucristo y que se abre a todo lo que es bueno".
Asimismo, si a está crónica primera del cónclave de abril de 2005, le pidiéramos un sonido, una canción, creo que no habría otra mejor que el "Veni, Creator", rezando, cantando y sentido por los Cardenales y por el entero pueblo de Dios sobre las cinco de la tarde de hoy.
Si, por fin, nuestra crónica hubiera de ser icónica y hubiera de buscar una o dos imágenes, las encontraría quizás en la "fumatta nera" de las ocho y pico de la tarde y en la panorámica de los muchos miles de personas que esperaban el humo anunciador en la Plaza de San Pedro de Roma y en los millones de gentes que la seguían por los medios de comunicación.
Cierto es que no esperábamos para esta tarde el anuncio del ¡¡Habemus Papam!! Pero a nadie le amarga un dulce y durante unos segundos de incertidumbre y de expectación, mientras el humo de las ocho de la tarde acababa de definir su color, todos acariciamos la idea de que la elección podría haberse ya producido.
Dos tardes de primavera en la Plaza de San Pedro
Aunque desde hacía cerca de veintisiete años siempre me había imaginado un cónclave desde sus mismos umbrales sellados, la experiencia de vivirlo, en vivo y en directo, es distinta a la misma imaginación. Llegué a la plaza de San Pedro pasadas las seis y media de la tarde. Ya estaba casi llena. Pronto encontré amigos y conocidos. Estábamos muy próximos y enfrente de la Logia central de la Basílica Vaticana. La mirada empezaba a quedarse fijar sobre la chimenea y los comentarios no podían evitar el mismo tono y los mismos argumentos. Cuando, sobre las siete de la tarde, alargué la mirada hacia el Obelisco y la Columnata de Bernini comprobé que la Plaza estaba ya llena y cuando, poco después, quise otear la contigua Plaza de Pío XII y la Vía de la Conciliación, hallé la misma impresión.
A pesar de ello, a pesar de tantos y tantos, todos hablábamos en "soto voce", en intensa expectación y espera, en clima orante y de espera -la espera es preludio de la virtud de la esperanza-. Algunos de los amigos con los que estaba me recordaron otra tarde reciente en San Pedro de Roma: la del 2 de abril de 2005. Entonces los corazones y las miradas se dirigían hacia la luz de los apartamentos pontificios donde Juan Pablo II estaba cruzando el umbral de la Esperanza. Contaban que aquello era inenarrable, ungido de dolor y de plegaria, transido de paz y de acción de gracias, repleto de trascendencia.
Y ante este relato, recordé las palabras del cardenal decano en la homilía de la misa de esta mañana: "En esta hora, sobre todo, oremos con insistencia al Señor, para que después del gran don del Papa Juan Pablo II, nos dé ahora, de nuevo, un pastor según su corazón, un pastor que nos guíe al conocimiento de Cristo, a su amor y a la verdadera alegría. Amén". Amén.
Los umbrales del cónclave de abril de 2005 rezuman esperanza y tiempo y presencia del Espíritu y exhalan el inconfundible aroma del buen pastor que fue Juan Pablo II y del buen pastor que ahora necesitamos y que, seguro, nos traerá pronto la señal anunciadora del humo blanco y de las campanas de gloria.
Escrito por Jesús de las Heras Muela - Director de la Revista "ECCLESIA" (Enviado especial a Roma)
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Recuerdo con precisión el interés y la pasión con que seguí, a mis 19 años de seminarista de provincias, a caballo entre segundo y tercero de estudios eclesiásticos, los cónclaves de 1978. Hice mis propias crónicas, mis listas, mis apuntes, mis "rosas de los papables"..., guardé recortes, fotografías y reportajes... Todo ello -claro está- sólo para mí... Y ahora, cuando durante estos días, he recuperado aquel material -para quien esto suscribe, todo un incunable...¡!-, he sentido nostalgia, emoción y alegría.
Un cura-periodista se confiesa
Tan cierto es todo esto como cierto es que hasta última hora me resistí en creer que el Papa Juan Pablo II -el Papa de nuestras vidas, el Papa de mi vida- se moría. Si bien, no por ello, este cónclave de su sucesión "me cogió con el pie cambiado", como coloquialmente se dice. Llevaba muchos años preparándome, en mis ya largos y hermosos años de servicios a la comunicación institucional de la Iglesia, y, cuando en la tarde del 18 de abril, he ido viendo, por poner un ejemplo, los rostros y las figuras de los cardenales electores, puedo garantizar que "conocía" a casi todos y sabía siquiera los datos elementales de sus vidas y ministerios.
Dicho todo esto, cuando ahora tecleo en mi ordenador portátil, recién estrenado para la ocasión -¿qué otra ocasión podía ser mejor para ello?- experimento emoción y hasta un cierto temor de si no sabré hilvanar las ideas, transmitir los sentimientos, comunicar las informaciones y las impresiones con la precisión y el rigor precisos.
Diré también de entrada, en este largo proemio de una crónica necesariamente corta, que, junto al misterio y la inequívoca presencia de la gracia de Dios en toda esta realidad, las celebraciones externas del cónclave, lo que podemos ver y seguir desde sus umbrales, me parece -dicho sea con todo el respeto y el cariño necesarios- el mayor espectáculo del mundo. Me parecen de una belleza extraordinaria el juego de coloridos, los marcos y escenarios del cónclave, su ritmo y su liturgia, el esplendor inigualable de los frescos de Miguel Ángel, la música y los sonidos -"extra omnes" incluidos-, el lenguaje de los signos -como las "fumattas"-, la armonización entre fidelidad a la tradición de los siglos y a la adaptación a los nuevos signos mediáticos de los tiempos y, sobre todo, el sentir y el vibrar del pueblo santo de Dios, que el atardecer -en el hermosísimo "tramonto" de este lunes primaveral romano del 18 de abril de 2005- ha llenado, entre quedo, sorprendido, impaciente, sereno, expectante y orante, la plaza de San Pedro.
Detalles para una crónica de sonidos, de palabras y de imágenes
Pero, dejando sentimientos, recuerdos e impresiones, vayamos a la crónica. Lo haré como si se tratará de una transmisión en diferido para prensa, radio o televisión, que, al final y al cabo, esto mismo es y quiere ser internet.
Si en horas o citas horarias hubiéramos de reseñar esta primera jornada del cónclave de abril de 2005, los guarismos correspondientes serían cinco: a las 10 horas, con el comienzo de la solemne misa del Espíritu Santo pro eligenddo Romano Pontifice; las 11:30, hora de su finalización; a las 16:30 horas, comienzo de la procesión de los cardenales desde el Aula de las Bendiciones hasta la Capilla Sixtina, cantando las letanías de los santos; las 17:25 horas, cuando el Maestro de Ceremonias Pontificio, el arzobispo Piero Marini, pronunciaba el inefable "Extra omnes"; y las 20:05 horas, cuando, por fin, la "fumatta", con inicial cierta timidez y ambiguo color blanquecino oscuro, comenzaba a salir de la chimenea del tejado del Aula electoral, del Aula del Espíritu.
Si, por otra parte, esta crónica hubiera de buscar la frase del día, excluida ya la reiterada del "extra omnes", habría de encontrarla en la homilía del Cardenal Ratzinger, decano del Colegio Cardenalicio, sobre todo, cuando nos previno que la fe no tiene porque estar en la onda de la moda o de la novedad, sino que "la fe adulta es aquella que está profundamente enraizada en la amistad con Jesucristo y que se abre a todo lo que es bueno".
Asimismo, si a está crónica primera del cónclave de abril de 2005, le pidiéramos un sonido, una canción, creo que no habría otra mejor que el "Veni, Creator", rezando, cantando y sentido por los Cardenales y por el entero pueblo de Dios sobre las cinco de la tarde de hoy.
Si, por fin, nuestra crónica hubiera de ser icónica y hubiera de buscar una o dos imágenes, las encontraría quizás en la "fumatta nera" de las ocho y pico de la tarde y en la panorámica de los muchos miles de personas que esperaban el humo anunciador en la Plaza de San Pedro de Roma y en los millones de gentes que la seguían por los medios de comunicación.
Cierto es que no esperábamos para esta tarde el anuncio del ¡¡Habemus Papam!! Pero a nadie le amarga un dulce y durante unos segundos de incertidumbre y de expectación, mientras el humo de las ocho de la tarde acababa de definir su color, todos acariciamos la idea de que la elección podría haberse ya producido.
Dos tardes de primavera en la Plaza de San Pedro
Aunque desde hacía cerca de veintisiete años siempre me había imaginado un cónclave desde sus mismos umbrales sellados, la experiencia de vivirlo, en vivo y en directo, es distinta a la misma imaginación. Llegué a la plaza de San Pedro pasadas las seis y media de la tarde. Ya estaba casi llena. Pronto encontré amigos y conocidos. Estábamos muy próximos y enfrente de la Logia central de la Basílica Vaticana. La mirada empezaba a quedarse fijar sobre la chimenea y los comentarios no podían evitar el mismo tono y los mismos argumentos. Cuando, sobre las siete de la tarde, alargué la mirada hacia el Obelisco y la Columnata de Bernini comprobé que la Plaza estaba ya llena y cuando, poco después, quise otear la contigua Plaza de Pío XII y la Vía de la Conciliación, hallé la misma impresión.
A pesar de ello, a pesar de tantos y tantos, todos hablábamos en "soto voce", en intensa expectación y espera, en clima orante y de espera -la espera es preludio de la virtud de la esperanza-. Algunos de los amigos con los que estaba me recordaron otra tarde reciente en San Pedro de Roma: la del 2 de abril de 2005. Entonces los corazones y las miradas se dirigían hacia la luz de los apartamentos pontificios donde Juan Pablo II estaba cruzando el umbral de la Esperanza. Contaban que aquello era inenarrable, ungido de dolor y de plegaria, transido de paz y de acción de gracias, repleto de trascendencia.
Y ante este relato, recordé las palabras del cardenal decano en la homilía de la misa de esta mañana: "En esta hora, sobre todo, oremos con insistencia al Señor, para que después del gran don del Papa Juan Pablo II, nos dé ahora, de nuevo, un pastor según su corazón, un pastor que nos guíe al conocimiento de Cristo, a su amor y a la verdadera alegría. Amén". Amén.
Los umbrales del cónclave de abril de 2005 rezuman esperanza y tiempo y presencia del Espíritu y exhalan el inconfundible aroma del buen pastor que fue Juan Pablo II y del buen pastor que ahora necesitamos y que, seguro, nos traerá pronto la señal anunciadora del humo blanco y de las campanas de gloria.
Escrito por Jesús de las Heras Muela - Director de la Revista "ECCLESIA" (Enviado especial a Roma)
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