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El camino de la felicidad

El camino de la felicidad
4o domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo A. Las bienaventuranzas.


Por: P. Jesús Martí Ballester | Fuente: Catholic.net



4o domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo A.



EN LA POBREZA DE ESPÍRITU ESTA COMPENDIADA LA MULTITUD DE DICHAS PROMETIDAS POR DIOS Y RESUMIDAS POR JESUS.

LA OBSERVANCIA DE LA PALABRA DE DIOS REZUMA ALEGRIA Y DICHA.

EL MONTE DE LAS BIENAVENTURANZAS, «LA CUMBRE MAS ALTA DE LA TIERRA»


1.. "Buscad al Señor los humildes. Dejaré en medio de tí un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor" Sofonías 2,3. El Profeta invita a los humildes al cumplimiento de las que Jesús llamará después bienaventuranzas. A continuación, juzga a "la ciudad rebelde, manchada y opresora, que no ha obedecido, ni escarmentado, no ha puesto su confianza en el Señor, ni se ha acercado a su Dios" (Sof 3,1). Dios había quedado desdibujado en aquella generación: gobernadas por ineptos, ambiciosos y tiranos, personados en fieras salvajes y hambrientos: "Sus jefes son como leones rugiendo; sus jueces, lobos a la tarde, sin comer desde la mañana" (Sof 3,2). Cuando falta Dios, o cuando se falsea su imagen o se desvirtúan sus mandamientos, falta la ética, la moral y la justicia y los que están arriba y los que detentan el poder, porque creen que nadie les ha de pedir cuentas, y no tienen más horizonte que el material, piensan y se jactan: "¡Venga!, a disfrutar de los bienes presentes, a gozar de las cosas con ansia juvenil; ciñámonos coronas de capullos de rosas, antes de que se ajen" (Sab 2,6). Ahora que tenemos el poder, hacer todas las concesiones que nos mantengan en él, a costa de lo que sea, porque si lo perdemos otra vez, no se cuándo lo volveremos a recuperar...Por eso para el profeta Sofonías, lo que importa es el temor del Señor y la confianza en El. Para él tiene menos importancia la pobreza material.

2. En efecto, la riqueza en cualquier orden: dinero, talento, poder, belleza, relaciones sociales, influencia, títulos nobiliarios, de suyo, entitativamente, es átona, indiferente, incolora. Es un medio, un instrumento, una capacidad. Como todos los medios, puede ser empleada correctamente o incorrectamente, como el arte de tocar las castañuelas, que escribió el p. Rojas: Punto primero: las castañuelas se pueden tocar o no tocar. Punto segundo: Puestos a tocar las castañuelas, se pueden tocar bien o tocar mal. Punto tercero: Puestos a tocar las castañuelas es mejor tocarlas bien y tocarlas mal, La libertad humana tiene la oportunidad con ella de inclinarse a la derecha o deslizarse a la izquierda. Según la inclinación que se adopte, la riqueza será un poderoso aliado, o un pernicioso escalón. Como la experiencia nos dice que los días de claro sol han elevado menos ojos al cielo, que la oscuridad de la noche; y que es más fácil que uno piense en Dios cuando sufre carencias que cuando está saciado, ahí es donde reside la peligrosidad de la riqueza: “El pueblo pobre y humilde, confiará más fácilmente en el nombre del Señor”. El pueblo rico, confiará más fácilmente en sus poderes, porque los tiene, que en el Señor; pero los justos podrán decir de él: “Mirad al valiente que no puso en Dios su apoyo, confió en sus muchas riquezas, se insolentó en sus crímenes. Pero yo, como verde olivo, confío en la misericordia de Dios por siempre jamás” Salmo 51. El que no tiene poderes no puede, aunque quiera, confiar en ellos. Sólo en el Señor puede depositar su confianza. Y esa es la experiencia que nos aporta hoy San Pablo en su carta a los Corintios: “En vuestra asamblea no hay muchos sabios, ni poderosos, ni aristócratas”. Por eso no pueden presumir de otra cosa que de la piedad del Señor. Y como el Señor es Padre Omnipotente y Misericordioso, dador de la pobreza y de la riqueza, de la vida y de la muerte; y porque los que confían en El van a salir mejor parados, por eso los llama a todos “BIENAVENTURADOS”, “DICHOSOS”, FELICES. Pero, ¿qué me dice usted? Bienaventurados, dichosos, felices los pobres… Usted está de broma… o chalado… No he terminado el párrafo. Me he quedado en la prótesis. Déjadme que termine con la apódisis: “Porque de ellos es el Reino de los cielos, poseerán la tierra, los que lloran serán consolados, serán saciados, verán a Dios, de ellos es el Reino de los cielos”.

3. El Reino de los Cielos. El Reino de los Cielos. A este Reino nos conduce la Esperanza, de la que Benedicto XVI nos ha dedicado una Encíclica espléndida y profunda. Permitidme que os recuerde esta enjundiosa cita: “En la configuración de los edificios sagrados cristianos, que quería hacer visible la amplitud histórica y cósmica de la fe en Cristo, se hizo habitual representar en el lado oriental al Señor que vuelve como rey –imagen de la esperanza–, mientras en el lado occidental estaba el Juicio final como imagen de la responsabilidad respecto a nuestra vida, una representación que miraba y acompañaba a los fieles justamente en su retorno a lo cotidiano. En el desarrollo de la iconografía, sin embargo, se ha dado después cada vez más relieve al aspecto amenazador y lúgubre del Juicio, que obviamente fascinaba a los artistas más que el esplendor de la esperanza, el cual quedaba con frecuencia excesivamente oculto bajo la amenaza.

4. En la época moderna, la idea del Juicio final se ha desvaído: la fe cristiana se entiende y orienta sobre todo hacia la salvación personal del alma; la reflexión sobre la historia universal, en cambio, está dominada en gran parte por la idea del progreso. Pero el contenido fundamental de la espera del Juicio no es que haya simplemente desaparecido, sino que ahora asume una forma totalmente diferente. El ateísmo de los siglos XIX y XX, por sus raíces y finalidad, es un moralismo, una protesta contra las injusticias del mundo y de la historia universal. Un mundo en el que hay tanta injusticia, tanto sufrimiento de los inocentes y tanto cinismo del poder, no puede ser obra de un Dios bueno. El Dios que tuviera la responsabilidad de un mundo así no sería un Dios justo y menos aún un Dios bueno. Hay que contestar este Dios precisamente en nombre de la moral. Y puesto que no hay un Dios que crea justicia, parece que ahora es el hombre mismo quien está llamado a establecer la justicia. Ahora bien, si ante el sufrimiento de este mundo es comprensible la protesta contra Dios, la pretensión de que la humanidad pueda y deba hacer lo que ningún Dios hace ni es capaz de hacer, es presuntuosa e intrínsecamente falsa. Si de esta premisa se han derivado las más grandes crueldades y violaciones de la justicia, no es fruto de la casualidad, sino que se funda en la falsedad intrínseca de esta pretensión. Un mundo que tiene que crear su justicia por sí mismo es un mundo sin esperanza. Nadie ni nada responde del sufrimiento de los siglos. Nadie ni nada garantiza que el cinismo del poder –bajo cualquier seductor revestimiento ideológico que se presente– no siga mangoneando. El cristianismo puede y debe aprender siempre de nuevo de la rigurosa renuncia a toda imagen, que es parte del primer mandamiento de Dios (Ex 20,4).

5. La verdad de la teología negativa fue resaltada por el IV Concilio de Letrán, el cual declaró explícitamente que, por grande que sea la semejanza que aparece entre el Creador y la criatura, siempre es más grande la desemejanza entre ellos. Dios mismo se ha dado una «imagen»: en el Cristo que se ha hecho hombre. En Él, el Crucificado, se lleva al extremo la negación de las falsas imágenes de Dios. Ahora Dios revela su rostro precisamente en la figura del que sufre y comparte la condición del hombre abandonado por Dios, tomándola consigo. Este inocente que sufre se ha convertido en esperanza-certeza: Dios existe, y Dios sabe crear la justicia de un modo que nosotros no somos capaces de concebir y que, sin embargo, podemos intuir en la fe. Sí, existe la resurrección de la carne. Existe una justicia. Existe la «revocación» del sufrimiento pasado, la reparación que restablece el derecho. Por eso la fe en el Juicio final es ante todo y sobre todo esperanza, esa esperanza cuya necesidad se ha hecho evidente precisamente en las convulsiones de los últimos siglos”.

6. La Palabra de Dios resuma alegría, gozo, dicha, bienaventuranza. Cuando Jesús, llamados ya los doce, comienza a predicar la Buena Noticia, ofrece, antes que su Palabra, el espectáculo fascinante de aquel grupo de hombres, rebosantes de alegría, que eran su mejor y más atractivo pregón. Eran una familia en perenne fiesta de amor. Jesús les decía: “Cuando ayunéis no pongáis cara triste” (Mt 6,16). Lo que les molestaba de los discípulos a los fariseos, e incluso a los discípulos de Juan, más que el hecho de no ayunar, era su alegría: “¿Por qué mientras nosotros y los fariseos ayunamos, tus discípulos no ayunan?” (Mt 9,14). Jesús no contestó sobre el ayuno sino sobre la tristeza: “Pueden acaso los invitados a la boda ESTAR TRISTES mientras el novio está con ellos?” (Ib). Y voy a aventurar una imagen: Si los “hippies” (entiéndaseme bien), no hubieran errado el camino, podrían darnos una imagen exterior parecida a la dicha interior y exterior del equipo de Jesús. Con la diferencia de que aquellos no podían ser felices por dentro porque su interior estaba desquiciado, los discípulos de Jesús, sí, como cualquier hombre o mujer que quiera hoy, ahora mismo, comenzar a vivir ese camino, porque la dicha feliz de los que viven las bienaventuranzas no sólo es trascendente, sino inmanente. En los libros sagrados encontramos más de cien veces la palabra fascinante: DICHOSOS. Repetidas veces llaman dichoso al que camina con vida intachable (Sal 118); al que cuida del pobre y del débil (Sal 40); al que confía en el Señor (Sal 83); a los que escuchan la palabra de Dios (Lc 11,28); al que se le ha perdonado su pecado (Sal 31,1); al invitado al banquete de las Bodas del Cordero (Ap 19,9); a los que creen sin haber visto (Jn 20,29)... No es extraño pues, que hoy, en el Sermón de la Montaña comience Jesús, proclamando, con el ritmo solemne y cadencioso de su lengua aramea, el resumen de todas esas felicidades, en ocho bienaventuranzas, algo así, como que los diez mandamientos se encierran en dos. Si el pueblo de Dios ha de ser pobre y humilde, nos interpela fuertemente el comprobar que los pueblos más ricos y poderosos son los, teóricamente, cristianos. El problema se agrava si las riquezas son fruto de la injusticia y de la insolidaridad. Ser fieles al mensaje de Jesús es ser pobres para que no haya pobres, siguiendo las huellas de Jesús que se hizo pobre para enriquecernos.

7. Cuando se posee la riqueza y se es temeroso de Dios y humilde, lo cual es posible, no se abusa ni del poder ni de la riqueza, sino que se los utiliza para promocionar al hombre, para cultivar la paz, para desterrar la pobreza o miseria material, lacra del mundo, para crear nuevas empresas, fuente de puestos de trabajo y para cultivar los valores humanos, la honradez, el trabajo, la constancia, la veracidad, la solidaridad ... Pero si se borra a Dios del horizonte, que, en fin de cuentas, es el que pide cuentas, toda injusticia es posible, todo desplome esperado. "Como no temo a Dios ni a los hombres" (Lc 18,4), decía el juez injusto, hago lo que me da la gana.

8. Ante tanta sinrazón e injusticia, ante tanto materialismo y desenfreno, se hace necesaria la intervención de Dios, que se desborda en promesas de restauración mesiánica: "Purificaré los labios de los pueblos para que invoquen todos el nombre del Señor" (Sof 3,9); y la promesa de una restauración interior, una nueva creación por la "que no tendrás que avergonzarte de las acciones con que me ofendiste, porque extirparé tus soberbias bravatas" (Sof 11); de una transformación interior en Cristo obrada por el Espíritu.

9. También hoy, frente a los satisfechos de este mundo, y al “océano nihilista” de una humanidad que ha perdido hasta los puntos de referencia” (Olegario G. de Cardedal), Jesús, como nuevo Moisés, que está creando un pueblo nuevo, presenta a sus discípulos las Bienaventuranzas, proclamas solemnes y magistrales, que describen el nuevo espíritu que él va a predicar y revelan con matices diferentes, una misma actitud coherente: "Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos" Mateo 5,1. Al materialismo denunciado por Sofonías, opone Jesús la bienaventuranza de la pobreza espiritual, de la paciencia en el sufrimiento y en el llanto, del hambre y sed de justicia, de la misericordia y limpieza de corazón. En definitiva, su propio autorretrato. El es el pobre, el manso, el que no se recató de que le vieran anegado en llanto, y envuelto en sudor de sangre, el que tuvo hambre y sed de justicia, “Corro a la fuente, deseo llegar a la fuente de agua viva, fuente en la que mi sed interna desea saciarse. Padezco sed en el destierro, sed en la carrera, pero no me saciaré sino a la llegada” (san Agustín) el misericordioso, el limpio de corazón, Quien tiene un corazón limpio, libre de trampas, de cálculos y dobles intenciones, transparente, sincero, no hipócrita, piensa bien y desea el bien, confía y no juzga, es capaz de ver el misterio de las cosas, de las personas y, sobre todo, de Dios. Él es una profunda y constante experiencia en su vida. El que trabaja por la paz. Y el que perseguido murió. Jesús designó a los humildes como dichosos. El es el primer hombre bienaventurado, porque goza de la misma bienaventuranza de Dios, que no tiene su corazón ni en la tierra ni en nada de la tierra. Dios es bienaventurado porque es feliz y se sabe feliz, porque no necesita nada, pues en él está todo y quien se acerca a él y deja sus ambiciones terrenas, es igualmente feliz. Pero Jesús sabía que el día que predicó las Bienaventuranzas, había firmado su propia sentencia de muerte, ha dejado escrito Fulton Shen. Jesús fue el gran perseguido hasta la muerte, por defender la verdad, la justicia y la voluntad de Dios. La persecución es la consecuencia inevitable de la opción por el reinado de Dios. El verse perseguido es señal clara de haber entrado en el proyecto de Jesús, en el reino de Dios. Quienes tienen que soportar la persecución son los que verdaderamente tienen a Dios por rey.

10. Las proclamaba en un monte, cercano a Cafarnaúm, como un eco, perfección y plenitud del monte Sinaí, pero las tenía que consumar en otro monte, clavado en la cruz. El sabe que las Bienaventuranzas son la opción por una locura, la del amor. Son un monte de alegría pero de la que hay al otro lado de la zarza ardiendo. En el Monte de las Bienaventuranzas, donde Jesús proclamó la nueva ley, ese amor que infunde el Espíritu Santo en nuestros corazones.

11. Las Bienaventuranzas son la expresión de la santidad de Cristo. No constituyen un código abstracto de comportamiento. Jesús hace su «autorretrato», no se funda en libros o en lugares raros, sino que habla de sí mismo: Él es el pobre de espíritu, el manso, el perseguido, el pacificador... «Aprended de mí». Jesús es el nuevo «código de santidad» que tiene que quedar impreso en los corazones y que hay que contemplar bajo la acción del Espíritu de Dios. La Pasión es la coronación de su santidad: el beso de Judas, la mirada a Pedro, sus palabras «Padre, perdónales»..., todo es amor. Las Bienaventuranzas son un modelo que hay que imitar. Hay que hacer un examen de conciencia utilizando su enunciado. Se trata de mirarse al espejo de las Bienaventuranzas:¿Soy pobre de espíritu? ¿Soy humilde y misericordioso? Jesús fue todo misericordia, se conmovía ante todo tipo de necesidades, prefería “la misericordia al sacrificio” (Mt 9, 13). La persona misericordiosa orienta la vida al servicio de los demás. ¿Soy puro de corazón? ¿Siembro paz? ¿Soy "bienaventurado, es decir, "feliz, no condenado"?-.

12. El misterio del perdón. Jesús nos invita a la reconciliación y a perdonar, hasta setenta veces siete, a crear paz a nuestro alrededor.

A destruir la enemistad, no a los enemigos. Él es nuestra Paz.

13. Las Bienaventuranzas son un don de la gracia que tenemos que hacer nuestro a través de la fe y de los sacramentos, de manera especial en la Eucaristía: Jesús no sólo nos da lo que tiene, sino también lo que es, es hijo y nos hace hijos, es santo y nos hace santos. «Al acercarnos a la comunión nos sentimos manchados, nos dan miedo nuestros defectos, nuestra indignidad: es el momento de hacer un gran acto de fe y creer firmemente que todo esto penetra en el mar incandescente de la santidad de Cristo, en él se hunde, es destruido... Me viene a la mente una imagen de cuando era pequeño. Observaba cómo hacían la cal en aquellos tiempos, cuando se hacía en casa. Se echaban piedras en la cal viva y poco después, ante nuestra maravilla de niños, estas piedras se disolvían y se convertían en polvo. Lo mismo sucede con nuestros pecados». El Monte de las Bienaventuranzas de Galilea está a pocos metros sobre el nivel del mar y, sin embargo, es la cumbre más alta de la tierra. Es el monte de la llamada universal a la santidad, que el Vaticano II ha proclamado, como ningún otro Concilio y que Juan Pablo II, ha repetido con insistencia en la "Tertio Milenio ineunte": «el ardor de la caridad» puede vencer «la tentación de una religiosidad epidérmica y folclórica» para convertirse en «un ambiente adecuado en el que se puede educar a los fieles en esa elevada expresión de la vida cristiana ordinaria, que es la santidad». «Con este estímulo, los creyentes no se contentarán con una existencia caracterizada por la mediocridad o por el "minimalismo" ético, sino que asumirán más bien una conciencia más intensa de los compromisos del Bautismo». Pues, «cuando crece la tensión a la santidad, se supera todo cansancio y desilusión, se refuerza la "fantasía de la caridad" y madura la atención a cuantos están afligidos por antiguas y nuevas pobrezas». El cristiano advierte la necesidad de afrontar con valor y competencia los graves problemas sociales y culturales del momento presente y está dispuesto a aceptar los desafíos planteados por el ambiente en que vive, ofreciendo una aportación personal para que crezca la calidad de la convivencia civil». Y hay que prestar particular atención a la familia, «célula primaria de la sociedad y alcázar para el futuro de la humanidad, reaccionando con firmeza a las presiones culturales que ofenden y relativizan el valor del matrimonio», ha dicho Juan Pablo II.

14. Para seguir ese camino, Dios se ha complacido en "escoger la gente baja del mundo, la despreciable, lo que no cuenta para anular lo que cuenta" 1 Corintios 1,26. El mismo Pablo fue a Corinto a predicar "con una sensación de impotencia y temblando de miedo" y no confiando en el poder de la persuasión de la elocuencia humana, "sino en la manifestación y en el poder del Espíritu" (1 Cor 2,3). Cuando Dios por tanto, designa a un Superior, no elige a una persona para sentarse a la cabecera de la mesa, ni para llevar unas insignias o distintivos que la hagan brillar más, sino para que sepa sacar de las personas que tiene que presidir la máxima potencialidad, lo mejor de ellos mismos. El Superior debe estudiar a los hermanos para conocer a fondo sus capacidades, para superar sus complejos y eliminar sus limitaciones, para ayudarles a crecer y a desarrollarse, sobre todo en el trato con el Señor. Para ponerse en su lugar como las muletas con las que un cojo puede caminar a la santidad. En fin, para ser el último de todos y el servidor de todos, como ha dicho Jesús. Se pondera del Padre Arrupe su gran respeto a las personas: "Yo no puedo gobernar de otra manera. No soy autoritario. Yo les explicaba y que ellos decidieran". De San Alberto Magno se conoce que renunció a su cátedra de la universidad de París en favor de su discípulo Tomás de Aquino, llamado a iluminar a la Iglesia. Felices...

15. Quienes pueden ver y valorar los pequeños-grandes milagros que se producen cada día en nuestro mundo, desde el amanecer hasta la puesta del sol. Quienes son capaces de prescindir de todo lo que les ata, porque ya son libres. Quienes se bañan cada mañana en las aguas ardientes de la ternura y la alegría. Quienes se reenamoran cada mañana y reinventan los besos, las flores, las palabras, las miradas. Quienes rezan sin prisa, sin método, como si hablaran con su mejor amigo. Quienes derraman una lágrima ante la imagen de una mujer maltratada. Quienes siguen soñando, recuerdan sus sueños e intentan hacerlos realidad. Quienes se detienen en el sendero de la vida, miran a su alrededor y continúan caminando. Quienes se reservan cada día unos momentos de silencio para entrar en su corazón. Quienes beben en las fuentes de la Palabra y de los acontecimientos cotidianos. Quienes no se dejan abatir por los problemas ni se complacen excesivamente en sus éxitos. Quienes se conmueven y luchan por eliminar la miseria, el odio, la insolidaridad y la injusticia Quienes mantienen la esperanza, a pesar de tanta muerte, hambre y violencia. Quienes celebran con gozo las pequeñas victorias de los pobres. Quienes tejen con paciencia y firmeza a su alrededor redes de solidaridad. Quienes llenan su corazón de amor por la Madre Tierra y la cuidan con ternura. Quienes son vulnerables, lloran, gozan, caminan... cerca de los afligidos. Quienes han descubierto que su cadena original de ADN y la de la humanidad es el amor. Quienes trabajan por la paz en su vida y luchan por la justicia en el mundo. Quienes son perseguidos por seguir tercamente la estrella de la utopía. Quienes mantienen una búsqueda permanente del Misterio en lo profundo de su corazón y en el de los demás.

16. Podemos afirmar rotundamente que la dicha de los pobres tiene una base inconmovible, que consiste en que el Señor "hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos, abre los ojos al ciego, endereza a los que ya se doblan, ama a los justos, guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda y desbarata el camino de los malvados" Salmo 145. Por eso, estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. ¿Lloró Jesús? Jesús lloró nuestras lágrimas ante la muerte de su amigo Lázaro y las suyas propias en Getsemaní. ¿Quiénes sufren a nuestro lado? ¿Cómo podemos llevarles la Buena Noticia de las bienaventuranzas? “Lo que sois habla más alto que lo que decís” ha dicho Emerson.

17. Creamos firmemente que ahora en la Eucaristía vamos a recibir al Bienaventurado y feliz Jesucristo, que actúa en nosotros hoy toda la felicidad, y es capaz de llevarla hasta las raíces más profundas del mundo, a las cuales llega la Redención de su Sangre. Pongámos nuestra súplica en las manos de la Madre de la Misericordia.

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jmarti@ciberia.es







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