El trigo y la cizaña
El trigo y la cizaña
Por: P. Jesús Martí Ballester | Fuente: Catholic.net
La pequeñez del grano de mostaza y el puñado de levaudra
1. Después de la parábola del sembrador que esparce la semilla buena en tierras diferentes en la que Jesús destaca el anuncio del gozo de la abundante cosecha, es lógico que apareciera el otro sembrador, el de la cizaña.
En la meditación de las Dos Banderas de los Ejercicios Espirituales, San Ignacio presenta a dos caudillos disputándose el dominio de las gentes de toda la tierra, y arengando con sus promesas y condiciones a sus moradores todos. Cuando los discípulos piden a Jesús que les explique la parábola, personaliza el trigo y la cizaña, cosa que no hizo en la parábola del sembrador: la buena semilla son los hijos del reino; la cizaña son los hijos del maligno.
Si la siembra es abundante en ambos sentidos, y el campo donde se siembra es el mundo, Jesús está describiendo con realismo la coexistencia de los buenos y de los malos hasta la consumación del mundo, donde va a aparecer su justicia. De donde se deduce que la enseñanza principal de la parábola es que en el mundo coexistirán siempre santos y pecadores, justos e injustos. Y cuando envía a sus discípulos como corderos entre lobos, les previene que sean prudentes y precavidos, pero también que traten de aceptarse y de dar tal luz que consigan hacer corderos a los lobos. Y si tienen que convivir corderos entre lobos, cuánto más hombres de etnias diferentes. Ya dijo San Agustín que el malo existe en el mundo para que pruebe al bueno y para darle la oportunidad de que se haga bueno y se convierta.
La mala hierba acompañará durante mucho tiempo al buen trigo; y si se intenta arrancar la cizaña, se puede arrancar también el trigo, porque están enraizados y además porque se le quita a la cizaña la oportunidad de convertirse en trigo. Sólo cuando llegue la hora de la cosecha, la cizaña contumaz será cizaña y el trigo será trigo. Mientras dura el tiempo no son los cosechadores quienes deben decidir arrancar la cizaña.
2. Jesús quiere que sus discípulos eviten el celo intempestivo, y la condena impetuosa de los malos, porque él quiere que los hombres cambien. Sólo en la última hora se hará la selección: serán enviados al horno encendido y al llanto y crujir de dientes los que obran la iniquidad, y los justos brillarán como el sol. Jesús no separa la misericordia de la justicia.
3. Jesús propuso otra parábola: la del grano de mostaza, que nos sugiere que la vida más que de cosas grandes, está sembrada de cosas y acontecimientos pequeños. Decía Teresita del Niño Jesús que Dios no necesita grandes obras, sino nuestro amor. La grandeza no está en la espectacularidad, sino en la vida misma, con su mosaico de actos pequeños realizados minuto a minuto, (“sufro por minutos” -decía Teresita-), con amor intenso, verdadero y profundo. Jesús aparece en el evangelio observador y enamorado de lo ordinario y de lo menudo, y se sirve para su predicación, de las flores, de los pájaros, de la siembra de la semilla, del grano de la mostaza, del puñado de levadura que había visto en manos de su Madre, de la pesca, de los amigos, del comerciante en perlas, de los niños y de los lirios del campo.
Creía en la grandeza y en la fecundidad de lo pequeño. Y así nos dice: “El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza, que un hombre sembró en su campo”. Esa semilla diminuta, llega a ser más alta que las hortalizas, hasta convertirse en un arbusto que llega a medir hasta cuatro metros de altura, donde los pájaros anidan.
4. Y siguiendo con lo pequeño: “El reino de los cielos se parece a un puñado de levadura” que mezclado y perdido en la harina, se convierte en el pan de cada día. Como la levadura necesita agua para obrar, necesita agua la semilla para germinar y granar.
Esta mañana veía yo la siembra de petunias realizada en mi huerto y me he dado cuenta de que los arriates que habían sido regados, habían germinado, crecido y florecido, y los que no habían sido regados o poco, se han retrasado. Y he pensado en las palabras de la Virgen a Santo Domingo de Guzmán, cuando predicaba intentando convertir a los albigenses: “Domingo, siembras mucho y riegas poco”. Y he reafirmado y renovado mi convicción de que hay que regar más para que la semilla arraigue, germine y florezca.
5. “No hay más Dios que tú, que cuidas de todo para demostrar que no juzgas injustamente” Sabiduría 12,13. En el admirable orden del universo brilla la justicia distributiva de Dios. El, que ha destinado a cada ser una naturaleza y una misión para conseguir el fin último, que es la manifestación de su bondad infinita, de su sabiduría insondable, y de su belleza inmensa, ha otorgado a cada uno las propiedades de su naturaleza, y lo ha situado en su jerarquía, y ha repartido sus dones y sus gracias, ministerios y carismas, con la riqueza que corresponde a su fin, para que todos puedan dar su nota propia en el universo, que construya la armonía y la felicidad. Y todo ello, no porque Dios deba nada a las cosas creadas, sino porque lo debe a su propia justicia que, por ser una perfección, ha de estar en Dios, que es la perfección absoluta, e infinita.
Así lo testifica San Dionisio: “ Se comprueba que la justicia de Dios es verdadera, cuando se ve que da a todos los seres lo que les corresponde según la dignidad de cada uno, y que conserva la naturaleza de cada cosa en su propio sitio y con su propia fuerza”.
6. La Revelación nos dice:
“En sus días se salvará Judá, Israel vivirá en paz, y le darán el título ‘Señor, justicia nuestra’” (Jr 23,6).
“Lo que has hecho con nosotros está justificado, todas tus obras son justas, tus caminos son rectos, tus sentencias son justas” (Dn 3,27).
“Porque el Señor es justo y ama la justicia: los honrados verán su rostro” (Sal 11,7).
“En la siega... se revelará el justo juicio de Dios, que pagará a cada uno según sus obras” (Rm 2,5).
“Mía es la venganza, yo daré lo merecido” (Rm 12,9).
Y pudo decir San Pablo: “Ahora ya me aguarda la merecida corona con la que el Señor, juez justo, me premiará el último día” (2 Tim 4,8).
7. Porque es justo y eterno y además es amor que no quiere que nadie perezca, sino que todos se salven (Tim 2,3), espera pacientemente a que sus criaturas se realicen y lleguen a su madurez, y a que los pecadores se conviertan.
Entre tanto les rodea de oportunidades de salvación, les prodiga abundantemente su palabra, les edifica y les llama por medio de los ejemplos de los buenos, les envía sus gracias y toques por los méritos de la oración de su pueblo consagrado y por los innumerables medios que tiene su poder infinito, desconocidos para nosotros, pobres hombres.
8. “El es grande y hace maravillas” Salmo 85. Las mayores maravillas del Señor las ha obrado y las está obrando en los hombres, en los que, con su gran sabiduría, va realizando siempre y ahora y mañana, la conversión y liberación de sus corazones. Y el establecimiento de su reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz. Porque “es clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y leal”.
9. Pidámosle que nos mire y que tenga compasión de nosotros. El ha sembrado la buena semilla de su Palabra, que es él. Y se ha sembrado en el surco de la tierra esperando el fruto bueno de toda la creación para entregarla a su Padre. Pero el enemigo sembró la cizaña.
La impaciencia de los buenos, que siempre se creen los mejores y juzgan a los demás como cizaña, quiere precipitar el desenlace. Esa actitud impediría la verdadera selección, porque él ha dado a su pueblo, a sus hijos, la dulce esperanza de que da lugar a que los pecadores se arrepientan.
Tengamos paciencia, tanto si la cizaña brota en nuestro corazón y, aunque luchamos sin cesar, ahí está tozuda la raiz, como, y mucho más, si crece a nuestro lado. Dejemos obrar al tiempo y a la gracia, hasta la hora de la siega.
10. Por lo demás, el Reino pide una gran paciencia. La que se necesita para que el grano de mostaza se convierta en un árbol (Mc 4,31), y que un puñado de levadura fermente toda la masa (Mt 13,13). Y una gran vigilancia, porque la vida del hombre es una contínua milicia.
El que no quiera luchar será vencido. No soñemos con un mundo paradisíaco, que no es de este mundo. En éste debemos llevar la cruz con constancia, huir las ocasiones, orar, mortificar las obras de la carne, y ayudar a nuestros hermanos a luchar y a vencerse.
En el mundo actual se respira un ambiente infectado de cizaña, el permisivismo, que todo lo tolera, el relativismo, que propaga la inmoralidad y justifica la injusticia y difunde una actitud muelle que invita a la ley del menor esfuerzo, de la comodidad y de disfrutar a tope de la vida.
Para ser buena semilla debemos luchar sin desfallecer y ser mártires sobre el asfalto: Escribía San Pablo “Muchos viven como os dije tantas veces, y os lo repito con lágrimas, como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo final es la perdición, cuyo Dios es el vientre, y cuya gloria está en sus vergüenzas, que no piensan más que en las cosas de la tierra” (Fil 3,18)
11. “Obrando así enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano”. Si él tiene paciencia y espera culminar la obra de sus manos con éxito; si tanto nos ha esperado y espera, debemos nosotros acompasar nuestro paso al de Dios y ser tolerantes y respetuosos con el ritmo de los hermanos, esperando que todo saldrá bien el día de la siega.
La incomprensión, el ritmo de los tiempos, la intemperancia e impaciencia, la inhumanidad en el trato con las almas, la exigencia quejumbrosa siempre atenta a ver la paja en el ojo de los demás, no son notas del Reino de Dios, que es paz y serenidad en la vida. Ante todo, humanos.
12. Ahora, consagrado el cuerpo y la sangre de Cristo por el ministerio del sacerdote que obra in persona Cristi, en su propia representación, apresurémonos a comer de ese pan, que Él siembra en nuestro ser personal para que demos mucho fruto. Fruto de vida eterna (Jn 4,36).
Jesús Martí Ballester
jmarti@ciberia.es