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La Sagrada Familia

La Sagrada Familia
El Niño crecía y se llenaba de Sabiduría. El amor debe ser la ley suprema tanto en el hogar como en todas las relaciones sociales.


Por: P. Jesús Martí Ballester | Fuente: Catholic.net



1. La fiesta de hoy nos introduce en la intimidad de la Sagrada Familia en la que creció el Hijo de Dios y evoca las virtudes domésticas que reinaban en el hogar de Jesús: fidelidad, trabajo, honradez, obediencia, respeto mutuo y amor entre los padres y el hijo... y pide que sigan teniendo vigencia en nuestras familias.

2. La Sagrada Escritura describe los deberes de los hijos muy concretamente y a la vez con suma delicadeza. Los padres ancianos, aunque ”su mente flaquee”, deben ser cuidados y tratados con respeto, y no abochornados por el hijo --mientras es fuerte--. El que no honra a sus padres, no experimentará ninguna alegría de sus propios hijos. En cambio, la piedad para con los padres será tenida en cuenta para obtener el perdón de los propios pecados. "El que honra a su padre expía sus pecados. El que respeta a su madre acumula tesoros" Eclesiástico 3,3. Buena lección para la sociedad nuestra. Si este mundo se enfoca como un jardín de placeres, con la finalidad de pasarlo bomba, y como estación término, todo se explica. Pero si se ve con ojos de evangelio, hemos de rectificar muchas conductas.

3. El amor mutuo entre padres e hijos se fundamenta con una psicología insólitamente profunda: la obediencia de los hijos a los padres le gusta al Señor, que ha dado ejemplo de esta obediencia (Lc 2,51). También la conducta de los padres se puntualiza con precisión: “Hijos, obedeced a vuestros padres, que eso le gusta al Señor. Padres, no seáis posesivos, para que no se desanimen vuestros hijos" Colosenses 3,12. Tampoco les sobreprotejáis en exceso, porque se quedarán enanos, no crecerán y estarán necesitando a todas horas y en todos los problemas, el paraguas de papá, la sombrilla de mamá. ¡Yo bendigo el día en que el Obispo, a mis veinticuatro años, me nombró párroco y tuve necesidad de sacarme las castañas del fuego con mis propias manos! --No exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos--. La autoridad de los padres ha de fomentar en los hijos su coraje de vivir, su cratividad y espíritu de iniciativa, lo que pertenece a la esencia de la autoridad, que en su sentido etimológico significa fomento, más que potestas. Y el deber educador ineludible de los padres también nos conduce al sentido etimológico del vocablo latino educere, que significa sacar, hacer aflorar. La imagen plástica sería la del escultor que, arrancando virutas de la madera o del mármol, saca con sabiduría del bloque informe, la imagen del ángel o del hombre, como sacó el Moisés Miguel Angel, que le salió tan perfecto que le golpeó la rodilla y le gritó ¡habla!. O el San Bruno de Pereira en la Cartuja de Miraflores, que hizo exclamar: "No habla porque es cartujo". La expresión de recogimiento y meditación que impera en esta figura muestra la preferencia de su autor por un lenguaje sereno y elegante, lleno de sobrio misticismo. El delicado tejido de amor mutuo no puede romperse: La Sagrada Familia es el ejemplo que todas las familias deben seguir. La abnegación y los desvelos de los hijos por sus padres son un deber de gratitud y constituyen uno de los diez mandamientos principales de la Ley. En los padres se encuentra Dios, sin cuya acción no puede nacer ningún hombre. Engendrar hijos es un acontecimiento que sólo es posible con Dios. Por eso en el cuarto mandamiento el amor agradecido a los padres es inseparable de la gratitud debida a Dios.

4. San Pablo señala la unidad del amor en la familia: --Sobrellevaos mutuamente y perdonaos--. El amor es el único vínculo que mantiene unida a la familia por encima de todas las tensiones. Y esto no en el plano de la simpatía natural, sino que --todo lo que de palabra y de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús y en acción de gracias a Dios Padre--. En la carta a los Efesios, el amor recíproco de los padres aparece diferenciado: a los maridos se les recomienda amor como el que Cristo tiene a su Iglesia, sin despotismo ni complejo de superioridad; y a las mujeres, la correspondencia a ese amor.

5. Jesús, que quiso compartir la vida de un hogar humano es quien quiere interceder para que los novios sientan la presencia de Dios en la vivencia de su amor mutuo y para que se preparen santamente para su matrimonio. Jesús es el que debe iluminar y consolar a las familias desunidas, a los esposos que han de vivir separados a causa del trabajo, a los hijos de los divorciados, a los hogares sin hijos y a los que lloran la muerte de sus familiares.

6. "Sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente, perdonándoos, como el Señor os ha perdonado. Y por encima de todo, el amor, la Palabra, la Eucaristía...

7. Dios crea al hombre y a la mujer y les imprime la vocación, y con ella, la capacidad y responsabilidad del amor y de la comunión, a imagen de la Trinidad, de cuyo amor el matrimonio es la expresión y la prolongación. A imagen de la Trinidad. Este concepto puede engendrar confusión o incomprensión. Me explicaré. En la Santa Trinidad hay una sola naturaleza, también hay una sola naturaleza en el hombre y la mujer. Los dos tienen memoria, entendimiento y voluntad. En la Trinidad hay distinción de Personas. También hay distinción en el hombre y la mujer, los dos son un yo y un tu y cada uno de los dos tiene sus características propias y distintas, sexuales y psicológicas, que hacen posible la procreación y la complementariedad.

8. San Pablo dice: --Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. En este texto se presenta la relación fundamental que, constituye el origen de la familia: la relación esposa-esposo. Leyendo con perspectiva moderna las palabras de Pablo, salta a la vista una dificultad. Pablo recomienda al marido que –ame-- a la mujer, pero después recomienda a la mujer que sea –sumisa-- al marido, y esto, en una sociedad fuertemente consciente de la igualdad de sexos, parece inaceptable. Sobre este punto san Pablo está condicionado por la mentalidad de su tiempo. Con todo, la solución no es eliminar de las relaciones entre marido y mujer la palabra “sumisión”, sino hacerla recíproca, como recíproco debe ser también el amor. No sólo el marido debe amar a la mujer, sino que también la mujer al marido; no sólo la mujer debe ser sumisa al marido, sino también el marido a la mujer. La sumisión sólo es aspecto y exigencia del amor. Para quien ama, someterse al que ama no humilla, sino que le hace feliz. Someterse significa no decidir solo; saber renunciar al propio punto de vista. Los esposos pasan a ser cónyuges, personas que están bajo --el mismo yugo-- libremente acogido.

9. El libro del Génesis plantea una relación estrecha entre ser creados a imagen de Dios y el hecho de ser hombre y mujer (Gn 1,27). Dios es único, pero no es solitario. El amor exige comunión, intercambio interpersonal, requiere que haya un yo y un tú. Por eso nuestro Dios es uno y trino. Es unidad y distinción: unidad de naturaleza, de voluntad, de intención, y distinción de características y de personas. En esto la pareja humana es imagen de Dios. La familia humana es reflejo de la Trinidad. Marido y mujer son una sola carne, un solo corazón, una sola alma, aún en la diversidad de sexo y de personalidad. Los esposos están uno ante otro como un yo y un tú, y están frente a todo el resto del mundo, empezando por los propios hijos, como un nosotros, como si se tratara de una sola persona, pero ya no singular, sino plural. “Nosotros”, o sea, “tu madre y yo”, “tu padre y yo”. Así habló María a Jesús, después de encontrarle en el templo.

10. Sabemos bien que éste es el ideal y que la realidad es con frecuencia bastante diferente, más humilde y más compleja, a veces incluso trágica. Pero estamos tan bombardeados de casos de fracasos que hay que proponer el ideal de la pareja, en el plano natural y humano, y en el cristiano. No hay que avergonzarse de los ideales en nombre de un peligroso realismo. Eso sería el fin de una sociedad. Los jóvenes tienen derecho a que se les transmitan, por parte de los mayores, ideales, y no sólo escepticismo y cinismo. Nada tiene la fuerza de atracción que posee el ideal. El amor es la vocación fundamental e innata de todo ser humano, en alma y cuerpo, que en el amor espiritual tiene también su parte. Por eso el matrimonio de los bautizados adquiere el carácter de un gran signo, o, como dice San Pablo, "un misterio grande", que se convierte en el símbolo real de la alianza nueva y eterna en la sangre de Cristo. "Un misterio grande en orden a Cristo y a la Iglesia".

11. También jurídicamente y socialmente, pacta sunt servanda, de ahí la indisolubilidad. Y como adquieren los deberes del pacto con la sociedad, la sociedad tiene también el deber, en correspondencia a la contribución que aportan al bien común, la obligación de la ayuda, derecho que no corresponde a la unión ilegítima de personas del mismo sexo, que no pueden procrear, es decir, no aportan un servicio al bien común al no contribuir a la subsistencia de la propia especie. Los padres no se reproducen, como los animales, sino que procrean, actúan con el Creador. Son colaboradores necesarios del Creador. Como imágenes de Dios su unión exige la totalidad del amor, y la prohibición del intercambio, a la vez que exige la indisolubilidad, en la necesidad de los hijos. La denominación de género por sexo no es correcta, como lo es en los seres inanimados que no sienten la atracción natural de los sexos. En virtud de esos deberes y de la común unión se deduce el estímulo mutuo para la santificación de los esposos y la generosidad.

El Espíritu del Señor renueva el corazón y hace al hombre y a la mujer capaces de amarse, como Cristo nos amó. Por el poder de la gracia alcanza el amor su plenitud, en la caridad conyugal, modo propio y específico con el que los esposos están llamados a vivir la misma caridad de Cristo, que se da y se ofrece en la cruz.

13. Pero el amor de los esposos no se agota en ellos mismos, sino que les hace cooperadores de Dios del don de la vida a otras personas humanas. Cuando los esposos se convierten en padres reciben de Dios una nueva responsabilidad, y su amor paterno se convierte en signo visible del amor de Dios, de quien proviene toda paternidad. El amor de los padres es el subsuelo en que se podrán desarrollar integradamente los hijos. Si falla ese amor, a los hijos les falta el subsuelo, ontológicamente y vitalmente les falta el punto fontal de su ser en el mundo, pues si an nacido del amor y el amor en la actualidad no existe entre sus padres, ¿qué hacen ellos aquí? ¿Qué sentido tienen sus vidas? Y los hijos sufren. Sufren mucho. El Drama de José María de Segarra, LA HERIDA LUMINOSA, puso en escena de manera escalofriante, el dolor de un hijo, que llegó al sacerdocio y José Luís Garci ha reproducido el mismo tema en una hija religiosa.

14. Del amor de los esposos proviene la familia y en ella nacen un conjunto de relaciones, padres-hijos-hermanos, mediante las cuales toda persona humana es introducida en la familia humana, y en la familia de Dios, la Iglesia, que encuentra en la familia, nacida del sacramento, su cuna y el lugar donde se anuncia el evangelio de la manera más eficaz y duradera. La Iglesia doméstica.

15. La Sagrada Familia también, como la familia de hoy, tuvo que afrontar y convivir con grandes problemas; con una dramática situación en cada uno de sus miembros: un padre que biológicamente no lo era; una madre que no era esposa plena; y un hijo que rebasaba la dependencia natural. A ella deben acudir las familias de hoy para aprender a vivir el amor y el sacrificio, conscientes de que la gracia del sacramento del matrimonio fortalece a los esposos para sacrificarse el uno por el otro, y ambos por los hijos.

16. "Este será como una bandera discutida. Y a ti una espada te traspasará el alma" Lucas 2, 22. Desde esa profecía dolorosa hay que contemplar las dificultades que hoy encuentra la familia: Equivocada independencia de los esposos entre sí; intercambio aberrante de parejas; casos raros de parejas de hecho; ambigüedad ante la autoridad sobre los hijos; dificultades personales, ambientales sociales y hasta legales, para transmitir los valores humanos y cristianos. El divorcio, el aborto, el recurso cada vez más frecuente a la esterilización, la mentalidad anticonceptiva, de tantas formas utilizada y normalmente justificada.

17. Para obviar estas y otras dificultades, es indispensable una catequesis clara y positiva, el recurso a la austeridad, la ascesis constante propia de una vida cristiana llena y contagiante, y la oración incesante para que el Señor no nos deje caer en la tentación. Difícilmente superarán los cristianos de hoy todas esas asechanzas, sin el recurso a la intercesión de la Sagrada Familia y al establecimiento en el propio hogar de aquel clima humano y celestial, feliz y sencillo, lleno de pruebas y privaciones, de candor y del sudor del trabajo y también de poesía, en el ambiente de Nazaret.

18. ¡Nazareth!

Centro de Dios.

Centro del mundo.

Fuego que baja a encender

corazones que se den,

en total consumación,

a El, a El, a El.

Casita de José

Y la hondura y honradez,

la lealtad y la fe,

que se respira

en la Casita de José:

Casita de José:

horas de paz y amor,

Casita de José:

horas de duda y dolor.

Casita de José:

prudencia y fidelidad.

Casita de José:

muerte dichosa,

final enamorado,

flor que se abre

al color de otro cielo

y de otra tierra

y de otra casa nueva,

de jaspe turquesa.

19.- En el Oficio de Lectura de las Horas, leemos en la fiesta de la Sagrada Familia una afortunada alocución del Papa Pablo VI en su visita en 1964 a Nazaret: Dice el Papa: "Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio. Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a meditar a penetrar en el entido profundo y misterioso de esta sencillez humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los hombres. Aquí se aaprende incluso, quizá de una manera casi insensible, a imitar esta vida. Aquí se nos revela el método que nos hará descubrir quién es Cristo. Aquí comprendemos la importancia que tiene el ambiente que rodeó su vida durante su estancia entre nosotros y lo necesario que es el conocimiento de los lugares, los tiempos, las costumbres, el lenguaje, las costumbres y las prácticas religiosas, en una palabra, de todo aquello de lo que Jesús se sirvió para revelarse al mundo. Aquí todo habla, todo tiene un sentido. Aquí en esta escuela, comprendemos la necesidad de una disciplina espiritual si queremos seguir las enseñanza si queremos seguir las enseñanzas del Evangelio y ser discípulos de Cristo. ¡Cómo quisiéramos ser otra vez niños y volver a esta humilde pero sublime escuela de Nazaret! ¡Cómo quisiéramos volver a empezar, junto a María, nuestra iniciación a la verdadera ciencia de la vida y a la más alta sabiduría de la verdad divina!

Pero estamos aquí como peregrinos y debemos renunciar al deseo de continuar en esta casa el estudio, nunca terminado, del conocimiento del Evangelio. Mas no partiremos de aquí sin recoger rápida, casi furtivamente, algunas enseñanzas de la lección de Nazaret.

Su primera lección es el silencio. Cómo desearíamos que se renovara y fortaleciera en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito del espíritu, tan necesario para nosotros, que estamos aturdidos por tanto ruido, tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en extremo agitada vida moderna. Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad y el valor de una conveniente formación, del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración personal que sólo Dios ve.

Se nos ofrece además una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social.

Finalmente, aquí aprendemos también la lección del trabajo. Nazaret, la casa del hijo del artesano: cómo deseamos comprender más en este lugar la austera pero redentora ley del trabajo humano y exaltarla debidamente; restablecer la conciencia de su dignidad, de manera que fuera a todos patente; recordar aquí, bajo este techo, que el trabajo no puede ser un fin en sí mismo, y que su dignidad y la libertad para ejercerlo no provienen tan sólo de sus motivos económicos, sino también de aquellos otros valores que lo encauzan hacia un fin más noble.

Queremos finalmente saludar desde aquí a todos los trabajadores del mundo y señalarles al gran hermano, al gran modelo divino, al defensor de todas sus causas justas, es decir a Cristo, nuestro Señor."

20. Hemos celebrado la Navidad. José y María tienen un hijo y han constituido una familia. La liturgia nos ha introducido en los treinta años de la vida oculta de Nazaret para proponemos en las tres lecturas bíblicas, una breve teología de la familia. Entremos con respeto en la casa de Nazaret, mitad gruta, mitad casa. No vemos el confort que hace la ilusión de tantos, pero es rica en aquello que todos buscan afanosamente: el amor y la mutua comprensión. No se escuchan voces ásperas, ni se ven caras duras, ni gestos desabridos, ni actitudes de rebeldía. Es una familia unida, modelo de todas las familias.

21.-María faena en las cosas propias de una sencilla mujer de pueblo. Hila y teje, barre y lava, cocina, muele el trigo y amasa el pan de cada día. Adosado a la casita, vemos el cobertizo-taller de José. Aquí, desde que sale el sol hasta que se pone, la sierra y el martillo marcan el ritmo de un trabajo duro, necesario para el sustento de la familia. Trabajo convertido en oración, realizado como expresión de la voluntad de Dios. Jesús niño, y adolescente, sirve a María y ayuda a José. Sus manos se endurecen y su frente se baña en sudor con el trabajo manual. Del taller de Nazaret saldrá para cambiar la faz del mundo, con la predicación del Reino.

22. La familia de Nazaret es pobre, pero es feliz, la más feliz de las familias que han existido sobre la tierra, pero no exenta de dificultades. Tuvo sus problemas y angustias. Bajo la amenaza de muerte dictada por un déspota, tuvo que huir de noche buscando refugio en un país extranjero con los sufrimientos consiguientes, fácilmente imaginables si pensamos en los actuales catorce millones de refugiados esparcidos en todos los puntos cardinales huyendo de persecuciones políticas y religiosas. José lleva una vida de sobresalto: "Coge al Niño y a su madre y vete a Egipto. Herodes quiere matar al Niño". Jesús Niño que ha tenido que huir, va aprendiendo también que será ejecutado en la cruz, como los malhechores. "Nosotros morimos con razón, pero éste ¿qué mal ha hecho?". Y en el evangelio de hoy encontramos a la Sagrada Familia viviendo en Jerusalén uno de los mayores dramas humanos. Jesús, que ha cumplido los doce años, inaugura su adolescencia con un episodio de “ruptura” con la familia. Es la escena de Jesús perdido y hallado en el templo. ¡Qué ansia mortal para sus padres durante aquellos tres días, presagio para María de aquella “espada que le traspasará el alma”. María le dice: “Hijo, ¿por qué nos has tratado así?". “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo había de estar en la casa de mi padre?”.

23. Ellos no le comprendieron. Pero aceptaron. Tampoco nosotros comprendemos, pero razonamos. Tratamos de buscar argumentos para justificar lo que pedimos, lo que deseamos, lo que buscamos. Quisiéramos que las cosas sucedieran como las planeamos nosotros, en cambio, “María conservaba todo esto en su corazón”. Así desde el anuncio del arcángel y el nacimiento del Hijo. Conservarlo, meditarlo, callarlo, absorberse en la contemplación. Lo ha llevado en su seno nueve meses, y le dio el pecho, y su leche se convertía en sangre de Dios. Y ella contemplaba, asombrada, abrumada. Lo estrechaba entre sus brazos y le decía: ¡Pequeñín mío!, pero se quedaba pensativa, y se decía: Es Dios, y la invadía un temor religioso. Dios estaba mudo, sólo reía, sonreía, lloraba. Los ángeles habían hablado y cantado, este terrible Niño, su Niño lindo y amable, no hablaba, callaba. ¡Qué enigma para una Madre que es Madre de Dios! Todas las madres se sienten atraídas por ese trozo de su carne que es su niño, y se sienten como en el exilio ante esta nueva vida, que ha sido hecha con la suya. Pero ningún niño ha sido jamás más rápidamente arrancado a su madre, porque él es Dios, y está por encima de todo lo que Ella puede imaginar. Pero, simultáneamente siente que el Cristo es su hijo, su pequeño, lo mira y piensa: Este Dios es hijo mío, esta carne divina es mi carne, está hecha de mí; tiene mis ojos, y esa forma de su boca es la forma de la mía, se parece a mí. Es Dios y se parece a mí. Tiene a su Dios para ella sola: un Dios crío al que puede coger en brazos y cubrirlo de besos; y que vive, y que da vida. Quisiera lograr la expresión de audaz ternura y timidez con que alarga sus dedos para tocar la dulce pequeña piel de este crío-Dios, cuyo pequeño peso cálido sintió sobre sus rodillas mientras le sonríe.

24 Jesús, José y María, sed el consuelo y la fuerza de todas las familias de la tierra para que sean trasuntos fieles de vuestra Sagrada Familia, renovando el empeño en el comienzo del Año Nuevo, que el Señor nos concede por su gracia. Visitadnos ahora y hacednos fuertes con la gracia de la Eucaristía. Amén.
 







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