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P. José N. Alfaro (Miami, Florida)
P. José N. Alfaro (Miami, Florida)
«Un día serás sacerdote».
Por: Redacción | Fuente: www.buenas-noticias.org
Aunque a lo largo de mi vida siempre sentí la presencia de Dios de un modo especial, no fue sino hasta los estudios de bachillerato que la llamada de Dios para ser sacerdote se me hizo presente. De hecho, cuando era más joven un primo mío me dijo: «un día serás sacerdote». Al principio pensé que bromeaba, pero nunca se me olvidaron sus palabras.
Perdí a mi padre cuando tenía seis años; murió en una accidente de tráfico, teniendo sólo 42 años. Después, cuando cumplí los 16, nos trasladamos a Florida, pues mi mamá se volvió a casar con un norteamericano. Pero ya el Señor había preparado mi corazón antes de este cambio de país.
En El Salvador, mi país de nacimiento, mi hermana y yo frecuentamos unos grupos juveniles que empezaron a tocar algo dentro de mí. Un mes antes de movernos a Miami, hice un retiro de fin de semana con este grupo que me impactó fuertemente: aunque había asistido a un colegio católico durante toda mi vida, aunque sabía cosas sobre Dios, no lo conocía a Él. En ese retiro el Señor me hizo sentir su presencia de un modo excepcional.
Al finalizar el retiro, mi única ilusión era devorar la Biblia, la vida de los santos, lecturas espirituales, etc. Comencé a rezar como nunca antes lo había hecho: la Santa Misa y la Eucaristía tomaron sentido y se transformaron en el centro de mi vida. Y, sin embargo, aún no pensaba en una posible vocación al sacerdocio: vivía una adolescencia normal, con novia y amigos. No obstante, alguna que otra persona me sugería que pensara en el sacerdocio como una opción. Estando así las cosas, nos trasladamos a Miami.
Ahí empecé a asistir a la Iglesia de San José, en Miami Beach, y formé parte activa en el coro y el grupo juvenil, en donde, unos años después, fungí como líder de un grupo.
Fue en esos años cuando llegó un nuevo párroco a nuestra parroquia: un sacerdote de unos sesenta años con mucha experiencia vivida. Empecé a confesarme con él y pronto se convirtió en mi director espiritual y guía. Nunca me habló de la vocación al sacerdocio, pero me mostró a través de su vida lo que un sacerdote debe ser y cómo debe vivir.
Más adelante, durante el bachillerato, sentí que el Señor me pedía ir a misa diaria y a rezar la Liturgia de las Horas. Y fue en ese ambiente cuando pregunté al P. Casabón, mi director espiritual, algunas cosas sobre el seminario y un posible discernimiento vocacional. Él me sugirió que si quería entrar al seminario, debería terminar primero el bachillerato; y eso fue lo que hice.
En ese período de discernimiento, otro evento que me marcó mucho fue un retiro en silencio que hice en un monasterio de trapenses. Ahí, en el silencio, sentí que el Señor me invitaba a no tener miedo y a continuar el camino al sacerdocio. Decidí, pues, entregar a Dios mi vida.
El día que le comenté a mi mamá mi decisión de entrar al seminario, ella tomó la actitud que todo buen padre puede tener. Me dijo: «Hijo, yo sólo quiero tu felicidad. Si esto te hace feliz, entonces, ¡adelante! Pero si eso no es lo tuyo, no te olvides que tienes las puertas de esta casa siempre abiertas».
Así, después de graduarme en bachillerato, ingresé al seminario St. John Vianney en el verano de 1997 y, luego, al St. Vincents, en 1998. Me ordené sacerdote el 10 de mayo del 2003. Años después, me fui a estudiar a Roma para hacer la licencia en Historia de la Iglesia y ahora he vuelto a mi diócesis.
Hoy, con 34 años, trabajo en el seminario de St. Vincents, como formador. Ha cambiado poco desde mi partida y he sido muy acogido por parte de todos. Es interesante estar ahora en el otro lado. Espero que esto ayudeSiento que la responsabilidad de formar hombres al sacerdocio es algo enorme, algo que pesa mucho sobre mis hombros. De todas maneras, sé que en los planes de Dios para mi vida no hay coincidencias, y que si Él me ha dado esta misión, él me ayudará a llevarla adelante. Además, cuento con la ayuda de las oraciones de mis familiares, amigos y conocidos para llevar adelante este nuevo camino en la que ha sido mi Alma Mater.
Si usted es sacerdote o conoce el testimonio de algún sacerdote que desee compartir, envíe un mensaje a: buenasnoticias@arcol.org
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Por: Redacción | Fuente: www.buenas-noticias.org
Nacido en El Salvador en 1974, el P. José N. Alfaro trabaja ahora en el seminario de St. Vincent´s en Boynton Beach, Florida (Estados Unidos). Desde ahí nos ha mandado su testimonio, esperando que pueda ayudar a muchos lectores.
Aunque a lo largo de mi vida siempre sentí la presencia de Dios de un modo especial, no fue sino hasta los estudios de bachillerato que la llamada de Dios para ser sacerdote se me hizo presente. De hecho, cuando era más joven un primo mío me dijo: «un día serás sacerdote». Al principio pensé que bromeaba, pero nunca se me olvidaron sus palabras.
Perdí a mi padre cuando tenía seis años; murió en una accidente de tráfico, teniendo sólo 42 años. Después, cuando cumplí los 16, nos trasladamos a Florida, pues mi mamá se volvió a casar con un norteamericano. Pero ya el Señor había preparado mi corazón antes de este cambio de país.
En El Salvador, mi país de nacimiento, mi hermana y yo frecuentamos unos grupos juveniles que empezaron a tocar algo dentro de mí. Un mes antes de movernos a Miami, hice un retiro de fin de semana con este grupo que me impactó fuertemente: aunque había asistido a un colegio católico durante toda mi vida, aunque sabía cosas sobre Dios, no lo conocía a Él. En ese retiro el Señor me hizo sentir su presencia de un modo excepcional.
Al finalizar el retiro, mi única ilusión era devorar la Biblia, la vida de los santos, lecturas espirituales, etc. Comencé a rezar como nunca antes lo había hecho: la Santa Misa y la Eucaristía tomaron sentido y se transformaron en el centro de mi vida. Y, sin embargo, aún no pensaba en una posible vocación al sacerdocio: vivía una adolescencia normal, con novia y amigos. No obstante, alguna que otra persona me sugería que pensara en el sacerdocio como una opción. Estando así las cosas, nos trasladamos a Miami.
Ahí empecé a asistir a la Iglesia de San José, en Miami Beach, y formé parte activa en el coro y el grupo juvenil, en donde, unos años después, fungí como líder de un grupo.
Fue en esos años cuando llegó un nuevo párroco a nuestra parroquia: un sacerdote de unos sesenta años con mucha experiencia vivida. Empecé a confesarme con él y pronto se convirtió en mi director espiritual y guía. Nunca me habló de la vocación al sacerdocio, pero me mostró a través de su vida lo que un sacerdote debe ser y cómo debe vivir.
Más adelante, durante el bachillerato, sentí que el Señor me pedía ir a misa diaria y a rezar la Liturgia de las Horas. Y fue en ese ambiente cuando pregunté al P. Casabón, mi director espiritual, algunas cosas sobre el seminario y un posible discernimiento vocacional. Él me sugirió que si quería entrar al seminario, debería terminar primero el bachillerato; y eso fue lo que hice.
En ese período de discernimiento, otro evento que me marcó mucho fue un retiro en silencio que hice en un monasterio de trapenses. Ahí, en el silencio, sentí que el Señor me invitaba a no tener miedo y a continuar el camino al sacerdocio. Decidí, pues, entregar a Dios mi vida.
El día que le comenté a mi mamá mi decisión de entrar al seminario, ella tomó la actitud que todo buen padre puede tener. Me dijo: «Hijo, yo sólo quiero tu felicidad. Si esto te hace feliz, entonces, ¡adelante! Pero si eso no es lo tuyo, no te olvides que tienes las puertas de esta casa siempre abiertas».
Así, después de graduarme en bachillerato, ingresé al seminario St. John Vianney en el verano de 1997 y, luego, al St. Vincents, en 1998. Me ordené sacerdote el 10 de mayo del 2003. Años después, me fui a estudiar a Roma para hacer la licencia en Historia de la Iglesia y ahora he vuelto a mi diócesis.
Hoy, con 34 años, trabajo en el seminario de St. Vincents, como formador. Ha cambiado poco desde mi partida y he sido muy acogido por parte de todos. Es interesante estar ahora en el otro lado. Espero que esto ayudeSiento que la responsabilidad de formar hombres al sacerdocio es algo enorme, algo que pesa mucho sobre mis hombros. De todas maneras, sé que en los planes de Dios para mi vida no hay coincidencias, y que si Él me ha dado esta misión, él me ayudará a llevarla adelante. Además, cuento con la ayuda de las oraciones de mis familiares, amigos y conocidos para llevar adelante este nuevo camino en la que ha sido mi Alma Mater.
Si usted es sacerdote o conoce el testimonio de algún sacerdote que desee compartir, envíe un mensaje a: buenasnoticias@arcol.org
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