Menu



P. Steven Kwon, L.C. (Seúl, Corea del Sur)

P. Steven Kwon, L.C. (Seúl, Corea del Sur)
No hay amor más grande que el de dar la propia vida por un amigo


Por: Equipo de Buenas Noticias | Fuente: www.buenas-noticias.org



Hay momentos en los que la realidad supera a la imaginación, y en los que las historias de la vida real suenan como algo sacado de una novela. Mi historia empezó cuando era sólo un niño. Nunca había pensado en ser sacerdote y nunca hubiera conocido la fe católica si Dios no me hubiera sorprendido por medio de un amigo de la niñez que dio su vida para que yo pudiera conocer, amar y servir a Cristo. Fue su ejemplo lo que me convirtió a la fe.

La frase que mi mejor amigo, Jason, me dijo cuando se estaba muriendo en mis brazos fue: «¿Sabes qué, Steve?» Yo respondí: «¿Qué?» Después de respirar profundamente, Jason dijo: «Lo mejor que se puede hacer en este mundo es dar la propia vida por un amigo». Después de esto, Jason murió en mis brazos; tenía él nueve años…

Aquí es en donde empieza la historia…

Aunque mi familia no era católica, yo crecí en un ambiente sano con amigos católicos que practicaban su fe con gran entusiasmo porque formaban parte de un grupo carismático. Gracias a ellos fui capaz de conocer algo de la fe católica.

Entonces, ¿por dónde empezar? Yo no era católico cuando nací, porque mis padres se casaron solamente por lo civil. Mi padre no era católico y no estaba dispuesto a educarnos en la fe. Mi madre, por otro lado, era católica pero respetaba la decisión de mi padre. Como resultado, fuimos bautizados cuando yo tenía once años y mi hermano menor, James, ocho.

Yo estaba en cuarto de primaria y me divertía mucho con mis amigos. Cada año íbamos a un campamento de verano, y en el invierno íbamos a esquiar a Banff y Jasper, en Alberta. Tenía muchos amigos pero, el mejor, era Jason Hanson. Él había nacido el 22 de julio de 1975 en Los Ángeles, California. Íbamos al mismo colegio y estábamos en el mismo equipo de fútbol. Él pertenecía a una familia numerosa de cuatro hermanos y tres hermanas, y era el más pequeño de los niños. Toda su familia era carismática. Su padre era soldador y su madre ama de casa. Era una familia muy amable y me trataban como a un hijo cada vez que iba a su casa.

Algo sorprendente ocurrió después de un partido de fútbol, de la liga estatal, en donde estábamos jugando Jason y yo. Estábamos ganando por dos goles, uno anotado por Jason y el otro por mí con un pase suyo. Ganamos el partido y, después, Jason me invitó a comer cerca del colegio.

Mientras caminábamos hacia una tienda Seven-Eleven, Jason me preguntó: «¿Qué vas a ser cuando seas grande?».

Yo le respondí: «Seguramente seré un médico y llegaré a ser un gran papá de seis o siete niños». Jason me dijo con una sonrisa: «Pero, ¿eres feliz?».

«¡Claro que sí, soy feliz!», le dije.

Entonces Jason me volvió a preguntar: «Yo me refiero a si eres realmente feliz».

«Bueno, realmente no», respondí.

Luego me dijo Jason: «Creo que yo puedo curar tu infelicidad, pero te lo enseñaré después».

Cuando llegamos a la tienda Seven-Eleven nos separamos. De repente, un joven de diecinueve años corrió con una pistola y empezó a amenazar a la chica que estaba en la caja registradora. Era el primer día de trabajo de esa chica. El joven la amenazó con matarla si no le daba todo el dinero. La chica estaba tan asustada que no lograba atinar los botones adecuados para abrir la caja registradora. El joven de la pistola se empezó a poner nervioso e impaciente y, cuando me vio, apuntó directamente hacia mí. Yo me quedé helado. Me sentí tan indefenso que me empecé a marear. Si él apretaba el gatillo, yo era hombre muerto. Luego vi a mi mejor amigo corriendo hacia el joven por detrás y pensé: «¿Qué estás haciendo? ¡Te matará!»

Antes de que pudiera hacer algo, vi a Jason saltar en el aire y golpear al joven por detrás. Dado que Jason era bajo de estatura, cayó al piso, apenas sorprendiendo un poco al pistolero, quien se dio la vuelta, le disparó dos balas en el pecho y salió corriendo sin el dinero.

No podía creer lo que acababa de ver. En cosa de segundos mi mejor amigo se estaba muriendo ahí, en el piso. Todo lo que habíamos hecho desde el día que le conocí hasta ese momento pasó por mi mente como un flash. Jason me llamaba: «Steve, Steve: ¿dónde estás?».

«Estoy aquí”, le dije y corrí hacia él y le cogí en mis brazos diciéndole: «Todo va a salir bien; te pondrás bien, sólo aguanta un poco». Yo grité: «¡Llamen a una ambulancia!».

La cajera me dijo llorando: «He llamado a la policía y a una ambulancia. Están de camino».

Tomé a Jason y me miró con una sonrisa e, intentando respirar, dijo: «¿Sabes qué, Steve?»

Yo dije: «¿Qué?».

Respiró profundamente y me dijo: «Lo mejor que se puede hacer en este mundo es dar la propia vida por un amigo». Después, Jason murió en mis brazos con sólo nueve años…

Fue aquí, después de esta dura experiencia, cuando sentí con fuerza mi fe y mi vocación al sacerdocio; fue aquí cuando sentí a Dios cerca de mí, llamándome a seguir sus huellas. Yo seguí creciendo y, cuando tenía catorce años, conocí a los legionarios de Cristo. Fue la madre de mi amigo Jason quien me puso en contacto con uno de ellos, el P. Brian Wilson, en 1988.

Ese año, yo pensaba ir al campamento de verano, y el P. Brian me recomendó ir al programa de verano en el centro vocacional en Center Harbor, New Hampshire. Cambié de planes y acepté la invitación. Al final del verano de 1989 decidí quedarme y estudiar en el seminario, donde el ambiente de oración, vida de comunidad y estudio me ayudaron a madurar y a tomar la decisión definitiva de seguir el camino hacia el sacerdocio.

Jason me mostró el verdadero camino con su ejemplo de amigo y de hermano. Él, realmente, me enseñó cuál es el amor auténtico que sabe entregarse por el bien de los demás. Cristo dice en el Evangelio: «Yo he venido a este mundo no a ser servido sino a servir». Esto es exactamente lo que el sacerdote está llamado a hacer, y eso es exactamente lo que Dios quiere que haga después de este trágico suceso que me marcó el alma y que me permitió aceptar la llamada de Dios sin condiciones y sin miedos. Es como saltar de una montaña muy alta sin saber lo que encontrarás abajo. Pero Dios lo sabe y yo quiero ser su discípulo.


El presente testimonio es parte de un libro, que se puede adquirir en el siguiente enlace.

Si usted es sacerdote o conoce el testimonio de algún sacerdote que desee compartir, envíe un mensaje a: buenasnoticias@arcol.org

Regala una suscripción totalmente gratis http://es.catholic.net/buenasnoticias/regalo.php

Suscríbete por primera vez a nuestros servicios
http://es.catholic.net/buenasnoticias









Compartir en Google+




Reportar anuncio inapropiado |