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Una vida marcada por el dolor

Una vida marcada por el dolor
Una vida marcada por el dolor


Por: Samuel Sanabria, L.C. | Fuente: www.buenas-noticias.org




El reloj señalaba las 21:37 horas. Finalizaba la misa a los pies del Santo Padre. Un amén que resonaba en toda la eternidad. Unos ojos que se apagan. Una puerta que se abre. «Juan Pablo II, a las 21:37, partió a la casa del Padre». Los miles de peregrinos, entre sollozos de orfandad y conmoción, aplaudieron por el indudable ejemplo que nos dejó. Un ejemplo de amor, de humildad, de valentía… pero, ante todo, el ejemplo del sufrimiento.

Ya en 1981 un disparo agravó la salud del Papa, escapando de la muerte gracias a la intercesión de la Virgen María. Su actitud de cara al sufrimiento, viendo en él la mano de Dios, sorprendió al mundo entero: «Rezo por el hermano que me ha herido, al cual he perdonado sinceramente. Unido a Cristo, sacerdote y víctima, ofrezco mis sufrimientos por la Iglesia y por el mundo». Durante su convalecencia en el hospital redactó la carta apostólica sobre el sentido del sufrimiento, Salvifici doloris.

En 1994 comenzó la subida al calvario. Aparecía en su cuerpo la sombra de la enfermedad y del cansancio. Debe ingresar al hospital para una nueva intervención. De esta manera percibió inmediatamente que Dios le pedía el camino del sufrimiento como clave del segundo período de su pontificado: «Quisiera hoy expresar mi agradecimiento por este don del sufrimiento… He comprendido que he de introducir la Iglesia de Cristo en este Tercer Milenio con la oración y con diversas iniciativas, aunque esto no basta: es necesario hacerlo con el sufrimiento, con el atentado de hace trece años y con este nuevo sacrificio».

A partir de ese año su debilidad crece paulatinamente. La huella del dolor le marca con ahínco y despiadadamente. El gran deportista terminará con un bastón en la mano y con una silla de ruedas. El gran actor se encorvará y perderá poco a poco su expresión que siempre se caracterizó por una gran viveza. El gran comunicador acabará por dar su bendición en silencio, sin habla.

Ese es el Juan Pablo II que admiramos. Aquél que cargó con inmensa dignidad la cruz de cada día. Ni su pésima salud, ni su incapacidad física, ni su Parkinson, ni las recomendaciones del doctor lo frenaron. Los viajes prosiguieron, la predicación no cesó, las audiencias continuaron. Sus sonrisas y muestras de cariño transparentaban la fe con que cargaba la cruz.

Los frutos del sufrimiento se percibían inmediatamente: las jornadas de la juventud en Manila, París, Roma, Toronto… estaban abarrotadas, la plaza de San Pedro rejuvenecía en cada audiencia, su voz se escuchaba más que nunca, en especial ante la guerra de Irak.

A un año de su partida no puedo sino recordar con orgullo que Juan Pablo II comunicó más con el sufrimiento que con las palabras. Su lección nos queda clara: transformar el sufrimiento en un acto de amor. Por eso, su huella ha quedado impresa en el mundo entero y su memoria no morirá nunca.


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