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Anita..., dos meses después

Anita..., dos meses después
«Cuando nació, el pediatra me dijo que Anita debía quedar bajo observación porque tenía síndrome de Down».


Por: Regnum Christi | Fuente: www.buenas-noticias.org




Les presentamos a continuación un artículo aparecido en la página del Movimiento Regnum Christi, en donde la madre de Anita relata la experiencia de tener una hija con Síndrome de Down. Por su interés, lo reproducimos aquí, esperando que sea de ayuda a nuestros lectores.


Han pasado ya dos meses del nacimiento de Anita, y no quiero dejar de poner por escrito lo que ha significado su llegada para nosotros y cómo hemos vivido esta experiencia. Ahora mismo no sé si lo escribo para compartirlo con todo aquél a quien pueda ayudar o simplemente para conservarlo nosotros como recuerdo y que les sirva algún día a nuestros hijos. Pero en cualquier caso siento la necesidad de escribir y allá voy...

Ana nació tres semanas antes de tiempo, y por “casualidad” (Providencia, diría yo), llegó mi esposo a tiempo pues estaba llegando de un viaje y, en principio, pensaba continuar directamente hacia otro destino. Él había estado presente en todos los partos, pero especialmente en éste Dios no quiso que faltara a mi lado. Todo fue muy rápido, llegamos al hospital a las 12 hrs. y Anita nació a las 12:50… Creo que no hay sensación comparable al momento en que te ponen a tu bebé sobre el pecho nada más nacer…, le miras la carita y no sabes cómo has podido vivir sin él (ella, en este caso) hasta ese día con todo lo que ya le quieres. Con Anita sucedió como con los cuatro mayores, y es ese “olor a amor” que diría mi esposo, uno de los momentos más bonitos de mi vida.

En cuanto le cortaron el cordón a Anita se la llevaron al reconocimiento del pediatra y llamaron a mi esposo. Me pareció que tardaba en volver pero no le di importancia. Llegó después acompañado por el pediatra que me dijo, con una voz tranquila y muy bajito, que la niña se tenía que quedar en observación porque tenía síndrome de Down y necesitaban tenerla controlada hasta saber si tenía alguna complicación más. Mi esposo estaba a mi lado, dándome la mano, a él ya se lo había dicho el pediatra anteriormente pero no había sabido cómo transmitírmelo. Yo, que ya estaba llorando por la emoción, no dije nada, seguí llorando callada, y apreté su mano… Tuve un problema con la epidural que, unido a mis problemas de pulmón, hizo que empezara a tener dificultades para respirar y que me tuvieran que llevar a reanimación. Mientras me trasladaban por los pasillos hacia la unidad de cuidados intensivos y me ponían oxígeno, me asusté… De repente me sentía “imprescindible” en este mundo, con cinco niños y una de ellas Down, y la sensación de ahogo me ponía muy nerviosa.

Al cabo de un rato empecé a encontrarme mejor y pude empezar a asimilar la noticia. Tenía un enorme vacío por no tener a la niña a mi lado y no saber cómo estaba. He de reconocer que no me preocupaba tanto que fuera Down como que tuviera alguna cardiopatía seria. Tenía muy presente el caso más cercano que tenemos, el hijo de unos amigos que pasó sus dos primeros años de vida luchando por sus problemas de corazón, aunque gracias a Dios salió adelante y muy bien.

Apenas estuve un par de horas en la sala de reanimación, pero se me hicieron eternas. Por fin dejaron pasar a mi esposo. Él había estado dando vueltas entre la cuna, el papeleo del ingreso, intentar verme, etc. Cuando por fin pudimos hablar le dije que yo había provocado todo esto, y le conté lo siguiente:

Hace varios años, cuando otra de nuestras hijas aún era muy pequeñita, me reuní con unas amigas y una de ellas estaba embarazada. Se iba a hacer la amniocentesis porque, cito textualmente, “si venía mal, no lo quería”, decía que bastante difícil era ya tener hijos, como para tenerlos “con problemas”. A mí aquello me chocó mucho, me impactó. Siempre había querido pensar que las personas que optan por el aborto lo hacen en gran medida por ignorancia, por presiones, por desesperación, pero estaba claro que no siempre era así, y que la sociedad ha logrado imponer en gran medida un estilo de vida egoísta y sin sacrificio. Yo recuerdo entonces haberle pedido al Señor que no le enviara ningún niño con problemas a esta amiga y que, si pensaba hacerlo, me lo mandara mejor a mí en su lugar. Ahí quedó la cosa.

Durante los años sucesivos olvidé esta “oferta” hecha al Señor. Sin embargo, en el embarazo de Anita lo recordé. Antes de hacerme la primera ecografía renové mi ofrecimiento, no sé si estaba especialmente sensibilizada por el cambio de legislación relativa al aborto, pero el caso es que le dije a Dios que si quería enviar a niños Down, que lo hiciera en nuestra familia porque le íbamos a acoger bien. Puede parecer muy generoso de mi parte, pero no lo fue tanto, le puse condiciones. Le dije que creía que estaba preparada para cuidar a un niño que, al fin y al cabo, siempre iba a ser niño, pero que no creía tener un corazón tan grande como para verle sufrir; que, por favor, lo mandara sano, pues el recuerdo de amigos que han tenido niños enfermos se me hacía demasiado duro para poder afrontar situaciones similares.

Fui a la primera ecografía algo nerviosa y cuando me dijeron que todo estaba bien, tuve una sensación extraña. Por un lado he de reconocer cierto alivio, pero por otro no entendía que el Señor no hubiera aceptado mi oferta cuando había sido sincera. Y aquí quedó todo. Pasé el resto del embarazo pensando que tendría una niña sana y “normal”.

Cuando le conté todo esto a mi esposo, no pareció muy sorprendido. Resulta que él también había hecho un ofrecimiento similar respecto a otra compañera que, “casualmente”, dio a luz un niño sano el mismo día y a la misma hora que nacía Anita. Y ninguno de los dos habíamos compartido esto hasta ese momento.

Así que Dios nos había tomado la palabra. Primera lección: cuidado con lo que ofreces al Señor, que se lo toma muy en serio. Y respetó lo limitado de mi oferta, nos la mandó sanita. Segunda lección, que es mucho más importante y por lo que creo que escribo estas líneas: Dios no se deja ganar en generosidad. Desde el nacimiento de Ana, nos ha cambiado la vida, la forma de ver las cosas, la relación con la familia. Nos ha ensanchado el corazón a todos, dejando de lado todo lo que no sea estar unidos para cuidar y proteger a la niña. Ha traído la paz que tanto anhelaba nuestro corazón y que sólo quien nos conozca bien sabe lo que ha supuesto para nosotros. Ana, nuestra hija pequeñita, preciosa y con síndrome de Down, no es especial por tener una trisomía en el cromosoma 21, sino porque está tocada por Dios para enseñarnos lo que es la humildad y el amor.

Ahora, dos meses después, empezamos a ser conscientes de los cuidados especiales que va a requerir Ana y de la necesidad de adaptar nuestra vida a ella. No en vano en un calendario familiar que tenemos en casa, el día 13 de abril hemos puesto: “Ha nacido Ana: cambio de planes”. Creo que aún no sabemos a lo que nos enfrentamos, y que es este desconocimiento lo que hace que aún no hayamos tenido momentos de bajón. No es mérito nuestro, sino ignorancia, o más bien gracia de Dios, pero lo cierto es que estamos felices con Ana, con que sea como ella es, con la oportunidad que se nos ha dado de crecer gracias a ella. Ya empieza a sonreír y en cada sonrisa adivinamos la felicidad que vamos a conocer al tener oportunidad de cuidarla.

Estamos seguros de que tanto en lo personal como en lo familiar nos va a hacer mejores personas, nos va a hacer más generosos, va a ayudarnos a no aferrarnos tanto a nuestros propios planes, nos va a enseñar a disfrutar de la sencillez. Como decía una amiga de mis hermanas, nos va a introducir en “una nueva dimensión del amor”. Por supuesto que sabemos que llegarán momentos duros, pero también que no estamos solos. Por un lado, estamos desbordados ante el cariño mostrado por tantos, familiares y amigos, con los que sabemos que podemos contar. Pero sobre todo, nos acompañan las palabras de nuestra querida Virgen de Guadalupe: “¿No estás bajo mi sombra y mi resguardo?; ¿No soy yo tu salud?; ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?; ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?; ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?”.

Quisiera que estas palabras nos dieran a todos la paz de sabernos en las mejores manos. Nada pasa por casualidad. Y mucho menos, un regalo como éste. Ojalá seamos capaces de mantener viva esta seguridad y en adelante, sin miedos, dejarnos sorprender por Dios.

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