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De genes, educación y amor

De genes, educación y amor
allí donde hay dos hombres, puede existir el amor si uno de ellos se abre al prójimo y lo reconoce como un “otro yo”


Por: Vicente D. Yanes, L.C. | Fuente: www.buenas-noticias.org



Uno de los libros más conocidos del ateo británico Richard Dawkins es The selfish gene (“El gen egoísta”) publicado por vez primera en 1976. La tesis del mismo se puede colegir fácilmente, pues está condensada en su título: todos los hombres poseemos un “gen egoísta” que por naturaleza nos lleva a buscar lo mejor para nosotros mismos a todo coste y es el que nos permite salir adelante; y este comportamiento no es más que un corolario de la teoría darwinista de la evolución.

No es éste el lugar para discutir la validez de estas afirmaciones (ni tampoco hace falta señalar el carácter ambiguo de tal proposición “científica”). Más bien, prefiero mostrar con tres hechos –siempre más elocuentes que las mejores teorías prefabricadas– la verdad que resalta en la afirmación opuesta: por naturaleza y por educación el hombre tiende al amor, busca lo mejor para sí y para los demás.

En Ciudad Victoria (noreste de México) sucedió este episodio, tan sencillo como aleccionador. Raúl Mora, cuando se acercaba su octavo cumpleaños pidió dos regalos muy específicos para su aniversario: un coche de juguete a control remoto y la colección de Los cuatro fantásticos. Una y otra vez hizo hincapié en que quería también baterías recargables junto con un nuevo cargador.

Sus padres le consiguieron con mucho agrado lo que con tanta insistencia había solicitado, cumpliendo hasta el último detalle. Con una gran sonrisa los recibió por la mañana, los abrazó y los dejó a un lado. Dijo que más tarde los usaría, que él sabía cuándo era mejor.

Después de la escuela, de camino a la casa su mamá se sorprendió cuando Raúl la hizo detenerse en una esquina para poder regalar su coche de juguete al menor de los dos niños que se ganaban la vida tratando de vender caramelos que nadie compraba. Raúl había visto que el coche que usaba el niño estaba roto y muy feo; éste lo haría más feliz. Por la tarde a Paco, el hijo de la señora que hacía el aseo de su casa le regaló dos de sus cuatro fantásticos, para que pudieran jugar juntos… ¿Esto es egoísmo?

Otro testimonio, aunque en este caso fue colectivo, se dio el pasado 14 de febrero, día del amor y la amistad, en el parque de atracciones “Six Flags” de la Ciudad de México.

¿Los protagonistas? Alumnos de los colegios CEYCA, Cumbres Bosques y Oxford (los tres de la Ciudad de México), Alpes y Cumbres de Querétaro, Everest de Pachuca, Highlands de Cuernavaca y nueve institutos más se dieron cita en el lugar para divertirse… y para reunir recursos para Dianita, una niña de cuatro años de escasos recursos que nació con un pie volteado con un giro de más de 150º.

Todo el dinero recaudado lo han destinado íntegramente a la operación de esta niña. ¿No es el amor lo que movió a estos chicos a ayudar a una persona con tales necesidades? (Referencia tomada de Ayuda a Dianita).

Cambiando de continente, en la ciudad de Barcelona encontramos a unos jóvenes que recorren las calles los sábados por la noche de las 21:00 a las 2:00. Si estos jóvenes andan en la calle buscando antros para divertirse no hay nada de especial, pero lo que hacen es algo totalmente inimaginable: buscan a las personas sin techo para darles de cenar, convivir con ellos y darles una palabra de esperanza y de fe.

Mas no se conforman con alimentar su cuerpo y su espíritu, no. Estos chavales se preocupan por conseguirles desde un saco de dormir hasta un empleo digno para que esas personas puedan mejorar su nivel de vida. Y mientras pasan de una calle a otra, ofrecen escapularios de la Virgen María a cuantos encuentran en su camino. Su nombre: Jóvenes de San José.

Podríamos seguir citando muchos y muchos casos más porque gracias a Dios estos testimonios de amor, servicio y solidaridad existen en todos los rincones del planeta. Porque allí donde hay dos hombres, puede existir el amor si uno de ellos se abre al prójimo y lo reconoce como un “otro yo” digno del amor que uno mismo quisiera.

Ante ejemplos como estos, los versos finales del poema “La Pedrada” de José María Gabriel y Galán, nos interpelan:

“Hoy, que con los hombres voy,
viendo a Jesús padecer (en mis hermanos los hombres, en todos los hombres),
interrogándome estoy:
¿Somos los hombres de hoy,
aquellos niños de ayer?”

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