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Detalles de amor

Detalles de amor
¡Qué fácil es hacer feliz al prójimo si nos lo proponemos! Basta un detalle de amor.


Por: Jorge Raninger, L.C. | Fuente: www.buenas-noticias.org




25 de enero de 1999. Estadio Azteca, Ciudad de México. Hora: 18:34

Miles y miles de personas abarrotan el recinto deportivo, por lo menos unas 110.000. Todos con un mismo objetivo y un mismo espíritu. La experiencia de hallarme en medio de todo ese gentío me estremece el alma. Ese evento está siendo un verdadero encuentro de una índole completamente diferente a lo que normalmente sucedía en ese estadio, donde de ordinario se vitoreaban y gritaban, entre otras cosas, los goles y los nombres de las estrellas del fútbol mundial.


12 de enero de 2008, Ciudad de Roma. Hora: 13:37

Por la puerta del comedor de nuestra casa está entrando un señor vestido elegantemente. Le calculé como unos 50 años. Alguien de casa lo ha invitado a comer. Rápidamente me percato que uno de los pocos lugares libres en el comedor es justamente el que está a mi derecha. El impacto de ver su cara me suscita enseguida en mi imaginación como “flashes”, uno tras otro, de recuerdos donde le veo claramente con otra persona. Pero no consigo concretar la imagen. Me digo a mismo: “Realmente, estos exámenes de la universidad de estos días me exprimen la mente completamente y ya no soy capaz de pensar con atención en otras cosas…”.

Me percato que el individuo, en esos momentos, se va acercando lentamente al lugar vacío que está a mi lado. Busco desesperadamente ordenar las imágenes en mi mente para enganchar alguna de ellas con él. Quedan pocos metros para que llegue. No consigo hacer la conexión. La comida comienza, y con ella, la conversación con el invitado “conocido”.


Estadio Azteca. Hora: 18:36

En el centro del estadio hay una gran plataforma con una silla en la sede. En ella una persona mayor vestida de blanco contempla con evidente emoción a la multitud que le aclama con fuertes gritos: “Juan Pablo II, te quiere todo el mundo”, “Juan Pablo, hermano, ya eres mexicano”. Era el Papa Magno, el “Huracán Wojtyla” en su cuarta visita a México. El evento estaba llegando a su fin. Estaba siendo una experiencia inigualable.

Todos nos estábamos volcando con entusiasmo sobre el Papa y él sabía corresponder perfectamente, animándonos y sosteniéndonos con sus palabras. Ya cuando todos intuíamos que el encuentro estaba llegando a su fin, pasaron a saludarle varias personas que suponía habían ayudado en la organización del mismo.

Cada uno de los presentes, los más cercanos a la plataforma de manera directa, y los que nos encontrábamos más lejanos por las pantallas gigantes, veíamos los diferentes saludos. El último en pasar a saludar a Juan Pablo II, un señor, de alrededor de unos 40 – 45 años, se puso de rodillas, al igual que los otros, y le besó la mano. Instantes después se acercó al rostro del Papa y le dijo algo. Juan Pablo II, reaccionando le acarició la mejilla con la mano y le acercó la cabeza a su pecho.

Esto que sucedió en cuestión de segundos quedó grabado profundamente en mi corazón y en mi mente hasta el día de hoy. ¡Ese sencillo e insignificante detalle de amor!


Ciudad de Roma. Hora: 13:58

“Hola, me llamo Roberto”, fue el inicio del encuentro en la comida. La conversación estaba siendo muy amena pero mi mente seguía saltando de aquí para allá intentando hacer el enlace anhelado. De repente, como un rayo que cae en un día de oscura tormenta, una imagen en mi recuerdo se sobrepone perfectamente a la cara de mi interlocutor.

¡Ya está! Roberto es aquel hombre que hace 9 años yo había visto encontrarse con el Papa. ¡Él fue el último en saludarle! No pude contener la emoción y en un momento del diálogo le interrumpí y le dije: “Roberto, yo te conozco desde hace tiempo. Yo te vi saludar a Juan Pablo II en el estadio Azteca hace muchos años.” “¿Tú estabas ahí?”, me preguntó. “Sí. Tu encuentro con el Papa quedó fijado profundamente en mi interior.”

Me dijo: “Llegar hasta donde estaba el Papa fue toda una proeza, pero finalmente me vi delante de aquel Gran Hombre.” Roberto me narró emocionado aquella maravillosa experiencia. Finalmente me anotó: “Ese detalle de amor del Papa, acariciando con su mano mi mejilla y acercando después mi cabeza a su corazón, se me grabó en los más hondo. ¡Hasta el día de hoy lo recuerdo, como si hubiera sido ayer!”

La conversación, la comida y el encuentro con Roberto terminaron minutos más tarde. Pero la lección de vida quedó completamente manifiesta: los detalles de amor que podemos tener con los demás, aunque sean pequeños e insignificantes, llenan de alegría y esperanza los corazones de los demás. ¡Qué fácil es hacer feliz al prójimo si nos lo proponemos! Basta un detalle de amor.

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