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Dios en la cárcel

Dios en la cárcel
Dios y la cárcel


Por: Miguel A. Moñino | Fuente: Buenas Noticias



Hace pocos años, en una cárcel de Inglaterra, ocurrió un suceso que conmocionó al país entero. Albert Wensbourgh, un recluso altamente peligroso, pasó de la noche a la mañana a convertirse en un ser piadoso y de extrema bondad.

Su historia nos la cuenta María Vallejo-Nágera en el libro Un mensajero en la noche, publicado recientemente.

Albert, huérfano desde chico, transcurrió su primera infancia de internado en internado. Trabajó, siendo aún un muchacho, como marinero en alta mar donde fue maltratado y violado varias veces. Ya en tierra firme pronto pasó a formar parte de bandas de delincuentes juveniles que se dedicaban al robo. Chaval despierto y de inteligencia poco común, se convirtió en el líder de su clan. Controlaba el tráfico de droga y de alcohol, del que no sólo fue señor sino también esclavo.

Scottlan Yard -la policía británica- lo capturó en un asalto a mano armada. Fue condenado a 25 años de prisión y recluido como altamente peligroso. Una noche que pasaba en la celda de castigo, por participar en una revuelta con navajas, recibió un puñetazo que le despertó. Ese golpe le cambiaría la vida. Ante él apareció una figura angélica que le dijo: «Albert, el Señor te ha escogido. Desde ahora ya no le ofenderás más». Quedó confundido y pensó que se había vuelto loco. Creía que el abuso de las drogas y del alcohol le estaba pasando factura.

Al primero que contó su experiencia fue al psicólogo de la cárcel. Éste, después de varios exámenes pudo comprobar con sorpresa que Albert se encontraba perfectamente en sus cabales. No supo qué aconsejarle.

La angustia de nuestro amigo encontró remedio en el capellán del centro penitenciario que le dio una Biblia. Así este recluso que no recibió nunca la más mínima formación religiosa, ni jamás en su vida había escuchado hablar de Dios, sintió unas ganas enormes de conocerle. Su vida giró de un modo tan drástico que terminó sus días convertido en monje benedictino en un monasterio al norte de Londres.

Esta historia, querido lector, te puede saber a invención hermosa. Yo pensaría lo mismo si no se la hubiera escuchado a la autora del libro. María, en sus páginas, recoge año y medio de intenso trabajo en el que Albert y ella nos pintan un cuadro desgraciado, duro y crudo; pero coloreado con una pincelada divina que lo convierte en una obra de arte.

Albert nunca lo llegó a contemplar, pues moría de un cáncer fulminante justo cuando la autora le daba los últimos retoques y preparaba la traducción al inglés.

«Ya ves que me voy -le decía a María-. Yo no gano nada. Pero cuenta mi historia. Dile al mundo que Dios existe, que Cristo existe, que yo me lo encontré.»


Si quieres comunicarte con el autor, envía un mensaje a:
buenasnoticias@arcol.org









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