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Edición especial: El prisionero número 119.104

Edición especial: El prisionero número 119.104
Toda vida tiene un sentido. Hay que luchar por encontrarlo.


Por: Fernando Pascual | Fuente: Buenas Noticias



Hace 100 años, el 26 de marzo de 1905, nacía en Viena un famoso psiquiatra, Viktor Emil Frankl. Por ser de origen hebreo, vivió en propia carne la terrible persecución nazi, en la que murieron varios de sus familiares más queridos.

Frankl participó plenamente en la tragedia de su pueblo. Fue encerrado en un campo de concentración y se convirtió simplemente en un número: el prisionero 119.104. Tras el número, sin embargo, conservó firme su deseo de ayudar a otros a encontrar el sentido de su vida. Después de ser liberado, narró en un breve libro sus experiencias en el lager (El hombre en busca de sentido), y desarrolló un trabajo incansable para ofrecer una ayuda ante la «enfermedad de nuestro tiempo»: la desesperanza y el vacío existencial.

En los campos de concentración, observó Frankl, los verdugos querían anular la dignidad y las energías espirituales de sus prisioneros. Algunos presos, quizá muchos, sucumbían. Entonces llegaban a ser con sus compañeros tan crueles como crueles eran los carceleros. Pero otros, con una energía espiritual indestructible, eran capaces de abrir el corazón a la esperanza, de ayudar al vecino de cama menos afortunado, de dar el propio pedazo de pan de cada día a uno más necesitado; de soñar, al anochecer, entre el frío y el cansancio, en la esposa o el esposo que quizá les seguía esperando en algún rincón del planeta.

En tiempo de paz, resulta dramático encontrarse con jóvenes o adultos desesperados, dispuestos al suicidio o al abandono, cuando cuentan con energías físicas e, incluso, bienes materiales, más que suficientes para vivir realizados. ¿Por qué su angustia, por qué su «neurosis»? Quizá, nos recordaría Frankl, porque no han encontrado el sentido de su vida. Es cierto que muchas neurosis tienen un origen psicosomático. Pero también es cierto que hay neurosis que nacen, precisamente, del sentimiento de fracaso de quien no tiene ningún proyecto serio por el que luchar, por el que sufrir, por el que darlo todo.

La «terapia» a la neurosis moderna radica en ayudar a los demás (y ayudarnos a nosotros mismos) a descubrir nuestro quehacer, nuestra misión en esta vida. No se trata de encontrar que de la noche a la mañana puedo empezar a ser pintor, o médico, o bombero. Lo que cada uno podemos hacer, con seriedad y con realismo, es ver lo que ha sido la propia trayectoria personal para coger los hilos que indican qué espera de mí la vida, qué anhelan los demás de mi existencia.

Algunos, sin embargo, piensan que hay situaciones sin sentido. Un cáncer en un adolescente, un accidente de carretera que deja inválido a un padre o a una madre de familia, ¿pueden tener un significado, un valor? Frankl no tiene dudas: no existen vidas sin sentido. El espíritu humano es tan poderoso que puede sobreponerse al dolor, darle una luz y un significado superiores.

El dolor no es el fracaso de una vida sin sentido. El dolor es una invitación a vivir más a fondo el tesoro escondido en cada vida humana: la capacidad de amar y de darse, a un amigo, a la familia, al Dios que nos llama con su presencia escondida y enriquecedora. También desde un cáncer incurable o desde lo más profundo y triste de un campo de exterminio...



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