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Edición especial: La brisa del huracán blanco

Edición especial: La brisa del huracán blanco
El Papa ante su enfermedad


Por: Juan Antonio Ruiz | Fuente: Buenas Noticias



Parecería que el huracán se va apaciguando cada vez más. Aquella fuerza física tan penetrante y contagiosa de los primeros años, poco a poco va desvaneciéndose. En esta ocasión, una molesta y complicada gripe le condujo otra vez hasta el Hospital Gemelli, organizándole una agenda que no tenía intención de llevar a cabo.

Con ésta, ya son ocho las veces que un obstáculo le detiene en su paso, obligándole a internarse tras las cuatro paredes clínicas. La más grave de todas -y tal vez la que inició el ocaso de su fuerza física- fue la que se produjo tras los fatídicos disparos del turco Alí Agca, en una mañana de mayo de 1981.

No obstante, el huracán se sigue revolviendo. Es verdad que su fuerza no es tan notoria como antes, pero avanza con idéntica seguridad. ¡Cuánto nos conmueve constatar su ya habitual esfuerzo sobrehumano para realizar cualquier cosa! Baste poner el ejemplo de cómo ha evolucionado el modo en que se desplaza: desde el infatigable caminar del alpinista, pasando al lento apoyo en el bastón, hasta llegar a la actual plataforma móvil.

Vienen a la memoria las palabras que dirigió a los peregrinos en Lourdes el agosto pasado, cuando peregrinó como enfermo junto con todos ellos: «Hago mías vuestras oraciones y vuestras esperanzas; comparto con vosotros este momento de la vida marcado por el sufrimiento físico, pero no por ello menos fecundo en el designio admirable de Dios».

El «huracán Wojtila» se ha convertido en una ligera brisa, pero que refresca este mundo cada vez más carbonizado por el fuego del odio y la violencia.

Algunos opinan que ya no puede hacer nada más. Se olvidan, sin embargo, que Cristo cumplió su misión caminando con la cruz a cuestas, y que si hoy todos nosotros podemos esperar la salvación eterna, es gracias a que Él no desistió ante las caídas, los golpes, los salivazos y el desaliento que nuestros pecados le producían en ese supremo momento.

Algo así debe sentir este huracán llamado Juan Pablo II. Él mismo lo ha expresado en muchas ocasiones, como en su Mensaje para la IX Jornada Mundial del Enfermo (2001): «Al haber compartido también yo, durante estos años, en varias ocasiones, la experiencia de la enfermedad, he comprendido cada vez más claramente su valor para mi ministerio petrino y para la vida misma de la Iglesia».

Ante esto, yo no puedo hacer otra cosa que refrescarme con su vieja pero poderosa brisa, evitando que una visión miope sobre la vida, termine por resecarla.



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