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El átomo acomplejado

El átomo acomplejado
Cuando el cristianismo es odiado por el mundo, la hazaña que al cristiano le corresponde realizar no es mostrar elocuencia de palabra, sino grandeza de alma


Por: Juan Antonio Ruiz J., L.C. | Fuente: www.buenas-noticias.org



Einstein dijo una vez una frase que me parece la radiografía de nuestra sociedad: «¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio»; y hoy, parece que uno de esos prejuicios es afirmarse abiertamente como católico.

Recuerdo, por ejemplo, una vez que salí a comer con unos amigos. Cuando íbamos a rezar antes de la comida, uno de los presentes dijo: «¿Qué van a pensar los demás? ¡Hagámoslo en privado!». Un buen amigo le contestó: «Mira, si a esos novios de la mesa de enfrente no les da vergüenza besarse, acaramelados, en público, ¿por qué me va a mí darla el rezar?».

Esta vivencia abierta de la fe parece estar en peligro de extinción. Por ello me han entusiasmado dos noticias que acabo de leer: la entrevista a una actriz española, Lina Morgan, en donde relata sin rodeos la vivencia de su fe; y un reportaje, que resumía una entrevista televisiva a tres personajes famosos de Estados Unidos – dos escritores y un entrenador de béisbol – que han contado la influencia de su fe católica en sus vidas.

Estas lecturas desprenden un testimonio vivo y espontáneo. Y nos invitan a vivir con «una fe profunda», como dice Mary Higgins Clark – una de las escritoras americanas –«que te coge de la mano cuando estás caída y te lleva a enfrentar todas las vicisitudes que te plantea un destino incierto». Y concluye: «No sé cómo la gente puede sobrevivir sin fe».

Este creer no son sólo palabras, sino que se traduce en obras. Jack McKeon, quien fuera entrenador del equipo de béisbol “los Marlines de Florida”, nos presume cómo va todos los días a misa antes de ir a entrenar y su devoción a Santa Teresita de Lisieux: asegura que, por la intercesión de esta santa, llegó a dirigir a un equipo campeón de Grandes Ligas.

A mí, tengo que confesarlo, me da una cierta envidia. Me entran ganas de aferrar las solapas del mundo y sacudir el acomplejamiento que llevamos a cuestas. Lina Morgan tiene toda la razón del mundo al afirmar que «no hay por qué avergonzarse de ser cristiano, aunque no esté de moda». Y ¿cómo hacerlo? Pues tratando a Dios como ella hace: «Siempre he llevado a Dios en mi corazón y en mis pensamientos con total naturalidad».

Esta espontaneidad será la que nos lleve a obrar lo que aconsejaba Von Hügel, el filósofo austriaco de inicios del siglo XX: «Cuando el cristianismo es odiado por el mundo, la hazaña que al cristiano le corresponde realizar no es mostrar elocuencia de palabra, sino grandeza de alma».

Una grandeza que, si la fomentamos, brotará con la misma soltura con que sale la respiración de nuestros pulmones. Así desintegraremos ese átomo acomplejado que parece atenazarnos el alma.

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