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El maestro Cleto

El maestro Cleto
El heroismo de un laico.


Por: Marco Antonio Batta | Fuente: Buenas Noticias




El pasado 30 de agosto, los católicos mexicanos recibieron una buena noticia: Anacleto González Flores, abogado, profesor y padre de familia, será beatificado el próximo 20 de noviembre. Con ello la Iglesia reconoce sus virtudes heroicas y nos anima a buscar –también nosotros– la santidad.

“El maestro Cleto”, como le decían familiarmente quienes lo conocían, nació en Tepatitlán, México, el 13 de junio de 1889. Sus orígenes fueron humildísimos: hijo de un tejedor de rebozos que además era alcohólico. Logró a base de esfuerzo y constancia, titularse como abogado en 1922. En noviembre del mismo año, contrajo matrimonio con María Concepción Guerrero, quien le dio dos hijos.

Entres sus numerosas iniciativas está la fundación del periódico Gladium (“Espada”) para refutar las leyes y el pensamiento anticatólico que el presidente Plutarco Elías Calles quería imponer al país. Fue el creador de la Unión Popular, una asociación que agrupaba a miles de obreros, campesinos y mujeres dedicados a la catequesis y a la resistencia pacífica de la persecución religiosa. Un auténtico líder católico.

Combinaba esta intensa actividad con una profunda vida espiritual. Comulgaba todos los días y, como miembro de la Sociedad de san Vicente de Paúl, visitaba frecuentemente a los pobres, enfermos y encarcelados.

Como era de esperar, las autoridades vieron en su liderazgo y militancia un obstáculo para sus objetivos. Por ello, el 1º de abril de 1927, viernes primero de mes, lo detuvieron junto con cuatro de sus colaboradores, tres de ellos muy jóvenes: «Si me buscan, dijo, aquí estoy; pero dejen en paz a los demás». No fue escuchado.

Los oficiales querían obtener información sobre los cristeros y sobre el lugar donde se escondía el obispo de Guadalajara, Mons. Francisco Orozco y Jiménez. Como no conseguían nada, comenzaron a torturarlo: lo desnudaron y lo colgaron de los pulgares; después lo flagelaron y, con hojas de afeitar, fueron provocándole heridas en el cuerpo y en las plantas de los pies.

Uno de los jóvenes que había sido apresado con él, ante la inminencia de la muerte, dijo que quería confesarse. Anacleto le exhortó: «¡No hermano, ya no es tiempo de confesarse, sino de pedir perdón y perdonar! Es un Padre y no un juez el que te espera. Tu misma sangre te purificará».

Le atravesaron el costado con una bayoneta, y como sangraba mucho, se dispuso su ejecución; sin embargo, los soldados elegidos se negaron a disparar y fue necesario formar un nuevo pelotón. Anacleto, antes de morir perdonó al general que dirigía la ejecución y le dijo: «Cuando llegue usted ante el Tribunal Divino tendrá en mí un intercesor». Murió con el grito de «¡Viva Cristo Rey!» en los labios. Sus compañeros también fueron ajusticiados.

Si el maestro Cleto viviera aún, posiblemente se admiraría de muchos de nosotros que –quizás– no somos capaces de confesar nuestra fe con valentía, ya no ante una bayoneta o un pelotón de fusilamiento, sino ante una simple burla o comentario irónico; hoy en día en que con tanta facilidad se confunde “coherencia” con “fanatismo”. Pero, a decir verdad, lo que nos sobra son discursos y buenas explicaciones; lo que nos falta son testimonios.

Maestro Cleto, ruega por nosotros.


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