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El trabajo más importante

El trabajo más importante
Ayudar a un seminarista es allanar el camino por donde ha de llegar al altar un hombre, que durante media horaserá mucho más que todos los santos del cielo, pues será Cristo mismo.


Por: Andrés Ocádiz, L.C. | Fuente: www.buenas-noticias.org



Hace tiempo circulaba un texto titulado “Cuando se piensa…”. Su autor, Hugo Wast, dedicaba una página a describir la grandeza de lo que significa ser sacerdote. El autor no dudaba ni un ápice en alabar esta vocación tan singular ser otro Cristo sobre la tierra con el fin de hacer ver a la gente, especialmente a los jóvenes, que ser sacerdote, más que una profesión, es todo un privilegio otorgado por Dios a quien Él quiere.

Jesús Gamboa y Elizabeth Vega, de Bucaramanga, Colombia, lo entendieron muy bien. Por eso se han dedicado, en cuerpo y alma, a buscar niños que quieran iniciar la aventura de la vocación sacerdotal. Después del ingreso de uno de sus hijos al seminario, sintieron la urgencia de ayudar a que cada vez haya más ministros de Cristo.

Desde hace unos años, colaboran con un sacerdote en un club juvenil cuyo objetivo es cultivar el don de la vocación en los niños que sienten el llamado de Dios. Cada semana dedican una mañana a acompañarles, animarles y orientarles.

Otra labor que llevan a cabo es la búsqueda de becas para aquellos que ya están en el seminario, de forma que siempre cuenten con lo necesario para su formación. Quizá no es mucho lo que pueden conseguir, pero siempre es una buena ayuda para pagar una sotana, los útiles escolares o parte de la mensualidad.

Y sí, su apostolado no es fácil: lo compaginan con sus trabajos ordinarios. Pero ellos lo hacen con alegría y siempre en pie de guerra, entregándose cuanto pueden para lograr que al menos uno de aquellos adolescentes se decida a seguir a Cristo.

Además, son conscientes que su mayor premio es justamente ayudar a Dios en la promoción de nuevos apóstoles. Eso les basta. Qué mayor satisfacción puede haber que contemplar cómo aquellos niños ingresan en el seminario y perseveran en su camino en pos del Señor. ¡Cuántos de estos jóvenes, una vez ordenados sacerdotes, pedirán en su primera misa por este matrimonio que les ayudó a descubrir y sostener su vocación!

Gracias a Dios, la familia Gamboa no es la única. Son tantos los matrimonios y las personas que vuelcan sus esfuerzos en la promoción de las vocaciones. Difícilmente podríamos mencionarlos a todos. Pero es por ellos por lo que no nos harán falta sacerdotes en los años venideros.

Hay que agradecer, pues, a Jesús y a Elizabeth, aunque su más grande recompensa la tendrán después, en el Cielo. Bien lo escribe Hugo Wast: “Uno comprende que ayudar a un joven novicio o un seminarista es allanar el camino por donde ha de llegar al altar un hombre, que durante media hora, cada día, será mucho más que todos los santos del cielo, pues será Cristo mismo, sacrificando su Cuerpo y su Sangre, para alimentar al mundo”.


Si quieres comunicarte con el autor, envía un mensaje a: buenasnoticias@arcol.org

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