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El valor de un sacerdote

El valor de un sacerdote
cuando se piensa en el valor de un sacerdote comprendemos que hay que valorarlos, respetarlos y quererlos. Cada uno es un gran don.


Por: José Alberto Lesso, L.C. | Fuente: www.buenas-noticias.org



«Cuando se piensa que ni la Santísima Virgen, ni los ángeles, ni los arcángeles que vencieron a Lucifer pueden hacer lo que un sacerdote…» (Hugo Wast)

El sacerdote ¡qué gran misterio! Hay cosas que sólo él puede hacer, las más importantes: consagrar el Cuerpo y la Sangre de Cristo y perdonar los pecados. Su papel es determinante para nuestro destino eterno… Y sin embargo, muchas veces no se le aprecia ni respeta y, a veces, hasta se le ataca.

El Papa, consciente de esta realidad, inauguró el pasado 19 de junio el AÑO SACERDOTAL. Es un inmenso regalo para todos, pero en especial para los sacerdotes mismos. Este año deben sentir cuánto los quiere la Iglesia, cuánto los valora, con cuánto amor los ve a cada uno de ellos.

Cada sacerdote es una historia: un llamado, una respuesta generosa, una misión. Un día, más o menos lejano, un hecho cambió sus vidas: su ordenación sacerdotal. «Una misa cambió todo/ una vida transformó./ Al entrar eras un hombre./ Al salir, el mismo Dios./ Desde entonces veo a Cristo/ con tu rostro y corazón./ Veo a Cristo predicando/ con tus labios y tu voz./ Veo a Cristo bendiciendo/ con tus manos y tu amor./ Veo a Cristo celebrando/ con tu fe y tu fervor».

Su vida no es fácil. Es miembro de cada familia, sin pertenecer a ninguna. «Entre Cristo y los hombres/ ser un puente es tu misión:/ Llevas a Dios las plegarias/ las ofrendas y el dolor/ y regresas con consuelo/ esperanza y perdón./ ¡Las almas no ven lo externo,/ ven lo que hay en tu interior!»

Sacerdotes, ¡Ánimo! Les necesitamos. Dios dará «el ciento por uno», pero antes requiere el uno. Esa semilla caída en el surco que «si no muere sola quedará, pero si muere en abundancia dará un fruto eterno que no morirá» (Canción popular).

El santo cura de Ars, patrono de los sacerdotes, decía a sus feligreses: «Si desapareciese el sacramento del Orden, no tendríamos al Señor. ¿Quién lo ha puesto en el sagrario? El sacerdote. ¿Quién ha recibido vuestra alma apenas nacidos? El sacerdote. ¿Quién la nutre para que pueda terminar su peregrinación? El sacerdote. ¿Quién la preparará para comparecer ante Dios, lavándola por última vez en la sangre de Jesucristo? El sacerdote, siempre el sacerdote. Y si esta alma llegase a morir [a causa del pecado], ¿quién la resucitará y le dará el descanso y la paz? También el sacerdote…»

Y añadía: «Si comprendiéramos bien lo que representa un sacerdote sobre la tierra, moriríamos: no de pavor, sino de amor… Sin el sacerdote, la muerte y la pasión de Nuestro Señor no servirían de nada. El sacerdote continúa la obra de la redención sobre la tierra… ¿De qué nos serviría una casa llena de oro si no hubiera nadie que nos abriera la puerta? El sacerdote tiene la llave de los tesoros del cielo: él es quien abre la puerta (…) Dejad una parroquia veinte años sin sacerdote y adorarán a las bestias… El sacerdote no es sacerdote para sí mismo, sino para vosotros».


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