Entre lágrimas y sonrisas
Entre lágrimas y sonrisas
Por: Rodrigo Serrano, L.C. | Fuente: www.buenas-noticias.org
Una de las capillas que está bajo el altar mayor de la Basílica de San Pedro en Roma está dedicado a la Madonna Bocciata (Virgen golpeada). El fresco es de los más antiguos de la basílica y muestra la imagen de la Virgen con un feo golpe en su mejilla.
Cuenta la historia que un soldado, después de perder una significativa suma de dinero en el juego, descargó su ira con la imagen que en aquel entonces se encontraba en la fachada de ingreso de la basílica y le lanzo una fuerte pedrada. Aquí los historiadores se dividen, algunos dicen que la Virgen le sonrió, otros que rompió en lágrimas ente tamaña falta de respeto; el hecho es que, risa o llanto, o ambos, provocaron el arrepentimiento y la conversión del soldado.
El 27 de febrero pasado, casi todo el pueblo chileno vivió una de las más fuertes sacudidas de su historia. Un terremoto de grado superior a ocho en la escala Richter despertó a más del 80% de los chilenos a eso de las 3:40 de la mañana. Para colmo de males, el terremoto vino acompañado con un tsunami que arrasó buena parte de las costas del centro sur del país.
En los días siguientes, pareció reinar el caos absoluto. Soy chileno y vivo en Roma; durante toda una semana las únicas noticias que recibía por la prensa eran desastres, muertes, desaparecidos y, lo peor de todo, un clima de miedo e inseguridad que generó una oleada de pillajes y saqueos que parecía irse generalizando. Hasta aquí eran solo pedradas.
Sólo al domingo siguiente pude apreciar la otra cara de mi patria, aquella que llora pero también sonríe ante la tragedia. Pude ver como el país entero se unió para juntar más de 40.000.000 que se destinarán exclusivamente a la ayuda de los más necesitados. Pude conocer también el testimonio de tantos héroes que, en los momentos de pánico supieron olvidarse de sí mismos para salvar la vida de quien estaba a su lado.
Es la historia de Martina Maturana (de sólo 12 años) que, en vez de correr para salvar su vida ante la ola gigantesca que se venía sobre su isla, se dirigió hacia la plaza del pueblo y tocó el gong ahí instalado para casos de emergencia. El aviso salvó las vidas de decenas de personas que alcanzaron a escapar de las olas que taparon 300 metros del pueblo e hizo desaparecer la caleta del lugar.
O la de Luis Gatica, un paramédico de Constitución, quien a pesar del dolor de perder a su hija y a su esposa arrebatadas por el tsunami, en vez de abatirse ante la desgracia, se enroló como voluntario. Hoy ayuda a los albergados en la una escuela de Constitución: «Todavía no sé de dónde saco las fuerzas para seguir desarrollando esta labor», confesó a la prensa.
Por otra parte, parece que el gesto de dar la vida por los demás aún no pasa de moda; fue el caso de Pedro Muñoz, de 55 años, y de Osvaldo Gómez, de 37, pescadores de Constitución. Mientras el agua inundaba su pueblo y la desesperación parecía apoderarse de todos los habitantes, ellos agotaron todos sus esfuerzos para salvar la vida de entre 15 y 20, antes de que el agua hundiera su propia barca durante el tercer viaje de rescate. Sus cuerpos fueron rescatados sin vida el viernes siguiente al terremoto.
Podríamos seguir enumerando casos y casos. Tal vez al inicio mi país mostró una cara algo fea, pero no tardó en salir el verdadero rostro solidario de los chilenos, que saben arrimar el hombro ante una tradición histórica de desastres naturales de este tipo.
Más de alguno podrá quedarse con la mancha de los saqueos y pillajes; yo me quedo con la sonrisa y las lágrimas de todos aquéllos que han sabido olvidarse de sí mismos para salir al paso de quienes viven el dolor de haber perdido un ser querido o contemplar cómo, en breves minutos, desaparecían los frutos de una vida de esfuerzo. Ellos son, sin duda, el verdadero rostro de mi país.
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