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Necesitamos un Papa fuerte

Necesitamos un Papa fuerte
La fuerza del Papa está en su espíritu.


Por: Adolfo Güémez | Fuente: Buenas Noticias




Hace poco leí un artículo de Orazio Petrosillo que aseguraba que Juan Pablo II ha sido el papa más deportista de la historia. La primera muestra de ello la dio en 1984, cuando la opinión pública se quedó boquiabierta al verlo esquiar sobre nieve. Algo inusual e inesperado, ciertamente. Además, pronto se convirtieron en habituales sus paseos veraniegos por las montañas. Era la imagen de un Papa fuerte, decidido y vigoroso.

Un hombre de hierro
Karol Wojtyla siempre fue un buen deportista. Canotaje, natación, hockey, ciclismo… Una infinidad de actividades físicas entraban dentro del gusto y de la práctica de este joven sacerdote y luego obispo.

De hecho, una vez constituido pastor de toda la Iglesia, muchos vaticanistas atribuían su increíble resistencia y capacidad de trabajo a su buena condición física. Del mismo modo se afirmaba que el Papa atraía a los jóvenes gracias a su brío y energía. Todo un símbolo del ardor y empuje que necesitan las juventudes.

Hoy se ha quedado muy lejos de nosotros esa imagen de hombre de hierro. Ahora vemos a un Santo Padre de manos temblorosas, piernas débiles y voz quebradiza. Un pastor encorvado que necesita de una silla de ruedas para transportarse de un lugar a otro… Pero cuyo cayado mantiene la misma frescura y una renovada atracción. Miles y miles de jóvenes lo siguen visitando. Hace poco, por ejemplo, me llamó la atención un grupo de quinceañeras mexicanas que viajaron hasta Roma para encontrarse en audiencia con él. Otros tantos llegan en pequeños grupos o por sí solos, como aquél de veintidós años que después de verle de lejos en el Aula Pablo VI dijo: «Este ha sido el día más importante de toda mi vida».

¿De dónde brota, entonces, su atracción? ¿Cuál es su secreto? ¿Por qué, a pesar de todos sus dolores, sigue siendo un líder que arrastra y convence?

La verdadera fuerza
De modo casi profético el Papa escribió -hace más de veinte años- que en el hombre enfermo se pone en «evidencia la madurez interior y la grandeza espiritual, constituyendo una lección conmovedora para los hombres sanos y normales». Estas letras las ha encarnado plenamente Juan Pablo II. Y he aquí la razón por la cual su testimonio de vida sigue siendo fascinante. Con sus enfermedades pone al descubierto no sólo su fuerza de voluntad, sino sobre todo su amor apasionado a Cristo, a la Iglesia y a cada uno de nosotros.

Un Papa débil físicamente no nos repugna. Antes bien, nos llena de esperanza, pues pone en evidencia que la Iglesia no es obra de los hombres, sino de Dios. Los católicos necesitamos papas fuertes, pero fuertes en su fe, en su esperanza y en su amor. Y en esto, dudo que haya alguien que supere a Juan Pablo.


Si quieres comunicarte con el autor, envía un mensaje a: buenasnoticias@arcol.org

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