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No me hace falta caminar

No me hace falta caminar
El amor y la motivación, son capaces de superar cualquier dificultad.


Por: Antonio Aldrette | Fuente: Buenas Noticias



Nunca olvidaré la emoción que nos envolvió a los que escuchamos una conferencia en un congreso de jóvenes, hace ya más de diez años. El orador -llamémoslo Armando- era un joven de unos 23 años y estaba en silla de ruedas.

Su historia nos entraba por los oídos como una gesta digna de admiración. Para empezar, Armando era bien parecido y su novia -una chica guapísima que lo acompañaba empujando su silla- lo amaba de verdad. Había sido campeón nacional de esquí acuático y su futuro en la empresa familiar le pintaba las cosas a pedir de boca.

«No me pregunten cómo ni por qué; fue un accidente… estaba en Valle de Bravo intentando superar mi récord de salto acrobático… algo falló, calculé mal y caí de cabeza en el agua… Uds. saben, caer en el agua a esa velocidad es como caer en cemento» -dijo con la voz entrecortada- «me rompí la columna… y aquí me tienen en esta silla-móvil, hasta que Dios quiera».

Era normal que al recordarnos estos hechos la emoción le cortara la voz. Hacía apenas unos seis meses que aquello había sucedido. Pero esto no fue lo más impactante, sino el percibir la fuerza interior que irradiaban sus palabras. Nos contaba esto no como quien siente lástima de sí mismo y quiere que los demás se compadezcan de él.

Al contrario, Armando nos relataba con entusiasmo sus luchas diarias en las fisioterapias para recobrar el total movimiento de las manos: ¡Al principio era tan difícil! El amor con que su familia y sus amigos -novia incluida- lo habían rodeado después del accidente fue la clave del positivo cambio interior que se había operado en él.

La vida se le presentaba ante los ojos de manera muy diversa: «He aprendido a valorar cada minuto del día como si fuera el último» -nos dijo- «Uds. saben; podría haber muerto y me siento afortunado de poder estar hoy aquí compartiendo mi experiencia», añadió. Había logrado que todos los jóvenes allí presentes vibráramos con su carácter y su actitud para afrontar las dificultades.

Al final de la conferencia, ya cuando el auditorio le interrumpía con aplausos casi a cada frase, concluyó: «Y ¿saben qué...? He aprendido que estar vivo y poder hacer por los demás algo que valga la pena es lo más importante. No quiero pasar por esta tierra sin llenarme las manos de obras que trasciendan».

Por último, refiriéndose a su futuro exclamó: « ¡No me importa estar en una silla de ruedas porque a donde yo quiero llegar no me hace falta caminar! ». Esto fue el acabose; como impulsados por resortes instalados en nuestras butacas, más de 1000 jóvenes al unísono nos pusimos de pie y le ovacionamos largamente.

Aquella tarde, Armando nos enseñó -con el argumento irrefutable de su testimonio- que la vida vale la pena vivirse. Que hay que aprender a valorar todo lo que tenemos y que no existen barreras insuperables cuando se trata de poder hacer algo por las personas que nos rodean (aunque sólo sea compartir una experiencia).


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buenasnoticias@arcol.org









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