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Un sueño romano

Un sueño romano
¡Qué diferente sería nuestro mundo si todos siguiéramos nuestra conciencia!


Por: Juan Antonio Ruiz J., L.C. | Fuente: www.buenas-noticias.org




Tras salir de su coche en el estacionamiento de un supermercado en Roma (Italia), un joven se acercó al P. Carlos Skertchly, L.C. para preguntarle por un lugar. El sacerdote buscó encaminarle, pero el joven no acababa de entender. Por fin, después de unos minutos, pareció convencerse y se alejó agradecido.

Cuando el P. Carlos volvió la mirada a su coche, descubrió que la computadora portátil que había dejado en el asiento había desaparecido… tal y como lo había hecho el joven, al que buscó sin éxito. No le quedó la más mínima duda: le habían robado.

Con resignación y tristeza, dejó pasar los días y prácticamente dio por perdido todo. Así se lo comentó a varios compañeros suyos. No había nada que hacer.

Paralelamente a este suceso, un joven se encaminó a la plaza romana de Porta Portese para comprar ahí una computadora de segunda mano. En un puestecito descubrió una que le pareció apropiada y a buen precio. La compró.

¡Cuál no sería su sorpresa al abrir la computadora por primera vez y descubrir innumerables archivos y documentos! Y, para mayor asombro suyo, de un sacerdote.

Sin dudarlo, se dirigió a su párroco para consultarle qué hacer. No quería tomar algo que pertenecía a otra persona. El párroco le pidió al joven que le llevase la computadora para que, juntos, intentasen solucionar el problema.

Ese mismo día, al P. Carlos le anunciaron que tenía una llamada de un sacerdote italiano, amigo suyo desde hace años. Después de los saludos iniciales, escuchó que le preguntaban:

- Padre, ¿usted ha perdido recientemente una computadora, verdad?
- Sí, ¿cómo lo ha sabido?
- No se lo va a creer…

¡Cosas de Dios! El que le llamaba no era otro que el párroco del joven. Al día siguiente, el P. Carlos recuperó su computadora y agradeció personalmente al joven por todo. Al querer pagarle, el joven se negó y fue imposible que aceptase algo. Luego el P. Carlos se enteró que el mismo párroco le había dejado una cantidad… a pesar de las protestas del joven al respecto.

Decía el gran Casiano que a un hombre auténtico «la presencia y el respeto de los hombres no le moverá a ser más honesto, ni disminuirá en nada su virtud la soledad. Siempre y dondequiera, lleva consigo el árbitro supremo de sus actos y de sus pensamientos: su conciencia».

¡Qué diferente sería nuestro mundo si todos tuviéramos esto en cuenta! ¿Un sueño? Sí, pero que puede cumplirse. Está en nuestras manos -en nuestra conciencia- el llevarlo a cabo, día a día, en cada acción que emprendemos.


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