Menu



Una hora de mi tiempo

Una hora de mi tiempo
Una hora puede ser suficiente para cambiar una vida… aunque sólo sea la mía.


Por: Fernando García Rueda | Fuente: www.buenas-noticias.org




Día 16 - Calendario de Cuaresma

Orad, orad, orad; la oración es la llave de los tesoros de Dios; es el arma del combate y de la victoria en toda la lucha por el bien y contra el mal (Papa Pío XII).

Propósito: Me acercaré a recibir la comunión ofreciéndola por el incremento de las vocaciones misioneras.



Muy estimados amigos de Buenas Noticias:
Les envío esta buena noticia que ocurrió en mi vida, por si ustedes creen que vale la pena compartirla con los demás lectores.
Quedo suyo, Fernando García Rueda


Tengo diecisiete años y estoy en el último año de la prepa, en Atlanta, Georgia. Me gusta la música, el fútbol, el cine, el teatro, y salir con mis amigos y amigas. Es decir, aunque me siento extraño escribiéndoles un mail, me considero una persona normal, normalísima, común y corriente, sin ninguna cualidad extraordinaria que meritaría una historia de este tipo.

Pero hoy me pasó algo extraordinario. Y no pude irme a dormir sin escribirlo.

Como todos los martes, salí temprano del colegio. Eran las 12:30, y no tenía, en realidad, planes de ningún tipo. Pero hoy me sorprendió mi mamá, que después de invitarme a comer, me propuso “pasar por la casa de las monjitas” (así llama a las Misioneras de la Caridad) antes de regresar a casa.

Resultó que no era sólo pasar por la casa de las monjitas, sino ir con ellas a una de sus “rondas misioneras” por el centro de la ciudad.

En el segundo piso de un edificio oscuro y destartalado nos abrió Enrique. Tenía como 22 años, vestía una camisa sencilla y unos jeans destintados, y estaba en una silla de ruedas. Su fuerza y porte varonil creaban un contraste curioso con los rasgos de síndrome Down, que apenas se detectaban en sus ojos y mandíbula.

“Bienvenidos, bienvenidos…” dijo con poca claridad, mientras hacía gestos para excusarse por la suciedad de su pequeña habitación. “Hola Enrique, venimos a darle una buena limpieza a este hermoso apartamento. Va a quedar como nuevo, ya verás. Mira, Fernando te va a dar una vuelta para que hagas tus compras…” Y yo, atónito, asqueado por el olor y nervioso con una repentina claustrofobia, tomé la silla de ruedas, me fui con Enrique hacia el ascensor y salí de ese triste edificio.

No fue difícil comenzar la conversación. Capté la tragedia que estaba detrás de lo que él me iba contando: de cómo su familia se “habían tenido que ir” cuando él era joven, de “sus amigos” que le regalaban revistas a cambio del cheque mensual de la seguridad social, de su sobrino que “tanto le quería” que le había enviado una foto hace ocho años… Pero me dediqué a escucharle, a platicarle de mi familia, a contarle chistes, a hacerle ver su fortaleza y su futuro y cuánto le querían las Misioneras de la Caridad…

Después de 50 minutos, regresamos a su habitación, ahora irreconocible. Piso brillante, ventanas claras, sopa caliente… todo como nuevo. “¡Bienvenidos! – exclamaron casi al unísono, – Ya nos estábamos preocupando.”

A mí me estaba dando vueltas la cabeza. Estaba confundido y enojado con el mundo que permite la injusticia de los que sufren como Enrique. Y en eso, escuché que él me llamaba, casi imperceptiblemente. Di la vuelta a la silla de ruedas, y me incliné para oírlo mejor. “Gracias. Eres mi amigo.” Y sonriendo, me dio un abrazo tal, que casi me caigo encima de él… “Tú también, – le dije – tú también eres mi amigo.”

Salimos de ese edificio y ya no me daba vueltas la cabeza. Pensaba en Enrique, y también pensaba en cómo decirles todo esto a mis amigos. Me hacía la siguiente reflexión: yo llego todos los días del colegio, veo televisión, tomo una merienda, leo hasta que me quedo dormido, escucho música, le hablo a mi novia, sigo estudiando, y por fin ceno y me voy a la cama.

Pero hoy entendí que una hora de mi tiempo puede ir lejos, puede humanizar el sufrimiento ajeno, puede repartir un poco de amor. Y, sobre todo, que una hora puede ser suficiente para cambiar una vida… aunque sólo sea la mía.


Si quieres comunicarte con el autor, envía un mensaje a: buenasnoticias@arcol.org

Regala una suscripción totalmente gratis http://es.catholic.net/buenasnoticias/regalo.php

Suscríbete por primera vez a nuestros servicios
http://es.catholic.net/buenasnoticias








Compartir en Google+




Reportar anuncio inapropiado |