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Únicamente por Dios

Únicamente por Dios
La vida de Santa María Anne Cope, misionera entre los leprosos


Por: Daniel Watt, LC | Fuente: ww.buenas-noticias.org




«No tengo miedo a la enfermedad. Para mí será la alegría más grande servir a los leprosos desterrados» declara Mariana al rey de Hawai, cuando más de cincuenta comunidades religiosas habían declinado la petición.

María Anna Cope (1838-1918), religiosa de la Tercera Orden de San Francisco de Syracuse de Nueva York, conocida como Madre Mariana de Molokai, fue canonizada juntamente con otros seis testigos de Cristo, el domingo día mundial de las misiones, por Benedicto XVI.

Siempre me han maravillado los bomberos. Cuando se declara un fuego en una casa, el instinto de sobrevivencia es tan fuerte que todos salimos corriendo, alejándonos de la fuente del peligro. Pero hay unas personas, los bomberos, que superando su miedo instintivo hacen todo lo contrario. Entran en medio de los fuegos buscando personas que salvar.

Así me explico yo la heroicidad humana, además de la santidad manifiesta, de esta alemana-norteamericana. Superando los miedos instintivos con una grandísima motivación de amar a los demás cueste lo que cueste.

El caso es que ya tenía una buena vida de entrega, un largo camino en el seguimiento de Cristo, una amplia experiencia y una sólida madurez espiritual, un apostolado fuerte con los alcohólicos y las madres solteras, e inesperadamente Dios la llama a una entrega más radical, a un servicio misionero más peligroso, a exponer su salud y su misma vida, en el cuidado de los enfermos de lepra en un lugar asilado de la isla de Molokai, exiliada voluntariamente con sus pacientes.

Donde nadie quiere ir, ella quiso y lo hizo con la alegría de la fe que si es auténtica es amor de entregada del bueno, y no sólo por unos días, sino que por 35 años practicó a niveles altísimos el precepto del amor a Dios y al próximo. Al inicio colaborando con mucho entusiasmo con el Beato Damián de Veuster ya al final de su extraordinario apostolado, y una vez fallecido de lepra aceptando encargarse del hogar para los muchachos, además de su trabajo con mujeres y niñas, hasta que a los 84 años el Señor la llamó. Gracias a ella, a su interés y constancia, el gobierno promulgó leyes para proteger a los niños, y los enfermos de lepra recuperaron su dignidad y la alegría de vivir.

¿De dónde sacaba la fuerza? Perseveró hasta el final sacando fuerza de la fe, constantemente alimentada por la Eucaristía, por la devoción mariana, por la oración y por la pureza de intención, pues no tenía pretensiones, ni buscó reconocimientos, pues el amor crece más cuando está libre de premios.

Escribió: «No me espero un lugar de privilegio en cielo. Estaré llena de gratitud por un pequeño rincón, donde yo pueda amar a Dios para toda la eternidad».


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