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Yoni y Yasmin

Yoni y Yasmin
El amor vence el odio.


Por: Antonio Aldrette | Fuente: Buenas Noticias



Fue hace apenas unas semanas. Mohamed, 20 años, decidió cargar su abrigo de kilos de dinamita y se hizo explotar en el autobús en medio de las calles de Tel Aviv. No quedó nada de su cuerpo. Más de 60 heridos y casi media docena de muertos. Odio y pavor. Impotencia, gritos de angustia y lágrimas... Los paramédicos y rescatistas no tardaron mucho en llegar. El penetrante olor a pólvora envuelve las labores de rescate. Es enorme el frenesí por intentar salvar algunas de las víctimas. El humo es espeso y apenas permite ver... parece que el infierno se ha instaurado en esa maldita calle del centro de Tel Aviv.

Yoni Jessner, joven judío de origen escocés, estaba allí en el preciso instante en que Mohamed hizo estallar su cuerpo. Cuando Raquel supo que el atentado había sido en aquella zona de la ciudad y precisamente a esa hora, temió lo peor. Conocía perfectamente el recorrido que hacía todos los días su hijo. No se equivocó. Yoni había muerto. Cuando el oficial de policía le confirmó su presentimiento, no pudo contener las lágrimas, sintió que las fuerzas le abandonaban. Quiso gritar... pero de su boca sólo salió un ruido sordo. Cuando recobró el sentido todo le daba vueltas, no podía creer lo que pasaba, todo eso tenía que ser un sueño. ¿Por qué Yoni?, ¿por qué no mejor ella, si Yoni tan solo tenía 19 años? ¡Dios Santo! ¡No puede ser verdad! Debe ser un sueño. Pero, en el fondo, sabía que no era así...

Los padres de Yoni, en medio de tanto sufrimiento, recordaron que su hijo siempre había querido donar sus órganos al momento de su muerte. Ese momento había llegado de forma inesperada y dolorosa, pero había que cumplir el deseo de su hijo. Así se hizo. Uno de los riñones de Yoni acaba de ser implantado a Yasmin Abu Ramila, una niña de siete años. Yasmin vive en Jerusalén y es palestina. Raquel y su marido supieron que la destinataria de uno de los riñones de su hijo sería de la misma raza que el joven que lo mató. Estuvieron plenamente de acuerdo.

Yasmín y su madre, Dina, habían vivido dos largos años a la espera de un donador. Yasmin empeoraba cada día más. Sus esperanzas de vida iban disminuyendo con el pasar de los días. Las interminables jornadas de “diálisis” ya habían consumido la ternura y candidez de su mirada. Dina se había resignado y, con enorme dolor, esperaba el peor desenlace. De repente, cuando ya la esperanza parecía llegar a su fin, se presenta el milagro. ¡Hay un riñón! Es su única esperanza de vida. Alguien ha decidido donar un riñón. ¡Alá es grande!

Yasmin evoluciona favorablemente. La alegría ha vuelto a su vida infantil. Una sonrisa se le dibuja en el rostro cada día con mayor frecuencia. Paso a paso avanza hacia una vida normal, como la de cualquier otra niña de siete años. Tiene todo un futuro por delante. Cuando la madre de Yasmin se enteró de que el donador era el joven judío muerto en el atentado suicida, declaró emocionada: «No tengo palabras para agradecer a la familia de la víctima del atentado. Me uno a su tristeza y les agradezco la donación del órgano que ha salvado la vida de mi hija».

Hechos como éste impactan por su enorme valor humano. Rebozan de humanidad y heroísmo. Nos hacen sentir más racionales y más humanos. Inmersos en el trajín del acontecer diario, bombardeados por incontables noticias de guerras, inundaciones, hambre, muerte... corremos el riesgo de hacernos insensibles a tantas desgracias. Pero es importante saber ver que, en medio de tantas cosas malas que pasan en este mundo, ¡todavía suceden cosas buenas! Cosas que son dignas de aparecer en los titulares de las noticias de la tele. El ejemplo de los padres de Yoni nos interpela y nos hace pensar que el perdón es una valor de gran actualidad, por encima del odio y la división. Que la unidad entre los hombres es un bien a conseguir, más allá de los regionalismos y las luchas entre razas, grupos y naciones. Finalmente, las conmovedoras palabras de Dina penetran el corazón y muestran el gran valor de reconocer nuestra necesidad y saber decir de todo corazón «¡Gracias!».


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