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La hija de Stalin

La hija de Stalin
La vida nos da la oportunidad de volver a Dios.


Por: David Abad | Fuente: Buenas Noticias



Nunca me ha convencido el viejo adagio de tal palo tal astilla. En el mundo hay miles de historias que demuestran lo contrario. Una de las más impresionantes es la de la hija de Stalin.

Conocemos bien el desdén que Stalin sintió por sus hijos. Cuando el mayor, Jakov, oficial del ejército soviético, cayó en manos de los nazis en la II Guerra Mundial y se le ofreció a su padre la posibilidad de negociar su rescate, respondió con esta frase: «No existen prisioneros, sólo existen traidores». Por los archivos del campo de concentración alemán de Sachsenhauser conocemos su trágico final: un día de 1943 Jakov se negó a entrar en el barracón y se lanzó corriendo a la zona neutral. Un disparo del centinela lo abatió sobre el alambre espinado electrificado.

Vasilij, nacido de Nadežda, segunda mujer de Stalin, fue oficial del ejército del aire. Al presentarse borracho a un desfile militar, su padre lo destituyó. Cuando Stalin murió, fue condenado en un juicio a ocho años de cárcel. Salió en 1961, muy enfermo, y falleció al año siguiente, dejando siete hijos, cuatro propios y tres adoptados.

La benjamina de Stalin fue Svetlana, nacida en 1926. Su madre Nadežda se suicidó cuando la hija tenía sólo seis años. A diferencia de sus hermanos, Stalin la adoraba y le hizo estudiar dos carreras. Al morir su padre en 1953, sufrió una fuerte crisis interior que la condujo en 1962 a pedir el bautismo.

En 1967 emigró a Inglaterra, perdiendo su ciudadanía soviética. Contrajo segundas nupcias con un arquitecto norteamericano, con quien se estableció en Inglaterra. Al enviudar por segunda vez, en 1984 volvió a Moscú con su hija Olga, quien no se adaptó al ambiente, por lo que madre e hija regresaron a Inglaterra poco después.

En 1993, después de haber vivido en un hospicio para pobres, ingresó en el noviciado del convento católico Saint Joseph de Londres. Posteriormente fue trasladada a un lugar de Italia del que su Congregación no da señas para proteger su privacidad.

En nuestras sociedades, un alto porcentaje de niños nacen fuera del matrimonio o tienen clavada en el alma una dolorosa ruptura familiar. A muchos, sus padres les han enseñado que la felicidad está en el tener, en el gozar, en abrirse camino en la vida a cualquier precio, mientras puede que nunca les hayan hablado de Dios.

Pero la historia de Svetlana nos muestra que nadie está determinado por los errores de sus padres, o por su propio pasado. Siempre somos libres de elegir el bien o el mal. Por eso la vida conserva toda la dramaticidad de quien en cada momento puede cambiar de rumbo y malograr o dar pleno sentido a la propia existencia en el amor.

Y esa libertad es la buena noticia que en un mundo como el nuestro nos llena de esperanza.


Con información de Rusia Cristiana



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