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Lágrimas para un sacerdote

Lágrimas para un sacerdote
El presente artículo es una de las mayores noticias que tal vez contaré


Por: P. Juan Antonio Ruiz J., L.C. | Fuente: www.buenas-noticias.org




Nada hay que nos toque más el alma que las lágrimas de una persona sufriente. Ver esas gotas surcando el rostro lacerante de alguien, no nos deja indiferentes. Para algunos, son el inicio de una rabia no controlada, que señala al cielo, exigiendo respuestas; para otros, y yo me incluyo entre ellos, son un llamado urgente a buscar por todos los medios que esas lágrimas se sequen y que esas personas encuentren un consuelo, una compañía, un sentido.

Ésta ha sido la reflexión que continuamente ha tocado mi mente y mi corazón durante la pasada Navidad, pues describe una de las ideas claves de mi vida. He intentado rumiarla lo más posible antes de sentarme a plasmarla -¡qué difícil!- en unas líneas y compartirlas con todos los lectores de Buenas Noticias. Porque el presente artículo es una de las mayores noticias que tal vez contaré: el pasado 12 de diciembre fui ordenado sacerdote.

En una ceremonia en la que todos cargábamos años de preparación, intensas emociones y largos ratos de oración, 59 hombres dábamos un paso confiado hacia Dios y Él, misteriosamente, nos configuraba como otros Cristos para toda la eternidad.

Desde ese día, el correr de los minutos ha adquirido un sentido nuevo. Cada acción, por mínima que sea, puede tener un sentido especial de redención, debido a nuestra unión sacramental con Cristo: no se es sólo sacerdote cuando se celebra la misa, sino también en actos tan simples como respirar, leer o comer. Es una gran responsabilidad.

¡Ser sacerdote! Se han presentado a lo largo de la historia una variedad infinita de definiciones. Una que siempre me ha llamado la atención es la de ser puente entre Dios y los hombres. El sacerdote está ahí para que quienes traten con él puedan llegar al otro lado, en donde Dios les espera, en donde no habrá más lágrimas.

¡Cuánto sufre el hombre hoy! Muchas veces no sólo físicamente, sino, sobre todo, en lo moral, en lo espiritual (tal vez el dolor más profundo que pueda existir). Por eso, me impresionaron mucho unas palabras del Cura de Ars que leí hace poco:

«Si desaparece el sacramento del Orden, no tendríamos al Señor. ¿Quién lo ha puesto en el sagrario? El sacerdote. ¿Quién ha recibido vuestra alma apenas nacidos? El sacerdote. ¿Quién la nutre para que pueda terminar su peregrinación? El sacerdote. ¿Quién la preparará para comparecer ante Dios, lavándola por última vez en la sangre de Jesucristo? El sacerdote, siempre el sacerdote».

Y ésta es la convicción que ha plasmado mi vida y la sigue aún acompañando. Hoy, tras 18 años de preparación, sigo con esa misma certeza, ya madurada y forjada en todo este tiempo. El sacerdocio se presenta como una meta, sí, pero también como un nuevo camino: el de poder ayudar de manera más plena y total a las personas.

Por eso sólo te pido a ti, que lees estas líneas, un pequeño avemaría por este nuevo sacerdote, que sólo desea enjugar las lágrimas de muchos hombres y mujeres en esta tierra; y luego, al final de la vida de cada uno, conducirlos al lugar en donde nunca más tendremos dolor: al abrazo eterno con un Dios que es amor. ¡Y qué mejor buena noticia que ésta!

Se pueden leer los testimonios de los 59 neosacerdotes en el siguiente enlace.

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