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Las lágrimas de Pedro

Las lágrimas de Pedro
Existe un cuadro en la Catedral de Toledo que sobrecoge el alma, me refiero a las lágrimas de San Pedro del Greco. San Pedro llora porque ha traicionado a su Señor. Los que hemos visto el lienzo, no podemos olvidar la expresión de esos ojos.


Por: Javier Ayala, L.C. | Fuente: www.buenas-noticias.org




Existe un cuadro en la Catedral de Toledo que sobrecoge el alma, me refiero a las lágrimas de San Pedro del Greco. Mi madre siempre ha dicho que es una de sus pinturas favoritas. San Pedro llora porque ha traicionado a su Señor. Los que hemos visto el lienzo, no podemos olvidar la expresión de esos ojos.

El otro día vi un cuadro aún más conmovedor que el del Greco. Fue en Roma, en la vigilia de oración con el Santo Padre por la clausura del Año Sacerdotal. Era una noche indulgente del verano romano, corría la brisa y la columnata vaticana albergaba a más de 15.000 sacerdotes de los cinco continentes. Éste es el cuadro: después de unos momentos de música y testimonios sacerdotales todos nos levantamos. «¡Ya llegó el Papa!», «¡viva el Papa!». El papamóvil recorría la plaza de San Pedro a una velocidad más lenta que la habitual. Benedicto XVI parecía querer mirar uno a uno a los ahí presentes, a todos bendecía, a todos saludaba. Cuando finalmente llegó al escenario y se vio frente a esa multitud de pescadores de hombres, él, el Vicario de Cristo, Pedro, lloró. ¡Qué cuadro tan maravilloso! Cuántas imágenes habrán pasado por su mente en ese instante. Después de un año de purificación y de bendiciones, Cristo lo premiaba con la mayor reunión de sacerdotes en la historia de la Iglesia. La plaza se había convertido en una gran esperanza para el mundo entero. Ahí estaban, hombres de carne y hueso, que un día lo dejaron todo y decidieron remar mar adentro.

«Queridos amigos, ante todo quisiera expresar mi gran alegría porque aquí están reunidos sacerdotes de todas partes del mundo, en la alegría de nuestra vocación y en la disponibilidad de servir con todas nuestras fuerzas al Señor, en este nuestro tiempo». Esta vez las lágrimas del Papa condensaban la alegría de constatar la noble figura del sacerdote –como escribe Víctor Hugo al final de Los Miserables– reflejada en miles de historias personales, silenciosas y ocultas, pero cargadas de amor y tan necesarias en nuestro tiempo. Las lágrimas de Pedro fueron lágrimas de alegría, y eso es una buena noticia.


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