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Mi vida es bella

Mi vida es bella
El amor da sentido a la vida y es más fuerte que cualquier sufrimiento.


Por: José Ignacio Rubio, L.C. | Fuente: www.buenas-noticias.org



Es un tema que en nuestros días se ha hecho común. ¿Qué utilidad puede tener la vida de una persona que no es capaz de hacer nada por sí misma, que ni siquiera es capaz de comunicarse? ¿Qué puede aportar alguien que no ve, que no oye … que, simplemente, está vivo?

Desde un punto de vista utilitarista o pragmático no tiene sentido. Pero Maryannick Pavageau y María José Solaz Viana coinciden en su respuesta a estas preguntas: una vida así no sólo tiene sentido, sino que es bella. Pero, ¿cómo puede ser esto posible?

Marynnick en el mensaje que emitió a la comisión Leonetti sobre el final de la vida y la eutanasia (27 de octubre de 2010) afirmó: «toda vida merece ser vivida. Ella puede ser bella, independientemente de nuestro estado. Y siempre hay una evolución posible. Este es el mensaje de esperanza que quiero transmitir».

Y esta belleza le viene fundamentalmente de una fuente: el amor. Toda persona necesita amar y ser amada. Esto lo experimentan con muchísima intensidad las personas que tienen que enfrentar un sufrimiento fuerte; pero cuando esta ansia natural de amor se satisface en la propia vida, la perspectiva cambia totalmente.

Por esto mismo Marynnick dijo: «Yo me he comprometido contra la eutanasia, porque no es el sufrimiento físico el que mueve el deseo de marchar, sino un momento de desánimo, la impresión de ser una carga… Todos los que piden la eutanasia están diciendo están buscando ser amados».

Esta misma experiencia de la fuerza del amor ante la enfermedad y el sufrimiento, la ha hecho María José. Desde niña sufre una enfermedad degenerativa que a los quince años la ató a una silla de ruedas y desde entonces, a lo largo de veinte años, ha ido minando sus facultades hasta un cien por cien de discapacidad.

Reza todos los días dos horas a solas en su parroquia para pedir a Dios, entre otras cosas, «poder llevar la cruz de las personas que sufren” y en acción de gracias por “la belleza de mi vida». De ese modo, «me ofrezco al Señor» para que remitan «los males de quienes sufren y me piden que ore por ellos»” o, «al menos, para que encuentren alivio».

Sufriendo ella, se preocupa por los demás… Y esto le da ya un sentido, una profundidad y una belleza inefables a esa vida que parecería tan pobre y sin sentido.

Pero también la experiencia del sentirse amada le da fuerzas y luz. Sus padres. Pepe y María Luisa, ambos de 73 años, se encargan de todo el cuidado de María José en casa. Por poner un ejemplo, el padre, campesino durante toda su vida, tuvo que vender sus tierras para poder dedicarse por completo a su hija cuando el grado de degeneración de la enfermedad lo requirió.

Los esposos destacan también la «armonía familiar» y el «buen humor» que tratan de imprimir a cada momento: «cuando veo a María José tristona, no tardo ni un momento en hacerla reír; entonces ella me dice que siempre estoy haciendo el tonto, y yo le respondo que es mejor así», explica Pepe.

Lo mismo ha experimentado Marynnick con su familia: «Mi vida no es lo que pudo haber sido, pero es mi vida. Al fin, he guardado los valores fundamentales; he mantenido el amor. Mi marido y mi hija Miriam, que tenía dos años en aquel momento, me han dado la fuerza para luchar. A pesar de mis dificultades para hablar, Myriam siempre me ha entendido».

Estas dos mujeres son un testimonio vivo de esta verdad tan grande: el amor da sentido a la vida y es más fuerte que cualquier sufrimiento. Incluso que la misma muerte. Y es por eso que María José puede afirmar categóricamente, con una sonrisa pintada en los labios: «Mi vida es bella».


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