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No una celebridad, sino una luminosa obra maestra

No una celebridad, sino una luminosa obra maestra
Aquí todo lo del cristianismo me cuadra


Por: Fernando Magallanes, L.C. | Fuente: www.buenas-noticias.org




La introducción de la vida de Chiara puede comenzar con muchos “no”. No era una celebridad. No ganó un premio Nobel. Ni siquiera llegó a vivir veinte años. Pero es precisamente esa “fugacidad”, su brevedad en el tiempo, la que la hizo convertirse en una luminosa obra maestra que ilumina el recuerdo.

Chiara Badano nace el 29 de octubre de 1971, en Sassello, Italia. Sus padres, María Teresa y Ruggero, esperaron once años hasta el nacimiento de Clara, su primera y única descendiente. Era una niña vivaz, bella y amigable.

Crece en un familia muy normal, en donde recibe una educación cristiana. No se dan hechos extraordinarios en su vida, salvo pequeñas luces de su grandeza de espíritu…

A los cuatro años, con gran cuidado, elige los juguetes que regalará a niños pobres, asegurándose que no estén rotos. Es natural para ella invitar a celebrar la Navidad a una compañera huérfana, preocupándose de que la mesa esté lo mejor preparada porque «Jesús estará hoy con nosotros»; visitar y quedarse con las personas mayores en una casa de asilo.

A los nueve años conoce el Movimiento de los Focolares, al que ingresa como Gen (Generación Nueva, segunda generación de los Focolares). Se vuelve muy activa en la parroquia y en la diócesis. Cambia correspondencia con Chiara Lubich, la fundadora del Movimiento. De ahí nace una profunda amistad entre las dos.

Le gusta jugar tenis, pasear por la montaña, cantar. Tiene muchos amigos. Pero es sobre todo con su ejemplo, como quiere que conozcan a Dios.

Después de un partido de tenis, le aqueja un fuerte dolor en la espalda. Tras unas revisiones, el dictamen médico es un tumor óseo. En febrero de 1989, con diecisiete años, comienzan las primeras intervenciones. Las esperanzas de curación son escasas.

A pesar de lo doloroso del tratamiento, Chiara lo afronta con gran coraje por Jesús. Al poco tiempo, pierde el uso de las piernas. Lo único que le sostiene es su fe en Dios.

Reducida casi a la inmovilidad, no deja de trabajar: por teléfono, mensajes o cartas se hace presente en congresos, se mantiene en comunicación con sus amigos y compañeros del Movimiento. Es interesante que su médico, no creyente y crítico de la Iglesia, diga: «Desde que he conocido a Clara algo ha cambiado dentro de mí. Aquí hay coherencia, aquí todo lo del cristianismo me cuadra».

En sus últimas cartas, Chiara Lubich, además de asegurarle su cercanía, la “bautiza” con el nombre de Chiara Luce (Clara Luz). Acertó muy bien a sintetizar con este nombre la vida de la muchacha.

El dolor aumenta. También las dosis de morfina, que ella decide no tomar, para soportarlo conscientemente como Jesucristo.

El 7 de octubre de 1990 parte para el cielo. Antes de morir, elige los cantos de su ceremonia fúnebre y pide ser sepultada de blanco, como una recién casada. A sus papás les decía que cuando prepararan todo esto repitieran: «Ahora Chiara ve a Jesús».

La fundadora de los Focolares escribía: «Agradecemos a Dios por este luminosa obra maestra». Esta pequeña luz no ha quedado oscurecida por el olvido. Recientemente fue beatificada en Roma, a donde acudieron miles de personas a la celebración. Entre ellos miles de jóvenes.

Para conocer más sobre Chiara Luce Badano existe la página en italino: www.chiaralucebadano.it.


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