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Silbato y sayal

Silbato y sayal
La vocación al sacerdocio, ¡un reto y un regalo!


Por: Rodolfo Caballero | Fuente: Buenas Noticias




Simone Strozzi se iniciaba al arbitraje profesional del baloncesto italiano cuando de repente dio el silbatazo final a su carrera. A pesar de que en su profesión daba apenas los primeros pasos, quería practicar un deporte totalmente diverso al que estaba acostumbrado. Optaría por convertirse en sacerdote con los misioneros de San Francisco Javier.

En el último partido para Simone se enfrantarían el Metis Varese contra el Pompea Nápoles. No se supo cómo, pero se coló entre los jugadores la noticia de que Strozzi se iría de misionero. Se pusieron de acuerdo para jugar limpio, como jamás lo habrían hecho en sus carreras profesionales. Así se despedirían del árbitro misionero. Además, le regalarían un balón autografiado.

Más tarde revelaría Simone: «Deseo poner mi vida en manos de Jesucristo. Este es el proyecto que tenía para mí».

El joven descubrió su vocación en su niñez. A los 13 años de edad confesó a su madre que quería ser sacerdote. Ella no le dijo nada. Su silencio y su mirada llena de ternura le dieron a entender que no era el momento para dejar la casa, pues la familia sufría económicamente y los hijos tenían que ayudar con los ingresos. Más tarde tendría la oportunidad de seguir el llamado. Simone comprendió. Se resignó y esperó el momento oportuno.

Mientras tanto, se puso a trabajar y a sacar sus estudios simultáneamente. Así pudo seguir la carrera de jurisprudencia. Pero le quedaban por presentar aún once exámenes, cuando se hizo más necesaria su aportación. En esta ocasión tuvo que dejar también los estudios para ganar más dinero.

Ahora las dificultades económicas ya han quedado en el pasado. Le espera un período de cuatro años de estudios eclesiásticos, la ordenación sacerdotal y un lugar de África para misionar. Aquellas personas, además de comida, necesitan hombres y mujeres que les enseñen que no sólo se vive de pan, sino de amor, de Amor. Para ello, tendrá que decir adiós a su madre, a sus hermanos, a su querida Italia que le vio nacer y crecer. Su silbato quedará tal vez sobre un estante, como un mudo ruiseñor.

No será una empresa fácil. Simone es consciente de ello. Poco importa. Todavía tiene en sus ojos el fulgor de la belleza del sacerdocio, que es un tesoro, un camino irrenunciable de realización personal, de amar y de dar la vida. ¿Quién sabe cuántos hombres escuchan hoy esa misma voz divina que les invita a ser sacerdote? Lo cierto es que muchos como Simone, han preferido la sotana al silbato, el evangelio al balón.

Si quieres comunicarte con el autor, envía un mensaje a: buenasnoticias@arcol.org

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