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Sucedió en Madrid y el Dios de la vida lo hizo

Sucedió en Madrid y el Dios de la vida lo hizo
Una historia sobre el aborto


Por: Equipo de Buenas Noticias | Fuente: www.buenas-noticias.org




Muy queridos amigos:
El día de hoy quisiéramos compartir con ustedes una historia particularmente hermosa, la del Padre Miguel Ángel M. de D. Es él mismo quien la cuenta y nos llegó hace poco a nuestra redacción.

Aunque ligeramente acortada, debido a nuestro estilo breve en las noticias, la hemos querido dejar prácticamente íntegra, pues sus líneas irradian esperanza y amor.

Desde Buenas Noticias agradecemos al P. Miguel Ángel su testimonio. Asimismo, nuestra lista de intenciones se incrementa: pedimos de corazón por Mónica y por tantas mujeres como ella que se encuentran en situaciones muy duras; pedimos por organizaciones como Unidos por la vida y Red Madre, que ayuda con tanto entusiasmo y en medio de situaciones nada fáciles a todas estas chicas; y pedimos por todos esos "ángeles" que, como el Padre Miguel Ángel, logran arrancar de las manos del aborto a tantos seres inocentes.

Ojalá que este hecho les llegue al corazón del mismo modo que lo hizo a nosotros.

P. Juan Antonio Ruiz J., L.C.
Equipo de Buenas Noticias


Es el miércoles 16 de noviembre de 2010. Me dispongo a llevar la comunión a los enfermos que viven cerca de nuestro convento. Voy al Sagrario y llevo al Señor conmigo en el porta-viático. Voy a la calle, recogido, con el Señor en mis manos. Es la hora del Ángelus. Está lloviendo, hace frío en Madrid y las hojas caducas de los árboles de nuestro jardín conventual han formado una alfombra al paso del Santísimo en esta otoñada que anuncia ya el cercano invierno.

Salgo a la calle. Los coches circulan veloces porque la hora punta pasó y ya no hay atascos en la calle Arturo Soria. La vida agitada de la gran ciudad va a su ritmo. A 20 metros del convento hay un semáforo en rojo para los peatones. Hay que esperar.

Una joven espera a mi lado a que el semáforo se ponga en verde y mientras tanto aprovecha para hacerme su pregunta:
- Por favor, ¿me puede decir dónde está la clínica El Bosque?

Tiene el acento dulce, propio de los hispanoamericanos. Me quedo mirándole a los ojos unos instantes, con amor grande y no con menos grande tristeza. Ella refleja esa tristeza en su rostro. Le contesto:

-¡No vayas, por favor, no vayas!

Ella se ha quedado perpleja ante mi respuesta. Piensa quizá que es una clínica de medicina general, y por eso me pregunta a mí, fraile con hábito, que no pasa desapercibido. Y es que esta clínica está a 200 metros de nuestro convento y es, exclusivamente, un abortorio, que lleva funcionando desde hace lustros.

El semáforo se pone en verde y comienza a caminar mientras le insisto.

-¡No vayas, por favor! Allí matan niños. No vayas si no quieres colaborar en el asesinato de tu propio hijo, ése que llevas dentro.

Se le han llenado los ojos de lágrimas. Se ha encontrado con su propia realidad, con su soledad, con su sufrimiento.

Me dice que vive en la zona de Aluche. Continúa caminando sin rumbo y yo a su lado y en su dirección, repitiendo lo mismo. Vamos los dos con paraguas. Está lloviendo y hace mucho frío.

-Por favor, espera -le digo- vamos a hablar. Te vamos a ayudar, conozco gente que te puede ayudar. Por favor, no lo hagas, te arrepentirás durante toda tu vida. Espera… vamos a hablar, espera…

Si sigue caminando estoy decidido a ir a su lado, hablándole, hasta la misma puerta de esa clínica.

He logrado detenerla y se ha echado a llorar:

-No lo puedo tener, me van a echar del trabajo, estoy sola, no le podré sacar adelante.

-Espera, -le digo- vamos a llamar a quienes te pueden ayudar. Hay otras alternativas.

-Tengo cita y llego tarde -me dice con ademán de marchar. Sigo caminando con ella.

-Espera. ¿Cómo te llamas?

-Mónica.

- Yo, Migue Ángel. Espera Mónica: ya estoy llamando.

Veo que el teléfono tiene muy poca batería y espero que dure.

Llamo a Pilar Gutierrez, del Movimiento Unidos por la Vida, con la que he cooperado en algún proyecto y le cuento muy brevemente la situación. Le paso el teléfono para que hable con Mónica mientras esta se seca las lágrimas con mi pañuelo.

Pilar le dice que no lo haga mientras yo lo pongo todo en las manos del Señor, al que llevo en las mías.

Mónica corta la conversación. Se defiende de Pilar como de mí. Ante la propuesta de dar a su hijo en adopción, prefiere abortar. Tiene prisa. Llega tarde a la cita en la que va a programar su crimen. Me pasa el teléfono y Pilar me da breves y claras recomendaciones. Pero no hay tiempo. Hay que actuar.

-Mónica, escúchame –le digo- hace mucho frío, ven a mi casa, que está muy cerca. Ven, por favor, vamos a hablar.

-No puedo, pierdo la cita. Ha sido mi novio, me ha dado la dirección de la clínica.

- No te preocupes -le digo- no tienes que ir allí para nada.

-Pero usted no me comprende, no está en mis zapatos.

-Sí te comprendo –le digo- no estoy en tus zapatos, pero estoy en mis sandalias para intentar
tocar la tierra. Vamos.

Estamos volviendo al convento, que está muy cerca. De nuevo, la alfombra de hojas recibe al Señor, a Mónica con la nueva vida en su seno y a este fraile. Entramos. Se me ocurren mil cosas que decirle y que hacer. Vamos a un ordenador, le digo que se siente y busco en Google: vídeo sobre el aborto. Me llama Pilar, me proporciona al teléfono de una institución provida y me dice que busquemos la página “No más silencio” y “Apóstoles de la vida”.

Me dice Mónica que si no tengo nada que hacer. Le digo que no. Sólo estar con ella. Busco un testimonio de una chica que cuenta su vida después de haber abortado. Mónica lo escucha atentamente.

La dejo sola en la habitación. Llamo a mi buen amigo Antonio Torres, al móvil varias veces; no lo coge. Llamo al fijo: me dicen que le dirán que me llame. Llamo a Mercedes Montoro, su esposa, le cuento muy brevemente y me dice que rápido se ponen en camino o ella o Antonio. Ellos colaboran en organizaciones pro vida.

Mercedes me dice:
-Padre, Antonio va para allá. En media hora están en su convento. Va a buscar a Esperanza para que vaya con él y van para allá.

Le digo a Mónica que esté tranquila, que van a venir a ayudarnos. Tiene miedo, porque teme la pérdida del trabajo por estar embarazada. Le digo que no se preocupe, que nos van a ofrecer otras alternativas. Todo esto mientras le sirvo un café y unos dulces.

Me pregunta por mi vocación, por qué decidí ser sacerdote. Cuando le digo que fui al seminario con 10 años se sorprende.

Me dice que es de Bolivia y que su novio era español. Al quedarse embarazada, la ha dejado. Su madre vive en España, pero apenas se tratan. Ella vive con su hermana, con la que la relación es nefasta. Está sola.

Llaman a la puerta. Ya están aquí Antonio y Esperanza. Han llagado en veinte minutos escasos. Antonio, como siempre que se trata de algo importante ha desplegado las alas de su coche y de su caridad.

Nos reunimos los cuatro y Mónica comienza a contar toda su historia desde el principio. Ya tiene un hijo de cinco años. Ella lleva año y medio en España y se casó, muy joven, con un militar en Bolivia. El niño está con su padre. Lleva dos años sin verlo. Ella tiene 25 años y el que ha sido su novio en España, 24.

Esperanza está curtida en estas lides, por experiencia propia y por su trayectoria en “Red Madre” (organización española Pro-Vida). Escucha, anima, propone, llora y ríe con las dos víctimas de este asunto, madre e hijo. Le habla del centro de acogida que tienen, de cómo ella puede vivir allí y seguir trabajando después de tener a su hijo. Tienen guardería para que esté cuidado mientras el tiempo de trabajo… Mónica se ha ido serenando.

Antonio, con una amabilidad sorprendente, habla a Mónica desde Dios. Ella sabe bastante de la Biblia. Tiene cultura. Recuerda nuestro encuentro a las doce del mediodía y dice que, al saber mi nombre, se acordó del pasaje de la Anunciación. Dice que no hay casualidades y que esto ha sido para ella un signo de Dios.

He intervenido, brevemente, alguna vez. Hemos escuchado atentamente. Hemos hablado despacio. He pedido a Mónica su teléfono, email, correo postal. Todo. Antonio le pregunta que si es niño, cómo se llamará. Ella afirma sin titubeos: se llamará Miguel Ángel.

Todo el tiempo ha estado el Señor con nosotros en el porta- viático, bajo la humilde apariencia de pan. Mónica no se cree aún lo que le ha sucedido. Le parece un sueño. Confiesa que rezó por la mañana antes de salir de casa.

Hay que ser puntuales y a las 14:45 hay que salir. Vamos hacia el coche de Antonio. Esperanza, Mónica y Antonio van a la Clínica Moncloa. Yo me quedo en el convento con el cansancio de quien regresa de una terrible batalla y con la confianza en el Señor.

Sigo en comunicación con Mónica por teléfono y e-mail. Está con paz. Esperanza se encargará de lo psicológico y material, yo de lo espiritual, que también es importante. Ya he encontrado amigos que me ofrecen ayuda económica para ella y que tiene preparado un buen ajuar para cuando nazca el niño.

Esperamos que esta nueva vida sea para gloria de Dios.

Sucedió en Madrid y Dios lo hizo.
Padre Miguel Ángel M. de D.



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