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Un corazón inquieto

Un corazón inquieto
Hace muchísimo que Dios te cuida y te persigue con los brazos abiertos esperando poder perdonarte y darte otra vez su amistad.


Por: Olaf Oceguera, L.C. | Fuente: www.buenas-noticias.org




Día 23 - Calendario de Cuaresma

Podemos aplicar a la confesión la célebre frase de San Agustín: el que te creó sin ti, no te salvará sin ti. También este momento de nuestra vida cristiana ha de ser considerado con humildad de niño y con coraje de hombre (Pablo VI).

Propósito: Hoy buscaré acercarme al sacramento de la confesión, para ir mejor preparado a recibir a Cristo Eucaristía en la misa dominical.



Como es tradición, Benedicto XVI coronó la jornada dominical en la plaza San Pedro con la oración del ángelus. Estamos a finales de febrero. El invierno se empeña en teñir de gris el cielo y en hacerle regar la tierra con un suave rocío. La plaza se vacía de gente a la velocidad que se escapa el agua de entre los dedos de la mano.

“Creo que tienes razón,” me dijo, dibujando en sus labios una leve sonrisa. Pude ver que sus ojos húmedos reflejaban la pálida luz de aquella mañana. “No me voy a ir de Roma, sin antes haberme confesado”.

El padre de Sonia es evangélico protestante y su madre, católica. Una o dos veces al año va a la Misa para cumplir con la familia; pero eso de la religión no va con ella. Participaría más si hubiese actividades de voluntariado para ayudar a los pobres o a los ancianos; pero ir a escuchar un sermón aburrido en una iglesia, definitivamente no iba con ella.

En una hora de conversación Sonia comprendió que la fe no consiste en una reunión filantrópica dirigida por grandes y originales animadores de espectáculos. La fe es una respuesta personal que se da cuando se experimenta el amor de quien te creó y que no anhela otra cosa que tu plena realización y tu felicidad.

“Pero yo tengo mi conciencia y mi corazón llenos de cochambre. Hace muchísimo que no me confieso,” dijo con profunda sinceridad y pena. A lo que le respondí “pues hace muchísimo que Dios te cuida y te persigue con los brazos abiertos esperando poder perdonarte y darte otra vez su amistad.”

Sonia desconocía la parábola del hijo pródigo. Se la conté: Un hombre tenía dos hijos, y el más joven de ellos le dijo un día “padre, dame la parte de la herencia que me toca”... Hacía años que Dios subía a la azotea de su casa para ver si Sonia regresaba. Ese día la había divisado a lo lejos, y la veía venir envuelta en los harapos sucios de su vida pasada, pero dispuesta a dejarse abrazar y comenzar de nuevo.

Era el primer domingo de cuaresma; tiempo de especiales gracias del Cielo y tiempo para la llamada a revisar y ajustar nuestros caminos para que correspondan con lo que Dios espera de cada uno de nosotros.

¿Fue una casualidad que Sonia viniese a Roma ese fin de semana y se encontrara con este sacerdote desconocido? ¿Es una casualidad que al leer esta historia te hagas una reflexión y experimentes el deseo de regresar a Dios? ¡No! Es Dios mismo, el Padre misericordioso, quien te mira a lo lejos, te ve acercarte dudoso y tímido, y se lanza a tu cuello para perdonarte, para llamarte hijo suyo y hacer una fiesta en tu honor porque estabas perdido y te ha encontrado, estabas muerto y haz vuelto a la vida.


Si quieres comunicarte con el autor, envía un mensaje a: buenasnoticias@arcol.org

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