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¡Bienvenido!

¡Bienvenido!
El nuevo Papa Benedicto XVI.


Por: Adolfo Güémez | Fuente: Buenas Noticias




Cierro los ojos y aún lo veo a él. ¡Jamás podré borrarlo de mi memoria! Juan Pablo II ha sido, sin duda, un personaje epocal. Un hito en el tiempo. Un punto de referencia obligada. Pero, sobre todo, un sacerdote y un buen pastor para cada uno de nosotros.

Me siento privilegiado de haberle podido acompañar espiritualmente a lo largo de sus casi 27 años de pontificado. Y de modo aún más cercano, en este último periodo que me ha tocado transcurrir en la Ciudad Eterna.

Durante este tiempo, le encontré en muchas de sus misas y audiencias públicas. Confieso que no llevé un record exacto de cada encuentro. Pero, en el fondo de mi corazón, podría revivirlos todos y cada uno.

Por algún motivo, desde un inicio presentí que estas ocasiones serían numerosas. Supe que ello constituiría un gran regalo para mi vida. Pero corría el peligro de dejarme envolver por la rutina. Por ello, me hice el firme propósito de vivir cada encuentro como el primero, con el mismo frescor, candidez y emoción. Y ahora puedo asegurar que lo he cumplido: ¡jamás me acostumbré a ver a Juan Pablo II!

Este Papa, con su particular calor humano, se me fue metiendo en el corazón. Y tanto, que ahora me doy cuenta que después de varios años, me había ya acostumbrado a identificar la figura del Sumo Pontífice con la persona de Karol Wojtyla. Y es que, además de su particular carisma, es el único Papa que he conocido.

Por eso, hoy he experimentado algo extraño al acercarme a la plaza de San Pedro. Temía que surgiera espontáneamente en mí una especie de comparación o una profunda nostalgia. Pero me bastó ver a Benedicto XVI por unos segundos para disipar toda duda: Habemus papam! Ahí estaba otra vez el Papa. Ya no era el polaco Karol al que tanto amábamos, pero seguía siendo el mismo dulce Cristo en la tierra.

Y es que lo esencial del papado no es la persona que lo representa, sino a la Persona que representa. Lo verdaderamente importante es que todo Papa, desde San Pedro hasta Benedicto XVI, ha sido el Vicario de Cristo.

Por eso, intentar poner en unas líneas lo que he vivido el día de hoy en el Vaticano, me resulta poco menos que imposible. Un hombre vestido de blanco se ha asomado al balcón de la Basílica, aceptando con heroísmo la nada fácil tarea de hacer del mundo su nuevo hogar.

Su labor no será sencilla. Sobre sus hombros tendrá que llevar una cruz muy pesada. Pero Dios, al imponerle este peso, le sostendrá también con su mano para que pueda cargarla con vigor y firmeza. De mi parte, no me queda más que ofrecerle también mis manos, y gritarle un cálido y acogedor: «¡Bienvenido!»




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