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Por un uso libre y responsable de los medios de comunicación en comunidad
No cabe duda que los medios de comunicación están revolucionando la forma de ser de las personas y no sólo la forma de comunicarse entre ellas.


Por: German Sanchez Griese | Fuente: Catholic net




Los signos de los tiempos
Hay cambios epocales a lo largo de la historia de la Iglesia que no sólo han marcado un camino a la vida de la Iglesia, sino a la vida de la misma humanidad. Tal es el caso por ejemplo de San Benito que frente a la caída del Imperio Romano inicia no sólo lo que se considerará como los inicios de la vida consagrada en Occidente, sino la recomposición de toda una sociedad a través de la creación de una nueva civilización. Lo que podría haber afectado sólo a la Iglesia, resultó de beneficio para la humanidad, que hundida en el caos y la posible vuelta a la edad primitiva a merced de las hordas fue capaz de organizarse nuevamente y dar inicio a una época señalada por el ideal benedictino ora et labora.

Tenemos también el caso de la Iglesia en la historia de la conquista de América en dónde dejando a un lado los errores y los excesos cometidos por ella, no sólo colaboró en esta aventura, sino que supo dirigirla en bien de la humanidad, creando una nueva cultura a través del Derecho Internacional iniciado con Francisco de Vitoria y otras muchas contribuciones a la humanidad.

Hoy estamos viviendo un cambio de época. Ya para nadie es novedad los cambios transcendentales que está teniendo el hombre, producto de la acelerada innovación en la tecnología, las nuevas formas de comunicación y de aprendizaje que los medios están generando en el hombre, la nueva configuración del mapa de relaciones que él sostiene consigo mismo y con los demás. Todos estos cambios están generando un nuevo tipo de hombre al cual no debemos de perder de vista. De alguna forma, y lo demostraremos en este capítulo el hombre está olvidándose de su naturaleza humana para seguir una naturaleza de androide. Y hoy la Iglesia, a semejanza de las épocas anteriores entre las que hemos mencionado solo dos ejemplos, está llamada a ayudar a este cambio epocal. Tengo para mí mismo que la ayuda que la Iglesia dará a la humanidad en este paso a la post-modernidad será el de ayudarle a recordar al hombre que todavía es hombre, es decir que tiene una naturaleza humana hecha de materia y de espíritu.

Es a través de esta toma de conciencia de la erosión que está sufriendo el hombre en su naturaleza esencial en dónde debemos embarcar nuestro tema, el del uso libre y responsable de los medios de comunicación en comunidad. En este tema confluyen elementos importantes y esenciales de nuestra cultura. Es el caso por ejemplo de la invasión que los medios de comunicación han hecho de la vida consagrada. De la misma forma que los medios han llegado a cambiar la forma en que se hacen los negocios, en que se estudia, en el que se ama o se traiciona, así también los medios están cambiando la forma en la que se vive la vida consagrada.

No podemos pensar que el problema o la nueva cuestión del uso de los medios de comunidad pueda ser resuelta tan solo a través de la legislación. Para muchos bastaría tan sólo regular los medios en comunidad haciendo apelo al Código de Derecho canónico, al derecho propio y aplicándolo adecuadamente a la situación de cada lugar. Tal visión, farisaica y miope en exceso, descuida u omite el conocimiento de la persona humana en su fase postmoderna, ya que ésta no se contenta tan sólo con seguir normas o el cumplimiento exacto de la regla, como antaño se pensaba. Ahora, las personas consagradas, como seres pensantes y libres, buscan la explicación de las cosas, no con un prurito de intelectualismo, de revanchismo frente a la autoridad o por el hecho de no querer obedecer. Es la propia dignidad humana la que necesariamente exige la explicación de las reglas para seguirlas con la inteligencia y la voluntad, esto es, con el espíritu. La Congregación religiosa que aún se contenta con legislar sin explicar no sólo ha quedado frenada en su historia mucho antes del Concilio Vaticano II, sino que trata a sus miembros no con la libertad de los hijos de Dios, sino a través de la manipulación, viendo en ellos eternos adolescentes o niños, necesitados siempre de la mano del papá – regla, que hace las veces de un pensamiento libre y ordenado. No pensar por sí mismo es una de las llagas más profundas que se ha dado en la vida consagrada, confundiendo temor con autoridad y obediencia con ciega sumisión.

Por ello, si queremos ayudar a las congregaciones y a las personas consagradas a tomar las mejores decisiones para el uso libre y responsable de los medios de comunicación en nuestra época es necesario comenzar a entender lo que sucede en nuestro mundo, leyendo lo que Juan XXIII llamó los signos de los tiempos1.

Leer los signos de los tiempos en la actualidad es abrir los ojos a lo que está sucediendo actualmente en el mundo, sin caer en una visión dramática o pesimista, pero tampoco no cerrando los ojos a los que sucede en la realidad. Querer tapar el sol con un dedo es cegarse frente a la evidencia de los hechos.

Asistimos por tanto a un complejo de situaciones que de alguna manera afectan no sólo la fenomenología de las acciones periféricas del hombre, sino algunas formas esenciales de su ser persona. Veremos por tanto cuáles son estas formas más atacadas o puestas en tela de juicio y que ya están haciendo que el hombre cambie sus relaciones consigo mismo, con los demás y con el Creador.

Olvido de lo esencial. No me refiero al olvido de Dios que quizás se dio en la época del Iluminismo. Tampoco hago referencia al agnosticismos práctico en el que los hombres viven como si Dios no existiera2. Me refiero principalmente al olvido por parte del hombre de su carácter espiritual. El hombre no sabe ya lo que es su espíritu y lo que ello significa. Encerrado en la materialidad de las cosas, o mejor dicho, embaucado por la publicidad y la tecnología en la materialidad de las cosas su espíritu queda reducido a las funciones del intelecto, de la voluntad y de la memoria, olvidando y muchas veces callando a su espíritu que tiende hacia Dios y hacia el trascendente.

Hablamos entonces del olvido no de una dimensión moral o religiosa, sino de una dimensión estructural de la persona humana. Una dimensión antropológica que es la capacidad de que Dios, por medio de su espíritu pueda comunicarse con el espíritu del hombre y de esta forma llevarlo a la trascendencia. Su capacidad de trascender y de ir hacia el absoluto se ve bloqueada o narcotizada por el interés único que tiene esta nueva cultura en las cosas materiales, pensando que a través de ellas podrá alcanzar la felicidad. Se trastocan por tanto los medios por el fin. Lo que debería ser un medio, los bienes materiales, se está convirtiendo en un fin. Dios queda fuera de la estructura esencial del hombre, que por naturaleza tiende al objeto que lo creó.

Las consecuencias de esta asfixia espiritual lo podemos constatar en un cierto cansancio o hastío por la vida, llegando incluso a sobrevivir, más que a vivir. A buscar sucedáneos del sentido de la vida en medios alternativos, siempre dentro de la esfera de la materialidad. Como dice San Pablo “Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto. Y no sólo ella: también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando que se realice la redención de nuestro cuerpo” (Rom 8, 22 – 23). Somos espíritu y tendemos al Espíritu. Cualquier bloqueo u obstáculo para que esto se dé tiene consecuencias en la persona humana, no sólo en su espíritu, sino en su cuerpo también. La tristeza crónica de muchas culturas, especialmente las más desarrolladas, el alto índice de suicidios, el consumo de drogas y alcohol, las nuevas enfermedades psíquicas y psicológicas son tan sólo algunas muestras de este olvido que tiene el hombre por lo que es su espíritu.

De esta forma la Iglesia está llamada a rescatar el verdadero sentido del hombre, es decir está llamada a recordarle al hombre lo que es. Curiosamente creo que este siglo XXI será recordado como el siglo del olvido del hombre y será la Iglesia la encargada de revelárselo nuevamente al hombre. Cuando el hombre pierde su verdadera dimensión espiritual, quiere llenarla a toda costa con cualquier sustituto, lo que veremos en las páginas siguientes. La Iglesia, más que recordar a Dios le deberá recordar al hombre quién es, qué naturaleza tiene, de qué está hecho, cuál es el fin al que debe entender. Mas allá de la catequesis básica, lo que el hombre de hoy necesita es una alfabetización espiritual, que alguien le enseñe las bases de lo que es él.


Confirmación del ser (narcisismo).
El hombre busca siempre y en todo lugar, en cualquier cultura, la confirmación de sí mismo. No es falta de seguridad, sino simplemente una necesidad básica. Como ser inteligente y con la posesión de un espíritu, al estar abierto al trascendente intuye que la realidad de su ser se encuentra más allá de sí mismo. Y busca una confirmación de ello en los demás, es decir busca que los hombres le confirmen en la imagen que proyecta de sí mismos.

Las personas sanas y normales hacen de esta confirmación un medio. Lo toman simplemente como una constatación del camino que han emprendido. Pero el hombre actual, carente de una identidad propia, hace de la imagen que proyecta no un medio, sino un fin. Falto de identidad propia, la imagen lo es todo y busca una confirmación de ese fantasma, de esa falsa imagen de sí mismo. Es una enfermedad que lo invade y lo proyecta constantemente hacia fuera en búsqueda de la confirmación de su yo. Un yo que no puede ser encontrado porque es un fantasma que se proyecta en las demás personas. Si esta imagen no es confirmada por las personas, el hombre busca otras personas que lo confirmen en su ser.

Es el moderno Narciso que se enamora de su imagen, falsa imagen y que necesita que los otros le confirmen constantemente en esa falsa imagen. El materialismo y las redes sociales tienen mucho que ver con esta búsqueda de lo irreal. El materialismo crea una imagen inalcanzable de la felicidad, potenciada siempre por la publicidad. Eres feliz si usas este tipo de pantalones, esta loción, esta marca de coche y este modelo de teléfono celular. Hacen el mapa del hombre feliz en base a una serie de productos. Crean en el hombre una imagen imposible de alcanzar. Desde el aspecto físico hasta los medios que usa, este hombre será un ideal nunca alcanzable. A diferencia de Cristo, que se proyecta como modelo del hombre perfecto y que con la ayuda de la gracia, el ejercicio de las virtudes y una vida basada en la confianza en Dios, poco a poco podremos alcanzar porque dicha imagen se encuentra ya inscrita en nosotros y confirmada en el día de nuestro bautismo.

La falsa imagen del Narciso no existe y no podrá existir jamás. La tecnología, apoyándose en la publicidad y la mercadotecnia lanzan al hombre a una búsqueda imposible. En lugar de que el hombre sea un peregrino como lo propone el cristianismo, el hombre es hoy un vagabundo que busca las certezas en la imagen que proyecta. Lo que hace, lo que dice, lo que viste, los lugares que visita tienen que ser conocidos por todos de tal manera que todos tienen que confirmarlo en esta imagen.

Muchas veces esta enfermedad llega también a infiltrarse en la vida consagrada. Fray Narciso y Suor Narcisa están a la orden del día en nuestras comunidades. Infectados de este virus proyectan una imagen falsa de sí mismos y hacen de la comunidad el espejo que debe confirmarlos en esta falsa imagen. Y si ellos no lo confirman, será entonces el eterno incomprendido siempre en busca de confirmaciones y compensaciones externas.


Solución rápida a problemas del ser.
El sándwich, dicen los estudiosos, debe su invención a Lord Sandwich (John Montagu), que en el siglo XVIII para evitar la interrupción en el juego de cartas o del golf, se hacía servir su comida preferida en esta forma ingeniosa para aquella época, lo cual le permitía comer y seguir disfrutando del golf o del juego de cartas.

Cierto o no, la anécdota tiene mucho que ver con los tiempos modernos. Hoy podemos pedir cualquier tipo de comida por teléfono, por Internet, o ir a un negocio de comida rápida y desde el mismo coche hacer el pedido y, siempre desde el mismo coche, al cabo de unos minutos recibir el pedido que hemos hecho.

Parafraseando a Juan XXIII bien podemos decir que este tipo de comida en un signo de nuestros tiempos. El hombre postmoderno es el hombre que busca la rapidez, la velocidad. No está ya acostumbrado al silencio, a la reflexión, a la ponderación. Guiado por el eficientismo en los negocios, ha extendido esta práctica a todos los campos de su vida, incluso a los más íntimos y personales. Una persona que piensa y que reflexiona es considerada muchas veces ineficiente o pasada de moda. La carrera por ser el mejor requiere que el tiempo que se invierte en tomar las decisiones o ejecutarlas sea el mínimo posible. Parece que vivimos el síndrome de una persecución infinita en dónde todo tiene que ser rápido, pues de lo contrario podemos perder el primer puesto.

El hombre postmoderno se olvida que son necesarios nueve meses para gestar a un ser humano, tres o cuatro meses para el cultivo de algunas gramíneas. Y esto porque ha perdido contacto con la naturaleza. Ahogado y asfixiado en una jungla de asfalto pierde la noción natural del tiempo. Puede iniciar una sesión de Internet al atardecer y el alba lo puede encontrar sentado en la misma posición consultando las mismas páginas de Internet. Pierde la noción del espacio y del tiempo. De esta manera no se da cuenta que muchas decisiones requieren de tiempo. Y no hay problema alguna en tomarse el tiempo. Un ejemplo más o menos reciente lo tenemos en el Papa emérito Benedicto XVI. La dimisión ha sido una decisión que le ha tomado casi un año.

Pero el hombre de hoy, siguiendo a la novelista italiana Susanna Tamara quiere todo y lo quiere ahora. Tal parece que la influencia de los video – clips se deja también sentir en el mundo real. El hombre postmoderno no logra ya diferenciar el mundo real del mundo virtual y pretende que en el mundo real se den los resultados de lo que ve en el mundo virtual. Ha olvidado lo que es la ponderación, el discernimiento, el consultar diversas opiniones. Olvidado de su dimensión espiritual trascendente piensa sólo al eficientismo, lo cual le genera muchas veces no pocos dolores de cabeza por las decisiones precipitadas que toma y muchas veces irrevocables.


Búsqueda del ser en lo efímero y pasajero.
El hombre no puede vivir sin esperanza. Así lo decía Benedicto XVI cuando afirmaba: “En este sentido, es verdad que quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida (cf. Ef 2,12). La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando « hasta el extremo », « hasta el total cumplimiento » (cf. Jn 13,1; 19,30)”3.

El hombre postmoderno pasará a la historia como aquel que ha puesto su esperanza en lo efímero y pasajero. La esperanza es la sustancia por la cual uno hipoteca su vida. Es aquella perla preciosa del evangelio por la cual vale la pena perderlo todo. Así el hombre siempre ha encontrado en la trascendencia del ser ese tesoro o esa perla por la que ha vendido todo en la vida. El matrimonio, los hijos, una causa noble han sido siempre las sustancias por las que el hombre ha luchado. Y es la lucha, junto con la misma causa noble la que hacen que la vida se transforme. Llamado siempre a la trascendencia, el hombre con sus decisiones libres se construye a sí mismo, ya que la libertad no consiste tanto en las elecciones que se hacen fuera del hombre, sino en las elecciones que se hacen en lo más profundo de su ser, es decir, en su espíritu. Y cuando estas decisiones son guiadas por el espíritu, el hombre se convierte en espíritu.

Asistimos quizás hoy a un evento tanto triste como curioso. El hombre, al hacerse libre por las decisiones que va tomando se convierte en aquello que ha elegido. Es parte de su estructura como ser espiritual. Cada elección que hace que lo acerca al bien que ha elegido lo acerca a dicho bien, hasta que llega a transformarse en dicho bien. Un bien espiritual lo transformará en un ser más espiritual. El evento triste es que cuando el hombre elige un bien material, la consecuencia es que se transforma en ese bien material, si no en forma concreta por lo menos en una forma “formal”.

Además, la elección de bienes materiales como bienes que sostienen la vida y la esperanza de un hombre hacen que su vida sea constantemente mudable. A diferencia de un bien espiritual que sacia al hombre y lo deja plenamente satisfecho y feliz, los bienes materiales dejan al hombre insatisfecho… por la incompatibilidad de naturalezas. Apenas el hombre alcanza un bien material, ya está pensando en otro, porque la posesión del bien material no llena su ser espiritual. Llena tan solo la parte material, pero el espíritu pide algo más. De esta forma el hombre de la postmodernidad se convierte en el eterno insaciable, el buscador que no encuentra, el que llama constantemente y no encuentra respuesta, justamente lo contrario a las enseñanzas del evangelio que ha prometido el hallazgo al que encuentra y la respuesta al que busca. Vemos entonces el triste panorama de personas que pasan buscando el sentido de su vida en aquello que nos les puede dar la felicidad plena, el sentido pleno de la existencia.


Comunicándose con lo incomunicable.
No cabe duda que los medios de comunicación están revolucionando la forma de ser de las personas y no sólo la forma de comunicarse entre ellas. En la comunicación actualmente no importa tanto lo que se dice sino cómo se dice, con qué medio y a qué velocidad. El contenido ha pasado a un segundo plano y prueba de ello son los “emoticons” o figuras que de alguna manera sustituyen las palabras y pretenden expresar las emociones.

Estamos perdiendo la manera en que comunicamos, la manera de decirnos las cosas. Ahora nos contentamos mas con un mensaje en el teléfono celular, que escuchar la voz de una persona. En las oficinas, aunque si los empleados laboran uno junto al otro, prefieren comunicarse cada día más a través de mensajes electrónicos que decirse las cosas en forma personal.

Comenzamos entonces a ser analfabetos en materia de comunicación seria y profunda. Nos comprendemos cada vez menos a pesar de que tenemos más medios de comunicación y de que las barreras de la distancia han prácticamente desaparecido. Puedo conocer en tiempo real lo que sucede después de un temblor en China, una inundación en Filipinas o un tornado en la ciudad de Kansas en Estados Unidos. Pero mi corazón y mi ser pueden permanecer los mismos mientras leo esas noticias de camino a la Universidad, el supermercado o el trabajo. La comunicación virtual pierde la eficacia que tiene la comunicación real en lo que se refiere a comunicación profunda del hombre.

Y no hay que olvidar el aspecto psicológico de dependencia que crean esos medios. Estudios en este aspecto han demostrado cuán vulnerable puede ser el hombre para caer en la trampa de estos medios. Y no precisamente caer en aspectos negativos de dependencia como la pornografía, los juegos de azar, sino simplemente la dependencia de sentir que hay que estar siempre conectado a esos medios. El hombre que hace del medio de comunicación su único medio de comunicación pretende esconderse detrás de él, bajo las apariencias de modernidad y de información. Valdría la pena preguntarse cuál es la calidad de información que la persona postmoderna busca con tanto afán. Cantidad y calidad no son sinónimos.


Poderoso caballero es don dinero.
“Si el dinero no hace la felicidad, imagínate que puedes lograr con la miseria”. No hace mucho tiempo que leí este viejo adagio en uno de mis viajes por el sur de Italia, precisamente en las cercanías de las costas sorrentinas. Sonreía, libre de preocupaciones. Ahora sin embargo me doy cuenta que a la vuelta de unos años lo que antes producía una sonrisa, ahora produce una preocupación. Y es que el hombre de la postmodernidad, cristianos incluidos, estamos poniendo cada día mas nuestra confianza y nuestra esperanza en los bienes materiales, cuando no en el dinero mismo.

Pensar que el dinero puede hacernos felices por los medios o los bienes que con ellos podamos adquirir es la paradoja del hombre de la postmodernidad. Su vocación a la vida y más claramente a la vida de unión con Dios queda postergada por una vocación a alcanzar la felicidad en los medios. Antes que preguntarse cuál es la vocación a la que Dios la ha llamado se pregunta más bien por aquella profesión o aquel trabajo que más puede asegurarle una cantidad de dinero necesaria no para cumplir con dignidad, el hombre de la postmodernidad busca aquella profesión o trabajo que más pueda proporcionarle dinero para con él “comprarse la felicidad”, o también la profesión más ventajosa para su ego personal, proyectando la imagen narcisista de la que antes hemos hablado.

El hombre por tanto hipoteca su futuro por el dinero. Dice al respecto algo muy interesante Benedicto XVI en su encíclica Spes salvi: “Hyparchonta son las propiedades, lo que en la vida terrenal constituye el sustento, la base, la « sustancia » con la que se cuenta para la vida. Esta « sustancia », la seguridad normal para la vida, se la han quitado a los cristianos durante la persecución. Lo han soportado porque después de todo consideraban irrelevante esta sustancia material. Podían dejarla porque habían encontrado una « base » mejor para su existencia, una base que perdura y que nadie puede quitar. No se puede dejar de ver la relación que hay entre estas dos especies de « sustancia », entre sustento o base material y la afirmación de la fe como « base », como « sustancia » que perdura”4. El hombre postmodernpo ha quedado narcotizado en esta capacidad de aspirar a los bienes eternos, que son el verdadero sustento de la persona, porque su radio de esperanza se ha quedado reducido a los bienes materiales, materializados y contabilizados en el dinero. Es capaz de las más grandes bajezas y de renunciar a su dignidad de hombre por una cierta cantidad de dinero. Es la cultura de lo provisional.

No quiero terminar esta exposición de fenómenos del hombre post – moderno, con una cita de un gran expositor de la vida en la post – modernidad. Se trata de una parodia en que el autor engloba las paradojas del hombre post-moderno, las contrariedades en las que vive, precisamente por su liquidez, es decir, por su falta de principios sólidos y seguros en la vida. “El profundo pluralismo que impregna la conciencia social, da lugar a diversos comportamientos, en algunos casos tan opuestos como para afectar cualquier identidad comunitaria. “Desengañados de las autoridades “tradicionales” por obra de un racionalismo sin rostro; decepcionados de los alcances y promesas de la razón acusándola de dejar por fuera lo más propiamente humano en el sujeto; decepcionados de la aplicación de la razón por el escándalo de las Guerras Mundiales y de incontables desastres ecológicos; ahí tenemos una generación de postmodernos: creen sólo en el instante, en sus amigos, en los códigos creados por ellos mismos, y en una especie de bondad que suponen que nunca les abandona pero que de todos modos renuevan embriagándose de naturaleza: por eso se alimentan de manera saludable y cuidan de las especies en vía de extinción.

“Pero el comportamiento de estos apóstoles de un hippismo sin raíces está repleto de contradicciones: quieren comida “orgánica” y se inyectan hormonas para no concebir hijos; quieren independencia pero son juguetes de la publicidad y la moda; se proclaman independientes desde la fortaleza de una pandilla, grupo o tribu urbana; quieren ser escuchados pero luego carecen de un discurso en el que puedan creer todos, y así resultan prontos para la protesta y tardos para la propuesta.

“Su originalidad les llega empacada desde los grandes centros de producción; sus canciones de protesta hay que bajarlas de iTunes; es de rigor parecer desaseados y despreocupados pero saben que el trato interpersonal requiere de la última tecnología en antitranspirantes; aman aportar grandes símbolos pero para las grandes tareas siguen dependiendo de las estructuras de la Modernidad. Los rápidos cambios estructurales, las profundas innovaciones técnicas y la globalización de la economía repercuten en la vida del hombre de cualquier parte de la tierra. Sin embargo todos estos hechos que nos toca vivir, también son oportunidades para volver a valorar a la persona, a buscar el sentido de la vida y de la trascendencia, y todo esto se plantea como un reto para todo educador, pero de manera especial para los educadores de colegios confesionales que deben ser Luz y Verdad de manera clara y transparente asumiendo el estudio como medio de realización personal y comunitaria”5.


Frente a este panorama, ¿en dónde situar a los medios de comunicación en la vida consagrada?
Quizás deberíamos preguntarse más bien sobre cómo situar la vida consagrada y las personas consagradas frente a este panorama. Ya ha pasado mucho tiempo desde que el Concilio Vaticano II pidió a la vida consagrada una adecuada renovación, es decir un adecuarse a los tiempos y lugares. El Papa Francisco recientemente hablando a los seminaristas en Roma les decía: “Pero yo os digo, en verdad, que a mí me hace mal cuando veo a un sacerdote o a una religiosa en un auto último modelo: ¡no se puede! ¡No se puede! Pensáis esto: pero entonces, Padre, ¿debemos ir en bicicleta? ¡Es buena la bicicleta! Monseñor Alfred va en bicicleta: él va en bicicleta. Creo que el auto es necesario cuando hay mucho trabajo y para trasladarse… ¡pero usad uno más humilde! Y si te gusta el más bueno, ¡piensa en cuántos niños se mueren de hambre! Solamente esto. La alegría no nace, no viene de las cosas que se tienen”6.

En pocas y con pintorescas palabras el papa Francisco ha esbozado la enfermedad de la vida consagrada: se ha secularizado. Y cuando decimos esta palabra nos viene a la mente inmediatamente las monjas que han dejado el hábito, los sacerdotes que no celebran la eucaristía según las rúbricas del misal romano, aquellos sacerdotes y monjas que se toman juntos un refresco en el café del pueblo. ¡Qué tonterías! Nos hemos olvidado que el secularismo no es externo, sino interno. Cuando la misma vida consagrada ha perdido el eje central de la vida y se ha dejado guiar por los mismos intereses mundanos. Cuando hace negocios con los bienes del espíritu. Y así observamos personas consagradas que han buscan el interés propio antes que el interés de Dios, o lo que es peor, el interés de la congregación a la que pertenecen antes que el interés del evangelio.

La vida consagrada, digámoslo claramente, en muchas latitudes ha perdido el norte porque ha dejado los intereses de Cristo, de Dios, por los intereses humanos. Realiza muchas veces grandes obras a favor de la humanidad, como los podría realizar cualquier otra obra de filantropía, pero su espíritu está muy alejado del de Cristo.

A la vida consagrada le falta por tanto una inyección de verdadera espiritualidad que no es pasar en la capilla horas enteras, aumentar el número de devociones, aprender técnicas de meditación. A la vida consagrada le falta llenarse del verdadero espíritu de Cristo para poderlo inyectar después en los demás y en todas las actividades que realiza. Esa es la verdadera espiritualidad que aleja del espíritu del mundo y acerca al espíritu de Cristo.

Frente a este panorama podemos ahora sí proceder a fijar el punto en el que se encuentran los medios de comunicación en la vida consagrada.

Comencemos por el análisis del nombre. Medios. Los medios de comunicación son precisamente lo que su nombre indica, medios. Esto quiere decir que son instrumentos que sirven de ayuda para que las personas alcancen los fines que se predeterminan. Resulta sin embargo que en nuestros días, los medios han pasado a ser fines en sí mismos o caen bajo la ideología dominante, dejando de ser medios para alcanzar los fines. “A menudo, como sucede también con otros medios de comunicación social, el significado y la eficacia de las diferentes formas de expresión parecen determinados más por su popularidad que por su importancia y validez intrínsecas. La popularidad, a su vez, depende a menudo más de la fama o de estrategias persuasivas que de la lógica de la argumentación. A veces, la voz discreta de la razón se ve sofocada por el ruido de tanta información y no consigue despertar la atención, que se reserva en cambio a quienes se expresan de manera más persuasiva.”7

Si los medios están puestos para el fin, debemos recordar cual es la finalidad, el objetivo de la vida consagrada. No es que estemos hablando de una finalidad práctica, sino de una finalidad objetiva, el motivo fundamental por la que el fundador de la vida consagrada, ha querido inaugurar para él y para sus discípulos este estilo de vida. “Con la profesión de los consejos evangélicos los rasgos característicos de Jesús —virgen, pobre y obediente— tienen una típica y permanente « visibilidad » en medio del mundo, y la mirada de los fieles es atraída hacia el misterio del Reino de Dios que ya actúa en la historia, pero espera su plena realización en el cielo.”8 Si la finalidad de la vida consagrada es transparentar con una característica especial, la del propio carisma, el estilo de vida casto, pobre y obediente de Cristo, los medios de comunicación deberían servir para mejor transparentar ese estilo de vida, para hacerlo más patente.

Si tal es la norma que vige para todos los otros medios en la vida consagrada, debería de ser lo mismo para las comunicaciones sociales. Y sin embargo nos encontramos con un halo misterioso que cubre a estos medios de comunicación, ofuscando el uso de la razón en todo aquello que se refiere a su aplicación. Resulta así evidente, por el voto de pobreza y obediencia, que todo lo que recibe un religioso por razón de su trabajo, debe entregarlo al superior9. Si tal es la norma parece que los medios de comunicación han sido exentados de ella. La facilidad de adquisición, propia o regalada, la comodidad con la que se usan y el aparente bienestar que proporcionan, los han hecho quedar fuera de las indicaciones de los superiores y así hoy o es raro observar en las comunidades instrumentos de comunicación que no se sabe de dónde provienen. Tal parece que la así llamada generación espontánea, que se creía cosa ya superada por el método científico, ha comenzado a abrirse paso en nuestra época post-moderna.

La reflexión tiene que darse sobretodo siguiendo la máxima de San Ignacio en los Ejercicios espirituales, cuando invita al alma a servirse de las criaturas tanto en cuanto le sirvan para cumplir con el fin para el cual ha sido creado, esto es para dar gloria a Dios. Poner el fin al principio debe ser la guía que debemos seguir en nuestros días para encuadrar el uso de los medios de comunidad en la vida consagrada en general y en específico en la vida comunitaria. Si el fin de la vida consagrada es hacer transparentes a los hombres los rasgos características de la pobreza, la castidad y la obediencia de Cristo, los medios de comunicación, como cualquiera de los otros medios, deben de ayudarnos a ofrecer a los hombres el testimonio de una vida vivida a semejanza de Cristo. Aplicar el principio ignaciano de tanto en cuanto en el uso de los medios de comunicación requiere un conocimiento profundo de estos medios y al mismo tiempo un profundo conocimiento de la persona de Cristo, a la que queremos hacer transparente en nuestra sociedad líquida. Un binomio por tanto que requiere lógica, sinceridad y conocimiento.

Conocimiento prefecto de los medios de comunicación, de sus posibilidades y sus límites, de sus alcances y sus artilugios. No debemos olvidar que estos medios así como pueden estar a nuestro servicio en la vida consagrada, están también al servicio de los vendedores de productos, prestándose muy bien a la manipulación, a la desinformación, al engaño. El conocimiento de sus técnicas será de gran valor para no caer en sus artilugios y poderlos usar adecuadamente. Algunos conocimientos de mercadotecnia y de manipulación ayudarán muchísimo a conocer las estrategias de los medios de comunicación y evitar así caer en el juego por ellos propuestos.

Junto con este conocimiento de los medios de comunicación es necesario poseer también un conocimiento adecuado de la vida consagrada. Este conocimiento lejos de ser teórico, debe ser experiencial y concreto de forma que la persona consagrada experimente la necesidad de dar a conocer a Cristo en su vida y en sus obras. La conjunción de estos dos elementos permitirá la adecuada elección y el adecuado uso de los medios de comunicación para la vida consagrada.


No todo se logra reglamentando todo.
El principio ignaciano de la regla del tanto en cuanto está basado en la libertad de la persona humana. Y por lo tanto en su responsabilidad. Ya han pasado los tiempos en los que se debía regular todo. Quizás, durante mucho tiempo se ha confundido la observancia de la vida religiosa con el seguimiento minucioso y detallado de una innumerable serie de prescripciones que pretendían asegurar el cumplimiento fiel y delicado de los votos de pobreza, castidad y obediencia, así como los distintos elementos que conforman la vida consagrada. Desde cómo lavarse los dientes, cómo saludar, qué temas de conversación debían seguirse en la comunidad hasta la forma en que se tenía que rezar, ya sea en forma individual o en forma comunitaria.

Tal visión de la vida consagrada, como observancia ciega de una serie interminable de normas es contrario a lo que dice explícitamente Perfectae caritatis: “Gobiernen a sus súbditos como a hijos de Dios y con respeto a la persona humana.”10 La persona humana necesita que sea tratada con la dignidad propia a su ser de persona. Y esta dignidad no viene anulada cuando la persona se consagra a Dios. Esta dignidad requiere que la persona sea tratada como un ser que tiene inteligencia y voluntad y que pueda ejercerlas en todo momento. El mismo decreto Perfectae caritatis al referirse a la obediencia recalca que no este ejercicio no está en contraposición con la dignidad de la persona. “En consecuencia, los súbditos, en espíritu de fe y de amor a la voluntad de Dios, presten humilde obediencia a los Superiores, en conformidad con la Regla y las Constituciones, poniendo a contribución las fuerzas de inteligencia y voluntad y los dones de naturaleza y gracia en la ejecución de los mandatos y en el desempeño de los oficios que se les encomienden, persuadidos de que así contribuyen, según el designio de Dios, a la edificación del Cuerpo de Cristo. Esta obediencia religiosa no mengua en manera alguna la dignidad de la persona humana, sino que la lleva a la madurez, dilatando la libertad de los hijos de Dios”.11

La persona humana ha sido creada en libertad, por lo tanto debe ser tratada en la debida libertad que le caracteriza. Bien sabemos que la libertad es una cualidad de la facultad de la voluntad y que ésta sigue lo que le presenta la inteligencia. Hacer voto de obediencia no significa renunciar a la capacidad de libre albedrío, ni de someter el propio juicio al superior. Eso sería muy peligroso, pues estaría exponiendo a despojarla de su capacidad de pensar, de querer y de discernir, dejando las puertas abiertas al superior hacia una manipulación que podría ir desde lo ambiguo hasta lo peligroso.

El Concilio Vaticano II abrió las puertas a esta vivencia gozosa de la libertad en la obediencia, pidiendo a los superiores que la ejercitaran en sus súbditos a través de un adecuado discernimiento y una formación propia para el ejercicio de la libertad. Es cierto que debemos tomar en consideración diversos factores como la edad, la etapa de formación, el momento que vive cada formando. Pero es importante el que la obediencia ayude a tomar decisiones y o someta solamente el juicio de la voluntad al querer del formador.

El difícil arte de conjugar la libertad con la responsabilidad.
Durante mucho tiempo la vida consagrada y en especial el voto de obediencia se ha vivido como una descarga de cualquier tipo de responsabilidad. “Quien obedece, no se equivoca” era, o es en algunos casos todavía, una máxima que dirigida por intereses muy personalistas ha generado un infantilismo en la vida consagrada, ya que es más fácil y cómodo no pensar por sí mismo, y por lo tanto no asumirse ninguna responsabilidad de las consecuencias y las decisiones que se asuman. “Yo obedezco, y por lo tanto el superior es el responsable”, es un sofisma y no un silogismo que esconde errores que pueden llevar a una irresponsabilidad en la vida consagrada.

Error como el de pensar que el voto de obediencia se puede igualar en cualquier circunstancia a la voluntad de Dios o que comúnmente el único camino en que nos puede llegar la voluntad de Dios es a través del superior. Bajo este punto de vista equivocado el superior, de alguna manera misteriosa y sin dejar de tener visos de fundamentalismo, se convierte en casi un dios al tomar el lugar de Dios para el religioso. Esta visión que quizás ha perneado mucho del voto de obediencia en las congregaciones religiosas antes del Concilio Vaticano II, es equivocado pues equiparar a una persona con Dios sale fuera de toda consideración religiosa y no puede sostenerse en el argumento de autoridad de unas Constituciones o una regla de vida. “Lo dicen las Constituciones, lo dice la regla”, no es argumento sostenible cuando se trata de formar personas en la obediencia y no en el sometimiento ciego a normas humanas.

El fundamento del error consiste en reducir a Dios a una norma, a un principio o a una persona. Dios no es ni una norma, ni un principio ni lo podemos reducir a una persona humana. Dios puede manifestarse a una persona de diversas formas y utilizando diversos instrumentos. Puede presentarse en forma paulatina o bruscamente. Dios se manifestó a Moisés en la encina de Mambré, en la obstinación de Faraón y del mismo pueblo hebreo reacio a obedecer con docilidad a Dios. O bien puede manifestarse como en el caso de Abraham que lo fue guiando en la fe y fue manifestando su plan en etapas, permitiendo que la fe de Abraham creciera en cada una de ellas. La manifestación de la voluntad de Dios para Abraham se llevó a cabo en forma misteriosa y pedagógica. Algunas veces se presentó en forma clara, al profetizarle que tendría un hijo. Otra veces fue misteriosa, como cuando Dios le pide sacrificar precisamente al hijo de la promesa. Dios por lo tanto, para revelar su plan, no utiliza ningún canal preferente para revelar al hombre su plan eterno y misterioso.

De ahí la necesidad que tenemos de un continuo discernimiento para conocer la forma en que Dios da sus mociones a las personas consagradas y que normalmente no se contrapone al espíritu de las normas o de las Constituciones, pues si el Uno es el autor de ambos, es decir, el autor de las reglas y de las Constituciones, así como el autor de la vida y de la vocación del religioso, normalmente no se contraponen. Habrá que hacer por tanto el adecuado discernimiento para saber de qué espíritu provienen las posibles contradicciones y en dado caso, como el de Madre Teresa y otros semejantes, saber aceptar lo que viene de Dios y que aparentemente se contrapone con las normas o las Constituciones de una congregación. Pero querer reducir a Dios a unas Constituciones o unas reglas es querer someter a Dios a un espíritu humano, que puede ser bueno o malo.

La identificación de la voluntad de Dios con la voluntad de una persona sostenida ésta en la regla o las Constituciones degenera casi siempre en la manipulación, especialmente cuando el superior es poco dotado para el discernimiento de los espíritus y no hace él mismo discernimiento necesario para conocer la proveniencia de espíritus de lo que le presenta un religioso.

Reducir la volunta de Dios a las reglas, las Constituciones o a la persona del Superior, despersonaliza al religioso negándole la capacidad de querer por sí mismo y de responsabilizarse de sus propias acciones y de las consecuencias de estas propias decisiones. La costumbre de pensar que la voluntad de Dios tiene como único canal la persona del superior, despersonaliza al religioso, quitándole toda responsabilidad en sus propias decisiones y asegura una dependencia casi total en las manos de un superior, que por la misma autoridad casi absoluta que tiene sobre el religioso, puede muy fácilmente manejarlo a su propio arbitrio, cayendo en una posible manipulación, muy lejana de la dignidad del religioso que le es debida por su calidad de persona humana.

El uso de los medios de comunicación regularizado hasta el exceso del más mínimo detalle, especialmente en las primeras etapas de formación, es un atentado contra la dignidad de la persona humana que requiere un ámbito y una formación para ejercer la propia libertad y el adecuado discernimiento. Nadie podrá ser nunca responsable, o difícilmente llegará a serlo a quien constantemente se le dice lo que tiene que hacer, cómo lo tiene que hacer, cuándo lo tiene hacer y que tiene que pensar para hacerlo.

El ser humano en su estructura fundamental es un ser libre, entendiendo la libertad como un ejercicio de la facultad de la voluntad. Su esencia es la elección, la capacidad que tiene de escoger entre diversos bienes que le presenta la inteligencia. Cuando ésta no presenta a la voluntad ningún bien querido, porque se le presenta como bien algo que viene del exterior y que no lo ha querido totalmente porque alguien ha hecho ya la elección por él, la capacidad de elegir viene narcotizada poco a poco. La inteligencia, al no presentar ningún objeto que desear a la voluntad, la voluntad no elige por sí misma, no desea. Y si además este objeto es presentado indebidamente como voluntad de Dios, nos situamos en el campo moral de una elección. Esta elección moral que es el querer un bien, se ha hecho sin el adecuado discernimiento, esto es, sin que la persona haya diferenciado entre uno y otro bien y sin que se haya decantado por uno o por otro, sin que lo haya elegido.

Nos encontramos por tanto ante el triste espectáculo de una infantilización de la libertad, de una especia de encogimiento o enanismo de la libertad, ya que por un lado el intelecto no ha ejercitado su capacidad de iluminar la voluntad al no escoger un bien como posible, como deseable. Por otro lado, la voluntad no ha sabido elegir por sí misma, porque el intelecto le ofrece casi como una imposición lo que se le ha dicho que es voluntad de Dios. de esta manera se llegan a formar religiosos despersonalizados, sin opinión ni criterio propio que automáticamente aceptan sin crítica alguna la opinión del superior y la equiparan indebidamente co la voluntad de Dios.

No hay que establcer ningún conflicto con el voto de obediencia y la formación para la debida libertad, esto es con la capacidad de elegir el bien que la inteligencia le presenta a la voluntad. El formador en las primeras etapas de la formación debe presentar al formando aquellos principios que deberán servirle al formando para que pueda luego con el adecuado discernimiento elegir el bien entre muchas opciones posibles que se le podrán presentar a lo largo de su vida consagrada. En un régimen de vida consagrada en el que todo está diseñado para la obediencia del religioso sin el debido albedrío o discernimiento, se corre el riesgo de adormecer la capacidad de elección, especialmente en aquellos ambientes religiosos en donde el disentir es visto de mala manera y castigado con la exclusión y la represión por parte de los superiores. Los principios que el formador debe dar al formando serán la materia prima sobre la que el formando deberá elaborar su propio discernimiento, poniéndolo a disposición del formador que controlará la adecuada aplicación de dichos principios a los casos concretos que irá enfrentando el religioso. El formador no deberá resolver todo, sino ayudar a ejercer la libertad, que es, repetimos, la caapcidad de discernir un bien y de elegirlo.

La responsabilidad no es entonces elegir indefectiblemente lo que lo que señala el formador o el superior, sino la aplicación práctica y concreta de los principios generales que han sido enseñados por el formador y que el religioso a lo largo de su vida consagrada irá actualizando e iluminando con las nuevas situaciones a las que cada día se irá enfrentando. Ninguna legislación en la vida consagrada puede normar toda la vida y la casuística de una persona consagrada. Es una empresa patológica o diabólica. Patológica porque enferma a quien quiera cumplir minuciosamente y con perfección toda una serie de normas que se presentan invariablemente como voluntad de Dios. Y es también una empresa diabólica porque pretende alcanzar una cualidad que queda reservada sólo a Dios, es decir el abarcar toda la vida de una persona. Si Dios que es el dueño de la persona la deja en libertad porque así a creada, un superior o un formador que quiera reglamentar toda la vida de una persona sin dejarla en la debida libertad, está suplantando a Dios. Suplantar a Dios no es más que la prolongación de la tentación originaria del hombre que quiere erigirse siempre como Dios.

Dentro de los principios que debe impartir el formador encontramos muy útiles en nuestra aplicación para el uso de los medios de comunicación la explicación de la naturaleza y el mecanismo del funcionamiento de estos medios. Conocer qué son y cuáles son los objetivos que persiguen estos medios permitirá al religioso tener elementos de discernimiento para su futura elección. Unido a este principio el formador o la persona más idónea dará a conocer la influencia que los medios ejercen en la vida consagrada de las personas, sus efectos en el alma, en la psique y en el cuerpo, llegando incluso a una explicación detallada del proceso de dependencia que pueden crear estos medios de manera que la persona queda sujeta a ellos, con una esclavitud que limitará su libertad y su toma de decisiones en el futuro.

La explicaciones de estos y otros principios que considere necesario el formador, pues hemos dado sólo algunos principios dejando a consideración del formador aquellos que más necesite el formando, además de impartirse en forma teórica, deberán adaptarse a la condición de cada formando. El formador no debe olvidar que la base del proceso formativo es una relación que se establece entre el formando y el formador. Perder de vista esta realidad es perder la relación única que debe guiar a cada formador con el religioso que está formando y así evitar la masificación del proceso formativo.

Esta visión de formación en la libertad en el uso de los medios de comunicación respeta la dignidad de la persona humana, permitiendo que el religioso elija en plena libertad después de haber sido formado ilustrando su inteligencia y fortificando su voluntad. Esta formación permite que el religioso, hoy como formando y mañana como religioso de votos perpetuos en cualquier etapa de la vida en la que se encuentre, pueda responsabilizarse de sus decisiones, habiendo sido plenamente consciente del ejercicio de su libertad. Hay sin embargo algunos casos de quien todavía piensa que este tipo de formación en el uso responsable de los medios de comunicación puede generar la pérdida de vocaciones o que no va de acuerdo con la obediencia en la vida consagrada. En lo que se refiere al miedo de perder vocaciones debemos hacer notar que tales formadores que así piensan dirigen su miedo más bien a la toma de decisiones del religioso que están formando porque no han sabido ilustrarlos en todas las consecuencias del uso de los medios de comunicación. Iluminar el pensamiento y formar la voluntad no pueden generar pérdidas de vocaciones a menos que éstas no hayan sido debidamente bien formadas. Si las vocaciones se pierden es por el hecho que estos formadores no han sabido dejar en libertad a los religiosos para saber discernir lo que más conviene a su propia vocación y a asumir con responsabilidad la consecuencia de sus elecciones.


En lo que se refiere a la visión de la obediencia en la vida consagrada debemos insistir en que la obediencia no es sumisión ciega a una voluntad ajena, sino la oblación de la persona a otra Persona, respetando siempre la facultad intelectiva y volitiva del hombre. La obediencia que es opresión de las propias facultades superiores y no la formación de dichas facultades para vivir con responsabilidad las consecuencias de una vida consagrada vivida con radicalidad, es una obediencia que no respeta la dignidad de las personas pues las trata cono deficientes o como niños, abriendo la puerta quizás a futuras personas que por su debilidad en la voluntad pueden caer en distintos casos de dependencia. Bien podemos decir que la responsabilidad de una persona en cualquier campo se mide por el ejercicio de la libertad.


Un modelo de autoridad en el uso de los medios de comunicación.
Si queremos que la obediencia consagrada no sea un sometimiento ciego a la voluntad del superior o del formador, sino que pueda ayudar a formar personas consagradas que en el pleno ejercicio de sus facultades intelectivas y volitivas elijan lo mejor para su vocación, y en nuestro caso concreto que estamos tratando, puedan elegir el mejor uso de los medios de comunicación, es necesario que la autoridad siga algunos modelos que permitan formar en la responsabilidad a los religiosos.

A lo largo de la historia de la vida consagrada la obediencia ha conocido distintos modelos que le han ayudado a entender mejor el servicio de la autoridad para el bien de las personas consagradas. Debemos partir del hecho de que la vida consagrada es un proyecto para seguir más de cerca de Cristo y a su voluntad. Sólo así cobra un verdadero significado el valor de la autoridad como ayuda a encontrar esta voluntad de Dios. “En la vida consagrada, cada uno debe buscar con sinceridad la voluntad del Padre, porque, de otra forma, perdería sentido este género de vida. Pero es de gran importancia que esa búsqueda se haga en unión con los hermanos y hermanas; esto es justamente lo que une y hace familia unida a Cristo. La autoridad está al servicio de esta búsqueda, para que se lleve a cabo en sinceridad y verdad12.

No cabe duda que la vida consagrada si bien no es de este mundo, se encuentra en el mundo y por lo tanto sufre también las influencias del mundo, especialmente en lo que se refieren a las relaciones humanas. Cuando existía la monarquía como reguladora de las relaciones sociales y políticas de los hombres, la autoridad en la Iglesia y en la vida consagrada se seguían con estilo monárquico. Ahora en cambio, la autoridad es más democrática y también este carácter influye en el ejercicio de la vida consagrada. “La cultura de las sociedades occidentales, centrada fuertemente sobre el sujeto, ha contribuido a difundir el valor del respeto hacia la dignidad de la persona humana, favoreciendo así positivamente el libre desarrollo y la autonomía de ésta. Este reconocimiento constituye uno de los rasgos más significativos de la modernidad y ciertamente es un dato providencial que requiere formas nuevas de concebir la autoridad y de relacionarse con ella. Pero no podemos olvidar que cuando la libertad se hace arbitraria y la autonomía de la persona se entiende como independencia respecto al Creador y respecto a los demás, entonces nos encontramos ante formas de idolatría que no sólo no aumentan la libertad sino que esclavizan”13.

Consecuencia de los tiempos postmodernos es esa toma de conciencia en donde la autoridad es cada vez más interpretada como un medio que respetando la dignidad de la persona humana lo ayuda a alcanzar su propia perfección en el estado de vida al que Dios lo ha llamado.

La eclesiología del Concilio Vaticano II y más concretamente en el documento pide una revisión de las relaciones de la autoridad con los súbditos. No es ya el carácter central y único del superior el que debe hacer de propulsor en la vida consagrada. La toma de decisiones ya no debe ser unilateral y se aboga muchas veces por un estilo colegial de la autoridad en dónde está se concibe como la primera entre iguales.

Para el caso de la utilización de los medios de comunicación en donde legislar todo no sólo no es posible por la amplia casuística que puede darse generando psicologías psicóticas sino que incluso es atentar contra Dios que es el único que puede legislar en todo y a todos, un modelo de autoridad es aquel que genera confianza en el superior, confianza en los mismos religiosos y confianza entre todos ellos. Es un modelo de autoridad basado en el principio sobre el que se basa la doctrina social de la Iglesia. Nos referimos al principio de la subsidiariedad en donde las grandes potencias deben dejar su propia autonomía a las pequeñas, alentándolas y requerido el caso ayudándolas pero sin interferir dicha autonomía.

Como hemos visto, es imposible y no conveniente que un superior o formador regule todo en materia de uso de los medios de comunicación social. Sin embargo no puede dejar al arbitrio de cada persona el uso de ellos, pues es un bien que tiene que ver con la vida personal y con la vida de la comunidad. El principio de subsidiariedad deja a cada persona en la libertad de gestionar su propio uso de los medios de comunicación después de unos ciertos años de vivencia de la vida consagrada en donde se haya asegurado la adecuada formación para la libertad y la responsabilidad de la que hemos hablado renglones arriba. Esta gestión toca sin embargo ámbitos de la vida común por lo que la comunidad también tiene una voz en capítulo, es decir, también debe ser considerada como un ente con capacidad de discernir en el uso, en este caso será comunitario, de los medios de comunicación.

El modelo de subsidiariedad promueve por tanto la dignidad de la persona consagrada y la dignidad de la comunidad al permitirle a cada uno de ellos el espacio necesario para ejercitar la inteligencia y la voluntad eligiendo el uso de los medios de comunidad más conveniente en cada caso. Legislar en esta materia para toda la vida es vivir fuera del mundo olvidando el rápido crecimiento tecnológico que generan usos cada día más novedosos y sofisticados de los medios de comunicación. La subsidiariedad permite el ponerse al día desde en el ejercicio de la autoridad y la obediencia sin querer aplicar las normas antiguas a nuevas formas de medios de comunicación social.

Subsidiariedad no es permitir que cada uno haga lo que quiera y rendir cuentas de solo aquello que conviene. Es más bien el aprender a hacerse responsable en la gestión personal y comunitaria de los medios de comunicación porque la autoridad la promueve y sabe exigir cuentas no del cumplimiento de las normas sino de la responsabilidad adquirida frente a uno mismo y frente a la comunidad.


NOTAS

1 Signos de los tiempos es una expresión antigua; su origen evangélico remite a la necesidad que ha de tener el creyente de escrutar constantemente el mundo en que vive para poder comprender ante todo las expresiones positivas o negativas que se dan en él, verificar luego las orientaciones que asume y, finalmente, poder influir en él con la fuerza provocadora y renovadora del evangelio. La expresión aparece por primera vez en Mt 16,3 (Lc 12,5456). Más allá de la autenticidad o no del texto, que muy probablemente se resiente de una interpolación posterior, estamos frente a la dialéctica que opone continuamente Jesús a las exigencias de sus interlocutores: la necesidad de ver un signo como prueba de su divinidad. Como ya en 12,38-39, Jesús remite al "signo de Jonás", que será el único que hará comprender la realidad de su misterio. Aquí, sin embargo, recurriendo a un simple fenómeno meteorológico, el evangelista parece insertar una explicación ulterior que intenta destacar tanto el carácter absurdo de la exigencia que presentan a Jesús los "fariseos y saduceos" como su incapacidad para saber reconocer en él al Mesías: "Por la tarde decís: Hará buen tiempo, porque el cielo se enrojece. Y por la mañana: Mal tiempo, porque el cielo se enrojece con sombras. Sabéis interpretar el aspecto del cielo, ¿y no sois capaces de interpretar las señales de los tiempos?" Se trata de una invitación a ser perspicaces, esto es, a saber estar dispuestos a mirar en profundidad, en lo más íntimo, la realidad, para poder así reconocer lo esencial.
Se debe a la acción profética de Juan XXIII la recuperación del valor y del significado de esta categoría para la vida de la Iglesia y para la reflexión teológica. El sentido original del versículo de Mateo fue utilizado insistentemente por el pontífice con la intención de provocar a los cristianos a saber mirar los cambios del mundo contemporáneo para poder anunciar de nuevo el evangelio de Cristo de forma que pueda ser comprendido. En el documento de convocatoria del concilio Vaticano II, Humanae salutis, fechado simbólicamente el 25 de diciembre de 1961, se dice textualmente: "Haciendo nuestra la recomendación de Jesús de saber distinguir los signos de los tiempos, creemos descubrir en medio de tantas tinieblas numerosas señales que nos infunden esperanza sobre los destinos de la Iglesia y de la humanidad" ("AAS" 54 [1962] 5-13).


2 “La cultura europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera.” Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Ecclesiae in Europa,

 

 

 

 



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