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Margarita de Saboya, Beata

Margarita de Saboya, Beata
Viuda, 23 Noviembre


Por: n/a | Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina04



Por las venas de Margarita corría la noble sangre de las principales casas reales de Europa, puesto que su padre fue Amadeo de Saboya y su madre era hermana de Clemente VII, el que pretendió ser Papa en Aviñón durante el "gran cisma".

En 1403 se realizó su matrimonio, correspondiente a su elevada alcurnia, con Teodoro Paleólogo, marqués de Monteferrante, viudo y con tres hijos, valiente guerrero y buen cristiano de corazón.

Margarita no tuvo hijos con su esposo, pero atendió a sus hijastros con verdadera solicitud, la misma que usó para atender no sólo a su hogar y su servidumbre, sino todos los pobladores del marquesado, a quienes consagró generosamente sus trabajos y su abnegación, sobre todo durante la epidemia de peste y el hambre que la siguió en toda la región de Génova.

El marqués de Monteferrante murió en 1418. Margarita consagró su tiempo a arreglar satisfactoriamente las infortunadas desavenencias conyugales de su hijastra y, una vez restablecida la concordia, se retiró a vivir en sus posesiones de Alba, en el Piamonte, luego de hacer voto de conservar su estado de viudez y de consagrarse a las buenas obras.

Pero la viudita, que era todavía joven, treinta y seis años a lo sumo, se hallaba en una codiciable posición política y, por tanto, no era raro que el acaudalado milanés Felipe Visconti la asediase con propuestas matrimoniales. El pretendiente era un antiguo enemigo de los Monteferrante y, además, un hombre de carácter insoportable, por lo que Margarita le rechazó constantemente para lo que adujo los votos que había hecho. Pero el tenaz Felipe no se arredró por ello: hizo un viaje especial a Roma para entrevistarse con el Papa Martín V y regresó con una dispensa que de nada le sirvió a fin de cuentas, puesto que Margarita se mantuvo firme en su propósito de no volver a casarse con nadie.

Como en su juventud había conocido a San Vicente Ferrer, y en vista de que deseaba afirmar su decisión, tomó el hábito de la tercera orden de Santo Domingo y, con otras damas del lugar, formó una pequeña comunidad en Alba.

La retirada vida de oración, estudio y obras de caridad, se prolongó durante unos veinticinco años. En la Biblioteca Real de Turín se conserva un volumen con las cartas de Santa Catalina de Siena y otros escritos que fueron "copiados y encuadernados por órdenes de la ilustre dama, Margaril1 de Saboya, marquesa de Monteferrante", durante aquélla época. Eugenio IV, Pontífice reinante por entonces, autorizó a las hermanas terciarias de Alba a profesar como monjas en la misma casa que habitaban y bajo la regla de la Beata Margarita.

En el curso de los últimos dieciséis años de vida de ésta, según se afirma, tuvo numerosos éxtasis y obró muchos milagros.

Fue por entonces cuando tuvo una visión de Nuestro Señor que le ofrecía tres flechas cada una de las cuales ostentaba una inscripción que decía: Enfermedades, Difamación, Persecución. Por cierto, que Margarita padeció las tres calamidades. Fue acusada de hipocresía y de gobernar con una tiranía insoportable a sus monjas; su mala salud se atribuyó a la buena vida que supuestamente llevaba y, Felipe Visconti, su antiguo enamorado, se encargó de propalar los rumores de que el convento de Margarita era el centro de propagación de las herejías de Walden.

También se formuló un cargo particularmente infame y repugnante en contra de los frailes de Santo Domingo y, a raíz del mismo, el confesor y director espiritual de la comunidad de Margarita, fue a dar a la cárcel. La propia Margarita acudió a solicitar la liberación del prisionero, y se desarrolló una patética escena a las puertas de la celda, que los carceleros cerraron sobre las manos de la beata para aplastárselas brutalmente. Pasó bastante tiempo antes de que el fraile dominico fuese reivindicado de la perversa acusación de haber corrompido la fe y la moral de las monjas que estaban a su cargo.

La Beata Margarita de Saboya murió el 23 de noviembre de 1464, consolada con una visión de Santa Catalina de Sienna, misma que presenciaron otras religiosas además de la moribunda. En 1669 se confirmó su culto.








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