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San Alberto Magno, Doctor Universal

San Alberto Magno, Doctor Universal
Refexión desde la vida de los santos


Por: Jesús Martí Ballester | Fuente: www.jmarti.ciberia.es



Mereció el título de "Doctor Universal” por la profundidad de sus conocimientos y por la extraordinaria amplitud de su ciencia en todos los campos. Fue maestro de Santo Tomás de Aquino, el más importante de los teólogos de todos los tiempos. De origen suabo, de la familia Bollstädt; nació en el castillo de Lauingen, a orillas del Danubio, en 1206. En la Universidad de Padua, donde estudió, encontró al Beato Jordán de Sajonia, sucesor de Santo Domingo, quién lo encaminó a la vida religiosa y lo comunicó a la Beata Diana D´Andalo, que estaba en Bolonia, anunciándole que había admitido en la orden a diez postulantes, "dos de ellos hijos de condes alemanes". Uno era Alberto. Pero cuando el conde de Bollstädt se enteró de que su hijo había vestido el hábito de fraile, se enfureció y quiso sacarlo de la orden, lo que no ocurrió porque lo trasladaron al convento de Colonia, la escuela más importante de la orden. Alberto enseñó en Colonia en 1228 para pasar después a prefecto de estudios y profesor en Hildesheim, en Friburgo de Brisgovia y en Estrasburgo. Cuando volvió a Colonia, era ya famoso en toda la provincia alemana. Como París era entonces el centro intelectual de Europa, Alberto pasó allí algunos años hasta que obtuvo el grado de profesor. La concurrencia de estudiantes a sus clases fue tan grande que tuvo que enseñar en la plaza pública, que lleva su nombre, la Plaza Maubert, "Magnus Albert". Elegido provincial de Alemania, dejó la cátedra de París para dedicarse al cuidado de las comunidades que presidía, recorriendo la región a pie, mendigando por el camino el alimento y el hospedaje para la noche. En 1248, los dominicos abrieron una nueva Universidad en Colonia y nombraron rector a San Alberto. Allí tuvo entre sus discípulos a Tomás de Aquino. Después hablaremos más ampliamente de los dos.

LA TIERRA ES REDONDA

En su tiempo, la filosofía comprendía las principales ramas del saber humano: la lógica, la metafísica, las matemáticas, la ética y las ciencias naturales. Sus treinta y ocho volúmenes, incluyen todas esas materias, sin contar los sermones y los tratados bíblicos y teológicos. San Alberto y Rogelio Bacon se destacan en el campo de las ciencias naturales, que "investigan las causas que actúan en la naturaleza". En sus tratados de botánica y fisiología animal, su capacidad de observación le permitió disipar leyendas como la del águila, que, según Plinio, envolvía sus huevos en una piel de zorra y los ponía a incubar al sol. Puntualizó datos geográficos en sus mapas de las cadenas montañosas de Europa, explicó la influencia de la latitud sobre el clima y, en su descripción física de la tierra demostró que ésta es redonda. Pero el principal mérito científico de San Alberto reside en que, al caer en la cuenta de la autonomía de la filosofía y del uso que se podía hacer de la filosofía aristotélica para ordenar la teología, re-escribió las obras del filósofo para conseguir que los cristianos las aceptaran y utilizaran. Además, aplicó el método y los principios aristotélicos al estudio de la teología, con lo que se convirtió en el iniciador del sistema escolástico, que su discípulo Tomás de Aquino había de perfeccionar, de manera semejante a lo que ocurrió con Copérnico, quien habiendo corregido la teoría de Ptolomeo que enseñaba la inmovilidad de la Tierra, sobre la que giraban el Sol y los planetas, y afirmado que es el Sol el que ocupa el centro y la Tierra y los demás astros giran alrededor del sol, teoría heliocéntrica, que supondrá una revolución no sólo en el campo de la astronomía sino también en la propia mentalidad y visión del mundo, fueron Kepler y Galileo los que gozaron del hallazgo. De una manera semejante fue Alberto quien reunió y seleccionó los materiales y echó los fundamentos y Santo Tomás el que construyó el edificio.

ALBERTO, CREADOR DEL "SISTEMA PREDILECTO”

Como cristianizador de Aristóteles, es el principal creador del "sistema seguido por la Iglesia". Con lo que su discípulo, el buey mudo de su clase, el Doctor Angélico, se convirtió entre los teólogos del siglo XIII, en el gran adalid del progreso, con lo que los mugidos de ese buey han resonado en el mundo entero, como Alberto había profetizado. En efecto, la teología tradicional, heredada del siglo XII y codificada en el libro de las Sentencias de Pedro Lombardo, era hostil al uso de la razón en la explicación de los dogmas y se limitaba a coleccionar y ordenar los argumentos de los Padres, especialmente del mayor de todos, San Agustín. Los excesos de Roscelín, de Gilberto de la Porrée y de Abelardo les habían prevenido contra el uso de la Dialéctica, que consideraban como una especie de racionalismo y la sustituían por un misticismo piadoso y contemplativo, derivado de San Bernardo y cultivado con brillantez por Ricardo y por Hugo de San Víctor.

Los teólogos por un lado, y los filósofos, abusando de la autoridad de Aristóteles con sus adherencias árabes y judías por otro, abrían cada vez más hondo el foso que iba separando y oponiendo la Teología a la Filosofía, por no tener la perspicacia para descubrir, como ocurre también hoy, que no hay contradicción entre la Teología y las ciencias humanas, sino diferentes metodologías. Lo que es la causa, como afirmó Pablo VI de que: "la separación entre el Evangelio y la cultura es dañino en nuestro tiempo como lo fue en otras épocas" (EN 20). Por eso llegó a tiempo San Alberto Magno para advertir la necesidad de revisar las mutuas posturas, tratando de armonizar en la Filosofía a Platón con Aristóteles, con lo cual unía a San Agustín, representante del platonismo, con Aristóteles. También la Teología debía utilizar los servicios de la Filosofía, aunque permaneciendo ésta como "ancilla Teologiae".

Alberto Magno, tenía más erudición que originalidad, más curiosidad que penetración, y no logró dominar plenamente los vastísimos materiales que con su estudio e investigación había acumulado; le faltó la crítica y no consiguió evitar un cierto eclecticismo. Su espíritu compilador no pudo lograr la síntesis. Y dejaría la culminación de esta empresa colosal a su discípulo predilecto, Tomás de Aquino. Este, con la aprobación de la Santa Sede, trabajó sobre una traducción directa de Aristóteles, y un estudio profundo sobre el Estagirita y sobre San Agustín le descubrió que el espíritu de ambos no era divergente y podía ser armonizado. Con una síntesis propia y personal hizo suyo el espíritu de ambos, y situó en la base la experiencia y la técnica aristotélicas y en el vértice las geniales intuiciones agustinianas, enriquecidas con sus agudas aportaciones personales. Este trabajo y agudeza determinará que, a partir de él, la Teología se convierta, sin perder nada de su altura y afectividad, en verdadera ciencia. Ya no será puramente mística y subjetiva, sino también científica y objetiva. En adelante, va a ser más difícil su estudio, pero en compensación, resultará más rica y fecunda. Por eso con Santo Tomás comienza una época nueva para la Teología y para la Filosofía. Fue un cambio profundo y gigantesco.

La colaboración de la fe y la razón, augurada por Alberto, aseguraba a la Teología fundamento inconmovible, como afirma Santiago Ramírez, en su Introducción a la Suma, donde dice que: "Santo Tomás se sumerge hasta lo más hondo de los problemas, buceando sus reconditeces más ocultas con una facilidad y agilidad pasmosa. Nada de titubeos, nada de saltos en el vacío, nada de pasos atrás. Montado sobre principios indiscutibles y evidentes, puestos al principio de cada tratado..., se lanza imperturbable al sondeo de las conclusiones más recónditas, avanza con paso firme, explora con ojos de lince, recoge solícito las conclusiones anudándolas fuertemente a sus principios, y sobre ellos vuelve a emerger, exhibiendo su presa a la luz del día, en un lenguaje todo sencillez y transparencia", mientras Alberto se mantenía humilde y rezaba: "Señor Jesús, pedimos tu ayuda para no dejarnos seducir de las vanas palabras tentadoras sobre la nobleza de la familia, sobre el prestigio de la Orden, sobre lo que la ciencia tiene de atractivo".

ESCRIBE Y ENSEÑA

San Alberto escribió durante sus largos años de enseñanza y no dejó de hacerlo cuando se dedicó a otras actividades. Como rector del "studium" de Colonia, se distinguió por su talento práctico, por lo que de todas partes le llamaban a arreglar las dificultades administrativas y de otro orden. En 1254, fue nombrado provincial en Alemania. Asistió al capítulo general de la orden en París. Su prestigio había provocado la envidia de los profesores laicos contra los dominicos. Lo que costó a Santo Tomás y a San Buenaventura un retraso en la obtención del doctorado. Alberto defendió en Italia las órdenes mendicantes atacadas en París y en otras ciudades de cuyos ataques había participado Guillermo de Saint-Amour con su panfleto "Sobre los peligros de la época actual". En Roma, San Alberto fue maestro del sacro palacio, lo que hoy sería teólogo y canonista personal del Papa. Y también predicó en las diversas iglesias de la ciudad.

OBISPO DE REGENSBURGO

En 1260, el Papa le consagró obispo de Regensburgo, cuando se había convertido en "un caos en lo espiritual y en lo material". Allí permaneció dos años, porque el Papa Urbano IV aceptó su renuncia, para regresar a la vida de comunidad en el convento de Würzburg y a enseñar en Colonia. Pero en ese breve período hizo mucho por remediar los problemas de su diócesis. Su humildad y pobreza eran ejemplares. La aceptación de su reenuncia por el Papa cusó gran gozo en el maestro general de los dominicos, Beato Humberto de Romanos, que ya quiso impedir que fuera consagrado obispo. Alberto volvió al "studium" de Colonia, hasta que recibió la orden de colaborar en la predicación de la Cruzada en Alemania con el franciscano Bertoldo de Ratisbona. Vuelto a Colonia, se dedicó a escribir y enseñar hasta 1274, en que se le mandó asistir al Concilio Ecuménico de Lyon. La víspera de partir, conoció la muerte de su querido discípulo, Santo Tomás de Aquino. A pesar de de su avanzada edad, Alberto tomó parte muy activa en el Concilio, y junto con el Beato Pedro de Tarantaise, futuro Inocencio X y Guillermo de Moerbeke, trabajó por la reunión de los griegos, y apoyó la causa de la paz y de la reconciliación. Defendió la obra de Santo Tomás cuando el obispo de París, Esteban Tempier, y otros personajes, atacaron violentamente los escritos de Santo Tomás.

LA VIRGEN LE CONCEDIO EL TALENTO Y LA MEMORIA

Dictando una clase, súbitamente le falló la memoria y perdió la agudeza de entendimiento. Alberto refería que, de joven, le costaban los estudios y por eso una noche intentó huir del colegio donde estudiaba. Pero al subir por una escalera se encontró con la Virgen María que le dijo: "Alberto, ¿por qué en vez de huir del colegio, no me rezas a mí que soy ´Causa de la Sabiduría´? Si me tienes fe y confianza, yo te daré una memoria prodigiosa. Y para que sepas que fui yo quien te la concedí, cuando te vayas a morir, olvidarás todo lo que sabías". Lo que sucedió como la Virgen le dijo.

SU OCASO

A los 74 años murió apaciblemente en Colonia, mientras conversaba con sus hermanos. Era el 15 de noviembre de 1280. Se había hecho construir su propia tumba, donde todos los días a rezaba el Oficio de Difuntos. Fue beatificado en 1622, y canonizado en 1872 y en 1931, Pío XI, en una carta decretal, lo proclamó Doctor de la Iglesia e impuso a toda la Iglesia de occidente la obligación de celebrar su fiesta. San Alberto, dijo el sumo Pontífice, poseyó en el más alto grado el don raro y divino del espíritu científico. El puede inspirar a nuestra época, que tiene tanta esperanza en sus descubrimientos científicos. San Alberto es también patrono de los estudiantes de ciencias naturales.

Comentarios al autor jmarti@ciberia.es











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