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Homilia del DOMINGO XIII - Timepo Ordinario

Homilia del DOMINGO XIII - Timepo Ordinario
La persona que no toma decisiones vitales frente a Dios está muerta, porque ha renunciado a la Vida...






"Domingo XIII”

( Tiempo Ordinario - Ciclo "C" )


+ Ev. de hoy: tres diálogos que tuvo Jesús con personas que querían ser discípulos suyos. (también nosotros queremos serlo, y por lo tanto este Ev. es para nosotros).

+ En la antigüedad, “seguir a un maestro” = ser su discípulo.
Los maestros no estaban en las escuelas “fijas”, sino que se trasladaban de un lado a otro, y sus alumnos los seguían... Por otra parte, “seguir a un maestro” implicaba mucho más que “recibir lecciones” de él; el discípulo debía vivir con su maestro, porque recibía sus lecciones compartiendo su vida... No aprendía una “materia”, sino un modo de vida: aprendía a ser como su maestro, aprendía a vivir y a pensar como él, intentaba reproducir en su vida el ejemplo que era el maestro. En ningún momento dejaba de ser su discípulo, y por eso debía seguirlo constantemente, adonde quiera que fuera...

+ Y Jesús nos invita a ser sus discípulos: quiere que los hombres compartamos su vida para que siguiendo su ejemplo lleguemos a reproducir su imagen en nosotros.

Y si el seguimiento de cualquier maestro de la antigüedad era tan intenso, mucho mayor intensidad requiere el seguimiento del divino Maestro: “Si alguno quiere seguirme, niéguese así mismo, cargue con su cruz cada día, y sígame...” Es decir, hay una exigencia total. Pero también la actitud de Dios es de total entrega: “El que me sigue... estará allí donde yo esté” (como en la visión del Apocalipsis [14,4]: los resucitados siguen al Cordero dondequiera que vaya...).

+ Veamos más en detalles los diálogos del Evangelio:
* Un hombre, con gran entusiasmo, quiere seguir incondicionalmente a Jesús: “te seguiré donde quiera que vayas...”
Jesús le hace reconsiderar su ofrecimiento tan generoso, haciéndole ver como hasta los animales que no son útiles al hombre tienen sus refugios. En cambio, Jesús está totalmente desprotegido, y dependiendo de la hospitalidad de quien quiera recibirlo... o no. (cfr. el caso de los samaritanos, que no lo hospedaron cuando supieron que iba a Jerusalén [Lc. 9,52]). Por lo tanto, el discípulo deberá considerar muy bien sus palabras: la decisión de seguir a Jesús no puede ser el resultado de un entusiasmo pasajero, sino el compromiso de toda una vida, que - humanamente hablando - no ofrece garantías de seguridad... Es necesario estar dispuestos a todo: rechazo, persecución, incomprensión, despojo de bienes e incluso expulsión de la propia casa (como sucede a veces con las vocaciones consagradas...)

Conclusión: el discípulo de Jesús tiene que aceptar un tipo de vida en el cual las seguridades humanas son relativas o inexistentes

* Segundo caso: alguien que no se ofrece, sino que es llamado por Jesús. Y pide una postergación: “Déjame primero ir a enterrar a mi padre”. (obviamente, el padre aún no había muerto) Es la postura de quien decide dilatar las decisiones que deben tomarse; no quiere comprometerse; pone excusas a Dios para no responder a su llamado... “la forma más mortal de la negación es la demora”...

Frente a Dios, cuando nos decidimos a seguir su llamado, sea lo que sea lo que Él nos pida, crecemos como personas y como cristianos... En cambio, la indecisión frente a Dios hace que nos anulemos como cristianos y nos volvemos personas inmaduras, indecisos crónicos, que no saben lo que quieren ni a donde van. (especialmente en el plano vocacional...).

La respuesta de Jesús pone la excusa al descubierto: la persona que no toma decisiones vitales frente a Dios está muerta, porque ha renunciado a la Vida.
“Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú vé a anunciar en Reino de Dios...” La invitación de seguir a Jesús nos pone ante la opción de elegir entre la Vida y la muerte, y hay una sola respuesta sensata. No seguir a Jesús es quedarse en el mundo de los que en realidad están muertos.

* El último diálogo: es semejante al de la Iª Lectura, pero también hay diferencias: Elías dio permiso a Eliseo para despedirse de sus padres. Pero Jesús tiene una urgencia mucho mayor, y no permite un solo paso atrás: cuando se escucha su llamada hay que hacer un corte y olvidar todo lo que ha quedado atrás: no queda lugar para añoranzas y nostalgias de lo que se ha sido o se ha tenido hasta el momento.

El llamado de Jesús marca el momento de una ruptura con lo anterior (así para Eliseo: de arar el campo a profeta del Dios Altísimo; así para los Apóstoles: de pescadores a columnas de la Iglesia). Dios es Vida, y la misma implica siempre movimiento, crecimiento, plenitud. Cuando se tiene el corazón atado al pasado no se sirve para el Reino, porque no se tiene esa disposición a la renovación permanente que trae Cristo a nuestros corazones y que culminará con la glorificación final hacia la que Él conduce a todo los que lo siguen... La imagen del arado es muy clara: mirar hacia delante, hacia donde se abrirá el surco... sino, se hace un desastre...

+ Este Evangelio es para cada uno de nosotros, que hemos recibido el llamado a ser discípulos de Jesús... y que diariamente debemos reafirmar nuestra respuesta a esa invitación, porque a cada momento se presentan situaciones en las que somos urgidos nuevamente a seguir al Señor o alejarnos de Él (amar implica volver a elegir cada día lo que sea ama; no por inercia, sino por convicción).

“Te seguiré a donde quieras que vayas” hemos dicho más de una vez... pero cada día debemos vivir las consecuencias de este seguimiento de Cristo, que muchas veces implica renunciar a seguridades, abandonar todo aquello que desdice de nuestro ser cristianos y exponernos, por fidelidad al Evangelio, a situaciones difíciles o incómodas.

“Seguiré al Señor, pero antes... (esto o esto otro...)”, oímos decir más de una vez. Pedimos postergaciones porque al no asumir compromisos definitivos estamos (al menos aparentemente) más cómodos y con menos problemas... Aparentemente... Ante el Reino de la Vida que se nos ofrece, no nos quedemos muertos, sigamos al Señor.

O bien “quiero despedirme”, podemos decir, y es una buena excusa... pero excusa al fin, que hace que posterguemos el seguimiento de Cristo arrastrando un pesado equipaje de cosas que deberíamos haber dejado: nuestros propios criterios, nuestra propia escala de valores, nuestras malas costumbres (enemigas del Evangelio), nuestras injusticias y egoísmos, nuestro propio orgullo y vanidad... no nos permiten caminar libres en el seguimiento de Cristo.

Cristo nos llama a compartir su vida de Cruz y de Gloria. Contestar afirmativamente comporta un riesgo: romper con nuestras ideas preconcebidas y seguridades (que son siempre tan frágiles como lo son todas laso cosas de este mundo!...), pero es también la opción que vale la pena porque siguiendo a Cristo por el camino de la Cruz, es por donde llegaremos a gozar de la única Vida definitiva, que Él prepara eternamente para nosotros, y a la cual nos invita, nos anima, nos llama y nos espera.

Amén.








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