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Esta barca nuestra que es la Iglesia

Esta barca nuestra que es la Iglesia
Tripulaba la barca un hombre sencillo y curtido, cercano y tímido, sobre el que pesa la mayor responsabilidad de la humanidad


Por: Jesús de las Heras Muela | Fuente: Revista ECCLESIA



Ha sido una hermosísima imagen de la Iglesia, tantas veces comparada –por el mismo Jesús, su fundador- a una barca.

Eran las 16:45 horas del jueves 18 de agosto de 2005 cuando Pedro, el timonel de la nave, se asentaba en la barca más joven de la historia y hacía fondear la nave, que surcaba las orillas caudalosas y espléndidas del Rhin. Era la imagen de la Iglesia que navega sobre el mundo, sobre la humanidad y sobre la historia.


Primicia de una nueva pesca milagrosa

El río Rhin hablaba del mar de fecundidades que siempre trae un río de este caudal, de su belleza, de su atractivo, de su misterio y de sus riesgos. Hablaba también de la historia del continente en cuyo corazón se halla y al que tantas veces ha regado y fecundado. Hablaba asimismo de esa Europa, de esta Europa nuestra, cuajada hasta rebosar de raíces cristianas, de historia de fe, de prodigios de caridad, de signos de esperanza, y que ahora da tantas veces la espalda a Dios y a la Iglesia.

Tripulaba la barca un hombre sencillo y curtido, cercano y tímido, sobre el que pesa la mayor responsabilidad de la humanidad, y los otros tripulantes eran, sobre todo, muchachos y muchachas de todos los lugares del mundo, junto a quienes, en las orillas del Rhin, estaban también otros cientos de jóvenes. En la nave, en la barca, viajaban igualmente otros pescadores.

La tarde se debatía entre la luz del estío, el frescor renovador de las aguas y la nubosidad tan propia de estos lares alemanes. El ondear de las banderas, los aplausos y los vítores, el entusiasmo de los presentes y el seguimiento mundial de la escena a través de los medios de comunicación llenaba el corazón de gozo y de esperanza.

Era, es la barca de una nueva pesca magnífica y milagrosa. Era la imagen de esta Iglesia nuestra, de esta condición cristiana nuestra, a veces, “pobre barquilla mía “ y nuestra. Era la imagen de una barca, que navegaba lenta, pausada, confiada y segura, presidida por la cruz de Cristo y por el rostro de su madre María , que acariciada por la brisa del Rhin y que abarrotada del entusiasmo de los jóvenes, poblaba el corazón de todos de alegría y de esperanza.


De la barca a la estrella

También la estrella podría ser un símbolo de la Iglesia, sobre todo, un símbolo de la condición peregrina de los miembros de la Iglesia. Desde la barca, que es la Iglesia, el timonel que es Pedro, que es Benedicto XVI, pronunció una hermosa alocución, centrada en glosar el sentido y el lema de esta JMJ. Los Magos y su mensaje fueron el hilo conductor de sus palabras. “Habéis venido desde Alemania, de Europa, del mundo, haciéndoos peregrinos tras los Magos de Oriente. Siguiendo sus huellas, queréis descubrir a Jesús. Habéis aceptado emprender el camino para llegar también vosotros a contemplar, personal y comunitariamente, el rostro de Dios manifestado en el niño acostado en el pesebre. Como vosotros, también yo me he puesto en camino para, con vosotros, arrodillarme ante la blanca Hostia consagrada, en la que los ojos de la fe reconocen la presencia real del Salvador del mundo”. Eran las primeras palabras de Benedicto XVI, interrumpido por los aplausos de los jóvenes tripulantes de esta barca que sobre el río Rhin avanzaba, tras la estrella, hacia la Casa de Dios y hogar de la nueva humanidad por Él redimida y congregada.

Era media tarde cuando el Papa dirigía estas palabras. En el cielo no se había encendido la estrella, que ya brillaba, no obstante, en los corazones de todos. El lugar al que conduce esa estrella sigue siendo el mismo dos milenios después: a Cristo, luz de las gentes. Y la respuesta que de esa estrella se espera, ayer como hoy, es también la misma: saciar la sed del corazón del hombre. Pero para ello es preciso –indicó el Papa Ratzinger- abrir nuestro corazón sediento a Dios, dejar sorprenderse por Cristo, darle el derecho a que nos hable, abrir las puertas de nuestra libertad a su amor misericordioso, presentar nuestras penas y alegrías a Cristo, dejando que Él ilumine con su luz nuestra mente y acaricie con su gracia nuestro corazón.

Y el lugar, el ámbito, el espacio más apto para ello no es otro que la barca de la Iglesia, que la nave de Su presencia sobre aguas –a veces caudalosas, a veces procelosas, a veces turbias y escasas- de nuestras existencias, particularmente en este caso, de las existencias de los jóvenes presentes en la JMJ´Colonia 2005.


Dónde encontrar la respuesta

A esta barca que es la Iglesia, el Papa Benedicto XVI la definía esta tarde del 18 de agosto de 2005, sobre las aguas del Rhin, como “experiencia liberadora”, “lugar de la misericordia y de la ternura de Dios para con los hombres”. E insistía: “En la Iglesia y mediante la Iglesia llegaréis a Cristo, que os espera”.

Por ello, en la Iglesia y desde la Iglesia, los jóvenes de hoy y todos los hombres y mujeres de buena voluntad, podrán encontrar las repuestas a las cuestiones que agitan su alma, que rompen su cuerpo, que agrietan su paz, que quiebran su alegría, que nublan su esperanza. No se trata ya, como si aconteciera como a los Magos hace dos milenios, de buscar a un rey. No. Pero sí “estamos preocupados por la situación del mundo” y buscamos criterios para nuestra vida y para construir entre todos un mundo mejor. Necesitamos saber de quién podemos fiarnos y confiarnos, saber el camino que debemos tomar, si el que sugieren las pasiones o el que indica la estrella que brilla en nuestras conciencias.


La única respuesta sigue siendo Jesucristo

“Queridos jóvenes: la felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis derecho a saborear, tiene un nombre, tiene un rostro: el de Jesús de Nazaret, oculto en la Eucaristía. Sólo Él da plenitud de vida a la humanidad. Decid con María vuestro sí al Dios que quiere entregarse a vosotros. Os repito hoy lo que dicho al comienzo de mi pontificado:«Quien deja entrar a Cristo en su vida no pierde nada, nada, absolutamente nada, lo que hace la vida libre, bella y grande. No. Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera». Estad plenamente convencidos: Cristo no quita nada de lo que hay de hermoso y grande en vosotros, sino que lleva todo a la perfección para la gloria de Dios, para la felicidad de los hombres y la salvación del mundo”. Y por ello, Benedicto XVI invitaba a los jóvenes, nos invita a todos a que nos esforcemos en “servir a Cristo, cueste lo que cueste”.

Esta respuesta es para todos los hombres, católicos y no católicos, cristianos y no cristianos, como Benedicto XVI recordó asimismo en el comienzo de esta alocución, a la par, que hacía mención del expreso deseo del Papa Juan Pablo II, su antecesor y el convocante primero de esta JMJ, para que a la cita de Colonia 2005 acudieran también y especialmente los que no conocen todavía a Cristo y los que no se reconocen en la Iglesia. Esta JMJ es así, quiere ser así, particularmente misionera. Y, por cierto, qué cosa se nos antoja, se nos imagina, se nos siguiere más misionera que una barca sobre las aguas del mar o del río...


Y la barca llegó a Puerto

En torno a las 16,15 horas, la barca llegaba a puerto: a la ciudad histórica y moderna de Colonia, en cuyo libro de honor firmó el Papa y cuyas calles céntricas recorrió rodeado de jóvenes, antes de montarse en el papamóvil que iba a llevarle al puerto seguro de la catedral de Colonia, la Casa de Dios y el hogar de los hombres. Por cierto, que a Benedicto XVI se le ha visto “suelto”, sin demasiadas protecciones ni cautelas, cercano a las gentes y bien rodeado, en “plano corto”, por ellas.


En la catedral veneró las reliquias de los Magos, oró ante Jesús Sacramento, y después glosó algunas ideas y sentimientos acerca de sus vinculaciones personales con la ciudad y diócesis de Colonia, sobre la importancia de las reliquias de los Magos veneradas en esta catedral y sobre la misma historia de fe cristiana de Colonia, rebosante en frutos de santidad.

San Gereón, San Bonifacio, apóstol de Alemania, San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino, el beato Adolph Kolping y Santa Teresa Benedicta de la Cruz tuvieron alguna o mucha relación con Colonia. Por ejemplo, Santa Teresa Benedicta de la Cruz –Edith Stein- fue monja carmelita en el carmelo descalzo de Colonia antes de morir mártir en el campo de concentración de Auschwitz. Ella y los anteriormente citados y “los demás santos, conocidos o desconocidos”, desde la barca de la Iglesia de sus tiempos, llegaron al Puerto bien seguro de Dios.

Al Puerto de la unidad han de llegar los cristianos, separados y divididos, cuya fractura se hace más patente todavía en Alemania. Al Puerto de la fraternidad , de la acogida y de la integración han de llegar todos los hombres de la tierra, simbolizados en los Magos, uno de los cuales era negro Al Puerto de la caridad, de la misión y de la solidaridad contribuyen también a su arribo los quehaceres de instituciones de la Iglesia alemana como “Misereor”, “Adveniat”, “Misiio” y “Renovabis”.

En este Puerto, todavía siquiera en anticipo, los jóvenes deberán vivir, respirar y transmitir el aliento de la Iglesia universal, inflamados por el fuego del Espíritu para que un nuevo Pentecostés renueve sus corazones, tras la travesía generosa, esforzada, entregada, solícita y entusiasmada, en la barca de la Iglesia. Esa barca que hoy se ha parecido tanto a la que surcaba sobre las aguas del Rhin, en su llegada a Colonia, y cuyo timonel , para mayor gloria de Dios y bien de las almas, se llama Benedicto XVI.


Revista Ecclesia en la JMJ



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