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La amistad social.
La amistad social.
Si en nuestra interrelaciones cotidianas buscáramos la amistad social con las personas que tratamos, todo sería más fácil y llevadero.
Por: Gustavo Daniel D´Apice | Fuente: Gustavo Daniel D´Apice

La amistad social.
Todo sería diferente si nuestras relaciones no fueran por conveniencia sino, aunque laborales, basadas en la búsqueda de la amistad, el amor, la solidaridad y el colaboracionismo.
Qué distinto sería si en vez de ver a un mero cliente, vería en él un potencial amigo, fruto del trabajo compartido, de las horas pasadas juntos, de los esfuerzos puestos en común para el éxito de determinado servicio o producto.
Qué distinto sería si en vez de ver en mis compañeros de trabajo competidores a los cuales celar y envidiar, viera potenciales amigos que comparten conmigo la tarea encomendada, que son parte de la misma empresa laboral a través de la cual puedo satisfacer mis (o algunas de mis) necesidades, con quienes me debo solidariamente en el esfuerzo de horas compartidas, alegrías y pesares observados y sentidos juntos, expectativas, logros y fracasos que en nuestras miradas y manos comunes se depositaron y siguieron su curso.
Qué distinto sería si en vez de ver en mis jefes personas autoritarias que quieren manejar y explotar mi vida, pudiera contemplar en ellos servidores que velan por mi progreso y bienestar, por la unidad de la familia laboral, por el buen pasar de todos los que compartimos cierto espacio físico y cierto proyecto en común, parte ya integrante de nuestras vidas cotidianas.
Ya no sería el voy a ver clientes o a visitar clientes, voy a reunirme con los compañeros de trabajo, los jefes llamaron a reunión.
Serían mis clientes, mis compañeros de trabajo, mis jefes.
No cualquiera. Como el zorro que el Principito quería domesticar en la obra clásica de Saint d`Exupery para que no fuera cualquier zorro, sino su zorro: Habría un sentido de pertenencia no posesiva, sino solidaria, de mutuo afecto y amistad, de importarme el otro por él mismo.
Cuando lo laboral se transforma en afecto y amistad, surge una nueva perspectiva en la vida de los que realizan esta epopeya. La calidad de vida se transforma en superior.
Ya no es el que me vende. O ya vino éste. O lo largo en cualquier momento.
Es la alegría de tratar con quien ofrecer y/o aceptar un servicio, de tratar con quien colabora conmigo realizando esta o aquella tarea, de pagar a aquel que me ha dado a cambio algo que me ha resultado útil, aunque más no sea la posibilidad de ayudarlo con mi peculio, que redundará en alegría y paz en mi vida.
Seremos los unos para los otros. La quietud y el sosiego se abrirán paso entre los desencuentros y la búsqueda de ventajas sobre los demás.
La mayoría de nuestra vida está entretejida de estas relaciones.
¿Por qué no hacer del trabajo agobiante, agotador e interminable, una escuela de vida cariñosa, saludable, apacible y amistosa?
¿Por qué desaprovechar tanto tiempo de nuestra vida haciendo todo a contramano y pesadamente?
Si la meta de la relación interlaboral fuera la amistad social, las cargas y el yugo del cotidiano trajín quedarían alivianadas en un 75% al menos, sino totalmente.
Y sería fuente de gozo y buen pasar, las horas se nos harían más cortas, y desearíamos estar con aquellos con quienes realmente estamos, porque los queremos.
Pensándolo bien, ¿no nos cansamos de remar contra la corriente, sabiendo que nuestro lugar es con estas personas y no con las otras, pretendiendo estar con las otras y no con éstas con las que estamos, en una utopía incapaz de satisfacer los deseos de aquellos que nunca están conformes con nada?
Adaptémonos afinadamente a las circunstancias, y seamos amigos de aquellos que comparten nuestra vida, no de aquellos que nunca veremos y que pocas veces se cruzan en nuestro diario vivir.
Seamos sabios. Vivamos nuestra vida. Y seamos felices en los acontecimientos concretos en los que nos desenvolvemos con estas personas determinadas.
Gustavo Daniel D´Apice Teólogo Profesor de Filosofía
Por: Gustavo Daniel D´Apice | Fuente: Gustavo Daniel D´Apice

La amistad social.
Todo sería diferente si nuestras relaciones no fueran por conveniencia sino, aunque laborales, basadas en la búsqueda de la amistad, el amor, la solidaridad y el colaboracionismo.
Qué distinto sería si en vez de ver a un mero cliente, vería en él un potencial amigo, fruto del trabajo compartido, de las horas pasadas juntos, de los esfuerzos puestos en común para el éxito de determinado servicio o producto.
Qué distinto sería si en vez de ver en mis compañeros de trabajo competidores a los cuales celar y envidiar, viera potenciales amigos que comparten conmigo la tarea encomendada, que son parte de la misma empresa laboral a través de la cual puedo satisfacer mis (o algunas de mis) necesidades, con quienes me debo solidariamente en el esfuerzo de horas compartidas, alegrías y pesares observados y sentidos juntos, expectativas, logros y fracasos que en nuestras miradas y manos comunes se depositaron y siguieron su curso.
Qué distinto sería si en vez de ver en mis jefes personas autoritarias que quieren manejar y explotar mi vida, pudiera contemplar en ellos servidores que velan por mi progreso y bienestar, por la unidad de la familia laboral, por el buen pasar de todos los que compartimos cierto espacio físico y cierto proyecto en común, parte ya integrante de nuestras vidas cotidianas.
Ya no sería el voy a ver clientes o a visitar clientes, voy a reunirme con los compañeros de trabajo, los jefes llamaron a reunión.
Serían mis clientes, mis compañeros de trabajo, mis jefes.
No cualquiera. Como el zorro que el Principito quería domesticar en la obra clásica de Saint d`Exupery para que no fuera cualquier zorro, sino su zorro: Habría un sentido de pertenencia no posesiva, sino solidaria, de mutuo afecto y amistad, de importarme el otro por él mismo.
Cuando lo laboral se transforma en afecto y amistad, surge una nueva perspectiva en la vida de los que realizan esta epopeya. La calidad de vida se transforma en superior.
Ya no es el que me vende. O ya vino éste. O lo largo en cualquier momento.
Es la alegría de tratar con quien ofrecer y/o aceptar un servicio, de tratar con quien colabora conmigo realizando esta o aquella tarea, de pagar a aquel que me ha dado a cambio algo que me ha resultado útil, aunque más no sea la posibilidad de ayudarlo con mi peculio, que redundará en alegría y paz en mi vida.
Seremos los unos para los otros. La quietud y el sosiego se abrirán paso entre los desencuentros y la búsqueda de ventajas sobre los demás.
La mayoría de nuestra vida está entretejida de estas relaciones.
¿Por qué no hacer del trabajo agobiante, agotador e interminable, una escuela de vida cariñosa, saludable, apacible y amistosa?
¿Por qué desaprovechar tanto tiempo de nuestra vida haciendo todo a contramano y pesadamente?
Si la meta de la relación interlaboral fuera la amistad social, las cargas y el yugo del cotidiano trajín quedarían alivianadas en un 75% al menos, sino totalmente.
Y sería fuente de gozo y buen pasar, las horas se nos harían más cortas, y desearíamos estar con aquellos con quienes realmente estamos, porque los queremos.
Pensándolo bien, ¿no nos cansamos de remar contra la corriente, sabiendo que nuestro lugar es con estas personas y no con las otras, pretendiendo estar con las otras y no con éstas con las que estamos, en una utopía incapaz de satisfacer los deseos de aquellos que nunca están conformes con nada?
Adaptémonos afinadamente a las circunstancias, y seamos amigos de aquellos que comparten nuestra vida, no de aquellos que nunca veremos y que pocas veces se cruzan en nuestro diario vivir.
Seamos sabios. Vivamos nuestra vida. Y seamos felices en los acontecimientos concretos en los que nos desenvolvemos con estas personas determinadas.
Gustavo Daniel D´Apice Teólogo Profesor de Filosofía
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