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Alegría, Alegría.

Alegría, Alegría.
“Un cristiano triste es un triste cristiano”


Por: Padre Marcelo Rivas Sánchez | Fuente: Catholic.net



Pareciera que se nos olvida, en esos momentos de dificultad, que Dios nos amó primero y eso basta para sentirnos alegres, pero alegres de verdad. Lo que pasa, es que somos muchos los que ante, lo duro del trabajo, lo pesado de la cruz, lo terrible del accidente donde la sangre y muerte se nos atraviesa, aflojamos y hasta “arrugamos” para que ese vacilar nos hundimos en una fuerte y gran depresión. En Baruc 4,5 y siguientes se nos señala que el que les mandó desgracias, les mandará gozo. Todo lo conoce y lo da el Señor.

Habrá, también, que recordar que hasta los cabellos de la cabeza los tenemos contados. No traten de pensar en un fatalismo repetitivo y desgraciado, todo lo contrario, esto debe hacernos actuar con tal confianza que no dudemos de la presencia de Dios en nuestras vidas.

Todos tenemos el privilegio de ser oídos por Dios en el salmo 68,33 podemos leer que el Señor escuchará a los pobres y es una verdad, pero claro, para ello, se hace necesario, que el hombre de hoy tan metido en el ruido, esté atento y en silencio para que pueda sintonizar y así captar la voz de Dios. Aquí nos e trata de una voz que viene del más allá o de ultratumba que al resonar produce miedo, sino que es una palabra que revela que Dios nos acompaña que conozcamos su voluntad. Estar, por tanto, envueltos en la tristeza, el mal humor, la rabia y la melancolía es tapar los ojos, cerrar los oídos a la presencia constante de Dios que despierta y alegra nuestras vidas.

Conservar la alegría es una necesidad inherente a cada uno para que podamos hacer realidad lo de Lucas 10,17-24 donde se nos pide estar alegres porque nuestros nombres estarán escritos en el cielo. Es un ofrecimiento del Señor que desde la antigüedad, la Alianza, se hizo promesa cumplida para que nada ni nadie lo impida. Aunque, ese estado constante nos hace perder su huella. Se nota a muchos que están alejados pues viven sepultados en los signos de muerte donde el ser no es valorado ni vivido.

¿Entonces, alegres para qué?

Pues, para:

Armonizar los mejores recuerdos con los acontecimientos tristes que nos saltan y nos apartan de la promesa de Dios de permanecer siempre con nosotros.

Levantar el ánimo derrotado que nos sepulta en situaciones muy tristes que no nos dejan ver la realidad de esa lucha entre la lágrima y la sonrisa.

Encontrar a un Dios Padre que nos ama y nos llama a valorar la vida en su misericordia.

Ganarle a la tristeza con la sonrisa del bien cumplido en la satisfacción del vivir con la presencia de Dios que todo lo ve y todo lo conoce.

Respirar el aire puro de un Dios amigo que nos toma de la mano y nos hace ver lo verde de los campos y lo límpido de las fuentes donde no habrá hambre ni sed.

Instalar en nuestro ser herido, por la tristeza, fuerzas necesarias para comprender que en el camino de la vida tendremos siempre dolor y aflicción.

Adecuarnos a los pasos de la salvación donde todos tenemos que vivir cada segundo como don y esfuerzo.

Sintonizar la voz de Dios y así oír y hacer caso a la voluntad de Dios.

Alegría no es dinero. Recordemos a ese empresario griego, Onasis que construyó un gran palacio en la isla Escorpio y aunque la disfrutó, al morir no se la pudo llevar. Jamás he visto una urna con remolque para arrastrar los bienes.

Alegría no es fama. Elvis Presley saltó al éxito y alcanzó una fama extrema que la llenó de dinero y aplausos y al no poderla encausar la droga lo mató.

Alegría no es tener. Cuantas son las cosas que guardamos y tenemos en nuestros escaparates con la sonrisa hipócrita de poseerlas pero que se están envejeciendo.

Alegría no es comer. Como la persona que todo lo tiene pero no puede saborear una excelente pasta porque lo atormenta la diabetes.

Alegría no es placer que calcina los sentimientos puros a la hora de la responsabilidad matrimonial y afectiva.

Alegría no es el trabajo que se va convirtiendo en obsesión sacrificando salud, familia y amistades. Es un prejuicio donde se vive esclavo del trabajo.

Alegría no es belleza, pues Rodolfo Valentino y el protagonista de la famosa serie Tarzán son espejismos que no se han mantenido en el tiempo. Pues esa belleza con todo y cirugías y demás cosméticos se envejecieron y se arrugaron.

Alegría no es comprar pues el yate Cristina se está perdiendo con todo y sus baños de mármol ya que nadie está dispuesto a gastar diariamente 30 toneladas de combustible para moverlo.

“Señor, Dios de la alegría, déjanos sonreír,
con el sano entretenimiento de quien cuenta
con la su bendición”

Comentarios al autor:diosbendice1@cantv.net







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